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humanístico
Se
nos fue Barylko
Por
Juan Alberto Yaría (*)
"El
sufrimiento se me ha instalado para que aprenda a vivir y deje de
saber. Ahora estoy aprendiendo a vivir, desde esta cama de sanatorio
contemplando el techo". El Significado del Sufrimiento - Jaime
Barylko
En
la vida hay milagros. El milagro es conocer gente significativa, diferente.
Sabios. Sabios en el vivir. Tuve la gracia de Dios de conocer al profesor
Jaime Barylko, fallecido el 24 de diciembre. El me enseñó
muchas cosas, fundamentalmente me enseñó a vivir. Afectado
de un cáncer de médula incluso desde ahí él
filosofaba: "acostado junto a un aparato de hierro de cuya altura
una bolsa de plástico me infiltra gota tras gota, y ahí
mismo es posible el alma, porque también eso es alma, también
eso es vida, también eso es Dios".
Así enseñaba; como aún sometido a la quimioterapia
y luchando contra el cáncer, que el sufrimiento lo ayudaba
a vivir mejor. "El sufrimiento es una convocatoria a pensar qué
se vive y a vivir qué se piensa, es un llamado a la autenticidad",
decía en una de sus obras.
Recorrimos juntos la provincia de Buenos Aires durante cinco años,
desde 1995 al 2000. Dimos más de 200 conferencias en más
de 100 municipios. Mi intervención era sobre la prevención
social de las adicciones y la formación de líderes sociales,
padres y jóvenes en esta temática. Barylko hablaba sobre
"la búsqueda y el encuentro de valores perdidos".
Teatros llenos lo seguían. Todavía hoy recuerdo en los
veranos de la costa cómo la gente dejaba las playas y las salas
quedaban chicas para escucharlo. En mi retina todavía están
vigentes las noches cálidas de verano en los jardines de la
casa de Victoria Ocampo en Mar del Plata, donde desplegaba su humanismo
trascendente llegando al corazón de todos.
El me agradecía haberlo puesto en contacto con gente de los
suburbios que vivían en villas de emergencia, asentamientos
transitorios, viviendas precarias en donde desde la asociación
vecinal a la iglesia convocaban a las distintas organizaciones barriales
que luchaban por una vida mejor para ellos y sus hijos. A mí,
mientras tanto, me sorprendía cómo él podía
entusiasmar a gente que ni siquiera había terminado la escolaridad
primaria hablándoles sobre las enseñanzas de Sócrates,
Platón o los aforismos de Nietzche. Los elevaba y les hacía
sentir a todos su humanidad. El público en la mayoría
de los encuentros al finalizar sus conferencias se quedaba parado
aplaudiendo durante varios minutos.
En su libro "El miedo a los hijos" mostró el mayor
drama de hoy: la dimisión de los padres de su función
orientadora a los más pequeños. Se adelantó en
varios años (alrededor de diez) a lo que hoy sucede en donde
muchos chicos vagan sin destino, aún teniendo padres, buscando
un límite ya que no lo tuvieron en el lugar adecuado: la familia;
terminando entonces sus huesos frente a un juez, en la fría
comisaría o encontrándose con el propio límite
corporal que impone la sobredosis de drogas y alcohol.
Barylko sufría por todo esto pero su sabiduría le daba
esperanzas, él sabía que el argentino medio se iba a
recuperar de esta deserción. Vivíamos un ciclo triste,
oscuro de nuestra historia. Pero era un apasionado y luchaba para
cambiar esta orientación hacia la decadencia social.
Se confrontaba fervientemente con el pensamiento anarco-libertario
del "hacé lo que te da la gana", "sé
libre" que inundaba pantallas y era casi un tic social. Repetía
el dicho de Nietzche: te pregunto no de qué eres libre, sino
para qué eres libre. Se entristecía por la falta de
sentido que se proclamaba. Libertad y sentido de la vida iban de la
mano.
Sentido y valores también, en su libro "En busca de los
valores perdidos" nos decía que los valores eran como
las marcas blancas en el oscuro camino de la noche; estando ellas
el camino quedaba iluminado; si ellas faltan el camino como la vida
estaba oscuro. Los valores iluminaban nuestra vida. El hombre no los
creaba (estaba en contra del relativismo moral), estaban ahí
y estaban ordenados jerárquicamente. Desde los más trascendentes
hasta los más hedónicos.
Era un fanático del hombre interior agustiniano y del misticismo
judeo-cristiano. Rodeado de luces mortecinas en el sanatorio escribía:
"debes quitarte las vanas cáscaras de tus bienes, de tus
éxitos y de tanta guerra diaria. Vete, vete de tanto ruido".
Al final de sus días decía recordando a Quevedo: "somos
huéspedes, pasajeros en el banquete de la vida y cuando uno
se retira del banquete debe estar contento y agradecer". ¿Cómo
debe vivir un pasajero en el banquete de la vida? Recordando a Machado
nos enseñaba "ligero de equipaje".
Escribí con el corazón. Gracias Jaime por haberte conocido.
Se fue un grande, muy grande.
(*) Director del Instituto de Prevención de la Drogadependencia
de la Universidad del Salvador. e-mail: uds-drog@salvador.edu.ar
(AIBA)