Trabajar
para cambiar
Por
Jorge Carlos Brinsek
En
la tarde del viernes, en la Plaza de Mayo, en el centro de una ciudad
que ya había quedado casi desierta desde el mediodía,
miles de activistas enrolados masivamente en movimientos de izquierda,
desocupados, derechos humanos y, desde luego, asambleas barriales,
pudieron, en paz, expresar su disconformidad por la realidad actual,
evocar a los caídos del año pasado, e insistir por enésima
vez su consigna: "que se vayan todos".
Fue, por fortuna, algo muy distinto a lo ocurrido doce meses atrás.
Salvo ligeras rispideces y algunas detenciones preventivas (en algunos
procedimientos en el interior se secuestraron verdaderos arsenales)
todo transcurrió en orden. No hubo saqueos y prevaleció
el sentido común y la tranquilidad.
Y, sin embargo, algo faltó. Al menos en Buenos Aires, una urbe
de más de 12 millones de personas prefirió permanecer
al margen de las decenas de miles que marcharon, disciplinadamente,
para hacer oír su voz. ¿Fue miedo, prevención
o simplemente falta de motivación a la convocatoria?
Probablemente haya sido un poco de todo. Ciertamente el discurso de
la mayoría de los líderes que motorizan este tipo de
demostraciones no deja de intranquilizar. Las banderas del Che Guevara,
de los movimientos guerrilleros de izquierda que ensangrentaron la
Argentina en la década del 70; las pancartas a favor de Enrique
Gorriarán Merlo, y otras expresiones no francamente democráticas,
actuaron como un revulsivo natural de una sociedad muy especial como
la nuestra.
Otras veces la comparación se ha hecho en esta columna. En
una elección hacen falta aproximadamente 160.000 votos para
conseguir un diputado nacional. Ayer, aunque hubo una multitud en
el histórico paseo, ni aún los cálculos más
exagerados pudieron situar a la concurrencia en la cuarta parte de
esa cifra.
Es indudable que le queda, a la izquierda, un largo camino para recorrer
en procura de captar la masiva adhesión que necesitan si es
que, algún día, aspiran a llegar -por la voluntad de
las urnas- a los ansiados puestos que tanto ansían en sus vehementes
proclamas de gestión popular.
El año pasado, por el contrario, como consecuencia del hartazgo,
millones de personas salieron a las calles a decir basta. También
lo hicieron los que tenían precisas directivas de convertir
esas expresiones de descontento general, en una masacre. Como suele
ocurrir, cuando comenzaron los disparos, el grueso de la sociedad
volvió a sus casas; los profesionales del terror siguieron
haciendo su execrable "trabajo" y los militantes contestatarios
de siempre, pagaron con sus vidas su fervor por la búsqueda
de un mundo mejor que, infelizmente, está muy lejos de sus
ilusiones.
Después de esos terribles y dolorosos días, comenzó
a surgir una incipiente llamita de participación popular. En
los cálidos anocheceres de las plazas metropolitanas y de las
principales ciudades del país, tuvieron su nacimiento las asambleas
de vecinos para discutir la esencia misma de la política y
las posibilidades de crear movimientos de participación para
acabar con la corrupción y los viejos vicios.
Con velocidad eléctrica los partidos políticos, pero
en particular la izquierda, se adueñaron de esos movimientos
y trataron, en vano, de imponer su gimnasia dialéctica muy
distinta a la que esperaban encontrar los vecinos. El resultado volvió
a ser el previsible: el grueso de la gente volvió una vez más
a casa y las asambleas quedaron en manos de las caras conocidas, de
los más jóvenes, quizás los más puros,
pero no necesariamente los más escuchados.
Los políticos veteranos supieron replegarse -como lo hacían
cuando los golpes militares- recompusieron sus chamuscadas plumas
y luego de pasar el vendaval, volvieron por las suyas como si nada
hubiera pasado: el escándalo de la elección radical
(donde la ciudadanía también volvió a estar ausente)
es prueba de esta situación.
Pero en fin, así son las cosas. El Presidente invitó
ayer a quienes acudieron a Plaza de Mayo a sumarse a trabajar para
atenuar las necesidades de sus compatriotas más desamparados.
No es un mal punto de partida para alcanzar lo que quieren cambiar.
(AIBA)