Utopías

Volver a empezar

Por Armando García Rey

Está desinteresada la gente. Eso dicen. Pero no. Está confundida, preocupada, sin entusiasmo, apática. Temerosa está. Ya no tiene líderes, caudillos y tampoco ídolos. Apenas candidatos tiene. Diecinueve son. Cinco con posibilidades. El resto acompaña. Y por ahí se instala en el conocimiento de la opinión pública. Y sirve para otro combate: el próximo.
Entre los diecinueve hay un debutante sin antecedentes y otro lanzado desde otro oficio; el de las armas. Los demás tienen antecedentes. En materia, política, se entiende..
Se trata de expertos en esas lides. No se fueron, están. Se quedaron. Seguirán mientras puedan. Pero algo aprendieron, habrá que ver si lo aplican: ya no hay margen para tanto error. Y menos para los horrores, las promesas incumplidas o traicionadas. Porque la gente ya no concede con el silencio tolerante. Ahora grita, bulle, brama. Defiende lo que tiene, lo que le dejaron, ejerciendo el derecho al pataleo.
Te elegí, te acepté por algo. Y no precisamente para que desvirtúes la palabra empeñada. Tengo derecho al reclamo. Y a exigir respuestas. A no sentirme otra vez burlado.
Diecinueve para un lugar. Y cinco con posibilidades para la competencia semifinal. Porque habrá otra, una final, según anuncian, casi sin margen de error, las encuestas serias y también las otras.
Casi coinciden que en la segunda vuelta estarán dos de las tres fórmulas del peronismo. Al que el 2000 no encontró unido, acaso porque Perón quedó lejos, convertido en una valiosa pieza de museo.
Si es así, por primera vez habrá segunda vuelta aquí en la competencia por el premio mayor.
Y también tres fórmulas de un partido dividido en tres. Y acechando otras dos de otro partido también dividido por una crisis que no perdona. Doña Elisa por un lado y Don Murphy por el otro. Y más lejos, siempre según los expertos consultores, una tercera fórmula del radicalismo astillado. Que, para no ser menos que su principal rival político -el peronismo- se dividió por tres. Con Leopoldo Moreau, el que va por dentro -del Partido, claro-, ubicado en el último lugar en las preferencias de su propio público radical. Y aparentemente fuera de competencia esta vez..
Como turco en la neblina. Así está la gente. Lo mismo que los analistas de afuera. Que no entienden porqué se dividen los del palo sin son del palo y el adversario es otro. O debiera serlo normalmente.
Peronistas y radicales coinciden esta vez en pelearse como perro y gato. Pero no unos contra otros sino para adentro, en casa, entre ellos mismos. Es curioso. Y anormal. Y ya no podrá sostenerse, en el caso de los peronistas, que "mientras nos peleamos nos reproducimos, nos multiplicamos". El 2000 no los encontró unidos sino separados a peronistas y radicales. Con el general muy lejos e Irigoyen todavía más.
Nadie se atrevería ahora a vocear "la vida por Perón" o "adelante radicales". Sonaría extraño. Lo sería.
A la gente se le perdió el entusiasmo. La ganó la desconfianza. Pero sabe, en general, que debe votar. Y que ahí, en el cumplimiento de una obligación ciudadana, nace un derecho: el de exigir y reclamar que los elegidos realicen lo que prometieron, a través de los mecanismos democráticos correspondientes.
Diecinueve candidatos son. Uno quedará. Será en la segunda vuelta. En el desempate. Y habrá otra historia. En la que los que se quejan y protestan ya no harán por los rincones, los pasillos, la oficina, el bar de la esquina o la mesa familiar. Será una nueva especie que apareció en la crisis: la de los que ejercen por sí el derecho al pataleo. Con energía, convicción y sin tanto prejuicio o temor.
Peor de lo que nos fue no nos puede ir. Se acabó aquello de conceder con el silencio, de patalear donde no sirve.
Será otra historia. Si fuera igual estaríamos perdidos.
Se fue un presidente, tuvo que irse. Fracasó rotundamente. No hizo siquiera algo de lo que había prometido hacer y era necesario hacer. Y curiosamente su competidor electoral debió completar en la emergencia el mandato que inició pomposamente aquel.
El Presidente que se fue había asegurado que "juntos somos más". Pero separó o dividió lo que prometía unir, juntar, sumar.
La gente que ya no tiene líderes, caudillos y tampoco ídolos, perdió el entusiasmo, la confianza. Se dejó ganar por la apatía. Sabe, y si no sabe sospecha, que lo perdimos todo, o casi todo, y no queda otro remedio que volver a empezar. Y no será fácil hacerlo pero hay que hacerlo o estaremos perdidos.
El nuevo gobierno que sucederá al de emergencia seguramente será de transición. Y tampoco será fácil la transición. Requerirá esfuerzos, otros sacrificios, empezar de nuevo. Y controles para que nadie se pase de la raya impunemente.
Lo concreto es que de la crisis, por lo menos ésta, no se sale en soledad ni con malas compañías. La mayoría entiende. Tendrán que entenderlo los que no entienden, no quieren, no les interesa ni conviene.
Que se rompan los cuernos en las cosas superficiales pero no en las profundas donde deben coincidir. Los políticos. Y también la gente.
La democracia requiere elecciones y los elegidos controles. La confianza y el entusiasmo se recuperan.
Volver a empezar no es fácil. Pero hay que empezar otra vez. Ejerciendo, cuando sea necesario, el derecho al pataleo.
(AIBA)

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