Yo, argentino...

Por José Enrique Velázquez

Los argentinos -en rigor, la mayoría o muchos, no todos- hemos tenido una seria propensión a "abrirnos" de ciertas decisiones fundamentales. Y para ello o para justificar esa actitud, hemos utilizado ciertos latiguillos que nos marcaron históricamente. En algún momento recurrimos al "no te metás" o al más grave "algo habrá hecho", para fundamentar una inexcusable prescindencia política. También utilizamos, para "lavarnos las manos" al estilo que dejó para la historia Poncio Pilatos, una expresión paradojal: "yo, argentino…". Como si ella fuera sinónimo de "no tengo nada que ver" o "a mí ¿porqué me miran?"
Ahora estamos en una compleja encrucijada de la historia. A la que llegamos luego de los desaciertos de gestión en los últimos tramos del gobierno de Menem (y sus aciertos políticos-electorales para dejar fuera de la carrera presidencial a su archienemigo Eduardo Duhalde) y de los tremendos desaguisados de toda índole que realizó en sólo dos años el gobierno de la Alianza.
De los tantos que tuvo, los más groseros fueron la renuncia/huida del vicepresidente Carlos Alvarez y la fuga de capitales que por más de 30.000 millones de dólares se fueron impunemente del país, gracias a la inefable acción de la dupla De la Rúa/Cavallo y que derivaron en el "corralito", el default y la inevitable devaluación.
En esta encrucijada, en la que se necesita el concurso de todos para salir adelante, vuelven a oírse los latiguillos de siempre. Pero el que más se repite en los últimos meses fue expresado sin tapujos por un conocido analista económico, devenido también en columnista político, quien dijo "los justicialistas no pueden seguir peleando por su interna, mientras la sociedad argentina está esperando".
Puso en letras de molde una recurrencia que apunta a culpar a otro u otros de las propias carencias o ineficiencias. La pregunta que surge a bocajarro es ¿porqué la sociedad tiene que esperar a los justicialistas? La propia expresión del analista denotaba implícitamente que "la mayoría" de la sociedad "está harta" de la interna del justicialismo. Si es "la mayoría", ¿por qué no propone un candidato propio? ¿por qué esperar a los justicialistas, que tienen sus propios tiempos y su propia dinámica?
¿O es que, en realidad, la mayoría sigue prefiriendo al justicialismo y quienes no pertenecen a este partido, sufren la impotencia de no ser capaces de instalar un candidato propio con la suficiente entidad como para prevalecer en las próximas elecciones presidenciales? Entonces la salida les resulta casi obligada: culpar al PJ para no reconocer sus propias limitaciones.
Es muy posible -casi seguro- que poco a poco se irá produciendo un trascendente recambio dirigencial. Inclusive es factible que quienes protagonicen gran parte de ese recambio sean los dirigentes comunitarios, en especial los que hoy desarrollan su tarea social en organizaciones no gubernamentales. Todos los indicios y datos dejan suponer que muchos de los vilipendiados políticos de hoy, serán reemplazados por dirigentes que hoy trabajan en ONG.
Mientras tanto, la vida continúa. Y el país debe seguir funcionando. A partir de esa base y de reconocer aquello de Perón tantas veces citado: "la realidad es la única verdad", es que debemos asumir que en un plazo medianamente corto tendremos elecciones presidenciales. Que son dramáticamente importantes, porque van a decidir el futuro inmediato de los argentinos en medio de una fenomenal y extensa crisis.
No cabe ahora, entonces, lo de "yo, argentino" o "no te metás". O "la sociedad está harta de la interna justicialista". Si está harta debe "meterse" e instalar su candidato. Que el justicialismo -al fin y al cabo un partido político, que tiene sus propios estilos y métodos- tome el tiempo y las decisiones que, dentro de la Ley, crea más conveniente. Estarán las urnas esperando para dictar su sentencia. Si la sociedad realmente "se hartó", el castigo estará a la vuelta de la esquina. En tal caso no será un justicialista quien reciba la banda y el bastón presidencial de manos de Eduardo Duhalde.
Pero todos los encuestadores y analistas coinciden hoy en que si el resultado electoral se tiene que resolver mediante el mecanismo del ballotage, los que estarán disputando esa eventual segunda vuelta serán dos justicialistas. Uno representando al PJ y otro "por afuera". Se destacan, en ese aspecto, Menem y Rodríguez Saá. Aunque De la Sota y Kirchner no resignan aún sus posibilidades.
Por eso el final aún continúa incierto. Y por eso se demora la definición. Prolongada más aún porque el "No" de Reutemann no es aceptado como definitivo por el gobierno y por quienes aspiran a lograr un candidato que cuente con un importante apoyo en los comicios. Para que no surja un presidente débil.
Es posible que el resultado final no sea del agrado de "la sociedad" ni tampoco de muchos justicialistas. Pero también este tránsito está signado por la culpa aliancista. El vertiginoso fracaso de su gobierno, que a poco de comenzar dio muestras claras de "por dónde rengueaba el perro", impidió -en la práctica- la autocrítica y el debate interno que el justicialismo tenía que darse.
Rápidamente los dirigentes justicialistas olfatearon la presa. De inmediato advirtieron que el poder volvería a sus manos antes de lo previsto. Y cuando esa "zanahoria" está a la vista, todo se congela. Nadie quiere mover nada. Todos prefieren mantener el status quo. El debate y la autocrítica quedan para mejor oportunidad. "Ya habrá tiempo".
Por un lado existe esa deuda. Por otro lado están las más graves, las que dejó la herencia de la dictadura. Deudas que se llaman dirigentes muertos, asesinados y desaparecidos. Dirigentes preparados intelectualmente, solidarios, con sueños y utopías. Esos desaparecieron y hoy lo estamos pagando. Aunque en el sentido que le dieron los protagonistas del llamado Proceso, eso "fue un éxito".
Es probable que estemos concluyendo una etapa de nuestra historia. En la que los justicialistas tienen su parte de culpas y aciertos. Pero, que se sepa, no son extraterrestres. Son argentinos. Y forman parte de esa "sociedad" que "está harta". Si esto no lo asumen quienes forman opinión, seguiremos utilizando los latiguillos que justifican nuestra abulia política. Seguiremos diciendo "yo, argentino…"
(AIBA)