Utopías

La razón la tiene el de más guita

Por Armando García Rey

Tienen razón. Pero, cómo dársela? Tienen hambre y no tienen trabajo Esa es la razón. Aunque en este bendito país globalizado por la injusticia la razón, como certeramente advertía Discépolo, "la tiene el de más guita". O, al menos, es a quien se la dan. En actitud a veces genuflexa y otras veces impiadosa.
Alguien, entonces, puede imaginar que, el de tantos vendedores ambulantes con curiosos e impresentables puestos fijos, hasta con dormitorio en el fondo, es un rebusque desesperado. Y lo cierto es que muchos de ellos salen a vender, lo que usualmente les proveen, en una especie de consignación bien controlada, personajes siniestros que hacen los negocios que ellos no están en capacidad de hacer.
Los vendedores ambulantes suelen vender en ocasiones lo mismo que venden los comerciantes instalados en locales legalmente habilitados. Y, de algún modo, compiten con aquellos: los que pagan impuestos, personal, alquileres y hasta, porqué no, alguna coima o dádiva forzosa a inspectores municipales o agentes del desorden. Para ellos, para los comerciantes que cumplen con dificultad la normas legales vigentes, ya se sabe, rigen los controles de higiene, como la libreta sanitaria, la eliminación de roedores e insectos, refrigeradores que respeten la cadena de frío, fecha de vencimiento si se trata de alimentos y todas esas cosas. Para los desesperados ambulantes no. Con lo que podría deducirse fácilmente que a los consumidores los protege Mongo, perdón, el señor Mongo. Porque encima no hay a quien quejarse ,para que anote y proceda.
Las estaciones terminales de ferrocarriles y de ómnibus, que no son precisamente lugares turísticos, son permanentemente usurpadas por vendedores ilegales dependientes de auténticos mafiosos protegidos por alguna autoridad. Los echan cada tanto pero es circo. Se van y vuelven. Hasta la próxima vez. Y como no pasa nada extienden sus territorios. Se disfrazan de artesanos, se mezclan con ellos. Dicen que quieren trabajar. Y es cierto. Trabajar para vivir. O mejor, para sobrevivir. Al fin, no es su culpa la miseria. Aunque existan los miserables de toda especie que se aprovechan de ella. Y mafiosos que la usan para lucrar y aprovecharse de la impunidad que les permite jugar con la ley.
Como es tierra de nadie, o al menos lo parece, cualquiera hace lo que quiere en el lugar y a la hora que se le ocurra. Eso, a favor de que no hay trabajo y el hambre está. Y, encima, falta organización social para ordenar lo que se puede ordenar y para remar, pero en grupo, contra la corriente que nos empuja hacia las cataratas.
La situación es grave. Y todos la conocemos. Hay que modificarla. No es fácil. Pero hay que hacerlo. Ya no sirve postergar. Ni admitir que todo está podrido y entonces no hay remedio.
Hay que exigir y reclamar donde corresponde. Con energía, convencimiento y sin temor. Es posible hacerlo. Hay que organizarse de una vez. Para recuperar el orden y la justicia perdidos. Pero no el orden de militares asesinos ni la justicia de los corruptos. Hay que recuperar el orden y la justicia de los prudentes, los sensatos, los normales.
En tanto, no se le ocurra ir a la plaza o parque con sus hijos ,sobrinos o nietos porque el ochenta por ciento o algo más, están usurpados, intrusados o como prefiera denominarlo, por indigentes, vagos y mal entretenidos, cirujas, borrachos, vendedores de cualquier cosa y desesperados. Además, los niños dejaron de ser, por imperio de la Crisis, los únicos privilegiados y se quedaron sin plazas ni parques, ya no son para ellos. Ahora, los únicos privilegiados son los de más guita. Precisamente los que tienen la razón. Siempre la tuvieron y cada día se nota más. Así se aíslen en countries y barrios exclusivos.
Y si va a pasear a la Capital no se le vaya ocurrir, tampoco, recorrer la peatonal Florida los fines de semana al anochecer: Es zona peligrosa y ganada por todo tipo de buscas y vendedores ocasionales y una mugre impresionante. Si la conoció antes, cuando era la orgullosa Florida, seguramente no la reconocerá. Y es natural, ésta Florida es un cocoliche que nada tiene que ver con la otra Florida. La que destruyó el paso devastador de la Crisis. Como tantas otras cosas veneradas que tenían relación con nuestra identidad en vías de extinción.
Es cierto, cada uno se la rebusca como puede. Y está bien. Eso, si no perjudica a los demás.
Tienen razón. Pero, ¿cómo dársela? Si también tienen hambre y no tienen trabajo.. Y a veces se la rebuscan mal. Igual que los de más guita. Que siempre tienen razón, Aunque no tengan.

(AIBA)