¿Es este el buen camino?

Por Jorge Carlos Brinsek

Es difícil saber qué suerte tendría el movimiento piquetero si no existiera la televisión por cable y, por ende, los dinámicos canales de noticias y su solvente capacidad de llevar a todo el país -y al mundo- las imágenes de "en vivo y en directo" de cualquier contingencia que pueda acontecer.
Ayer, durante toda la jornada, volvió a repetirse lo de siempre. Un ejército de policías, gendarmes y personal de Prefectura, de un lado. Todos preparados para una guerra. Del otro, Madres de Plaza de Mayo, desocupados, encapuchados, motoqueros, dispuestos a cumplir su objetivo sea como fuere: avanzar desde los suburbios hacia la Plaza de Mayo, sin ser cacheados (palpados de armas u objetos contundentes) por las fuerzas de seguridad.
El calor fue un enemigo implacable para ambos bandos. Hubo desmayos y bastante nerviosismo. Un perro de la policía perdió la paciencia y se desquitó con el brazo de un asistente de camarógrafo. Por suerte el animal fue controlado aunque se quedó con un pedazo de camisa del atribulado profesional.
Fueron muchos, pero la gran pregunta es si al mismo tiempo no fueron demasiado pocos. A la hora de mayor efervescencia, a media tarde, se estimó oficiosamente en diez mil el número de concurrentes que presionaba por pasar en uno de los principales puentes de acceso a la Capital Federal. Como siempre ocurre, el lío de tránsito fue fenomenal y al atardecer, cuando todavía no se había llegado a un acuerdo para autorizar el cruce, centenares de miles de personas que regresaban a sus hogares y no podían hacerlo por el bloqueo, descargaron toda una biblioteca de insultos y maldiciones contra los manifestantes.
Entrada la noche, en momentos en que no quedaba nadie por el centro, pudieron llegar a la Plaza y realizar su breve acto en homenaje a los piqueteros muertos en Avellaneda hace cinco meses. No pocos terminaron agotados y a través de los parlantes -improvisados en el remolque de un camión- se pidieron médicos para atender a varios desmayados.
Como se dijo al principio, la televisión salvó el gasto y compensó el esfuerzo. El acto tuvo -a través de las ondas hertzianas- la difusión que tanto ansiaron sus organizadores, una difusión que sin embargo, sólo tuvo un efecto simbólico.
El gran ausente, desde luego, fue el grueso de la ciudadanía, lo que de alguna forma reflejó la relativa representatividad -a niveles cuantitativos- que han alcanzado hasta el presente estos convocantes.
¿Qué significan 10 mil personas (los que llegaron finalmente a Plaza de Mayo fueron incluso muchísimos menos) en una elección donde hacen falta 160.000 votos para ungir a un diputado? Ciertamente nada. Y esa es una cuestión que merece ser revisada y analizada en profundidad. ¿Es el piquete el camino más idóneo para intentar transformar un país o por el contrario, es el mecanismo más rápido para ahuyentar al grueso de la sociedad?
¿Puede un ciudadano pacífico, deseoso de un cambio, sentirse representado por un encapuchado blandiendo amenazadoramente un garrote, junto a una barricada ardiendo, con el puño levantado? La respuesta es que más allá de la potencial simpatía y la legitimidad del reclamo que se esgrima, este tipo de demostraciones de tintes virulentos y atemorizadora actúa como un revulsivo totalmente opuesto a lo que se quiere lograr.
Un país difícilmente pueda construirse sobre bases tan endebles. Si los piqueteros quieren constituirse en una alternativa política para reemplazar a aquéllos a quienes quieren echar, deberán, necesariamente, cambiar su estrategia. No es por el camino del entorpecimiento de la libertad de tránsito de sus semejantes, como van a lograr la corriente de aceptación popular que necesitan en su lucha reinvidicatoria. De lo contrario nada servirá y se seguirá retrocediendo.