La
semana tan temida
Por
Horacio Pagano
El
presidente Eduardo Duhalde no hubiera querido transitar esta semana,
de haber sabido lo que le acarrearía.
Perdió la bandera de la contención social que exhibía
como logro en medio de la vasta crisis de la peor manera: con dos
muertos y cientos de heridos en las calles producidos en refriegas
entre policías y piqueteros.
Fue suficiente para que el fantasma de un "complot" que
atentara contra su permanencia en la Presidencia, desatara sus sensibles
mecanismos de defensa.
Con la carga de considerar a los disturbios como hechos que podrían
reeditar al que hizo tambalear por primera vez su carrera a la presidencia
en 1999, la muerte del fotógrafo José Luis Cabezas,
Duhalde no midió la forma de culpar a la policía de
Buenos Aires por el resultado de la represión.
Se soltó el viernes al calificar de "atroz cacería"
de piqueteros la que habría realizado esa fuerza durante los
sucesos del miércoles y, no saciado con eso, agregó
una andanada de gruesos calificativos contra los policías bonaerenses
que no han sabido alejar las sombras de dudas que los acompañan
desde hace mucho tiempo.
La noche anterior había recorrido personalmente la sucesión
de tomas fotográficas que siguieron la acción policial
contra los piquetes y que hizo pedir a los diarios: sacó las
peores conclusiones.
La crudeza del Presidente al hablar de la que fue su policía
mientras era gobernador, dispersó un brote de silenciosa solidaridad
en el disconformismo entre las otras fuerzas a las que se recurre
para actuar como antidisturbios: la Policía Federal, la Gendarmería
y la Prefectura.
Este escozor obligó a que el titular de la SIDE, Carlos Soria,
pidiera una reunión urgente de la cúpula del gobierno
--sin Duhalde-- para informar la novedad y reencauzar las relaciones.
Este y otro cronista acreditados en la Casa de Gobierno pudieron dialogar
con Duhalde brevemente cuando el viernes abandonaba el edificio, dejando
atrás una de las peores semanas de su gestión presidencial.
Sus frases, cortantes, transpiraron preocupación y enojo por
lo sucedido. Tampoco se percibió esfuerzo en el Presidente
por ocultar su inquietud. Duhalde ha volcado sus pensamientos a tratar
de discernir si la sangre que corrió por las calles de Avellaneda
tiene el olor del "complot" y la contundencia suficiente
como para convertirse en una bisagra de su gestión de gobierno.
Después de los sangrientos sucesos, el presidente se mantuvo
en constante contacto con los gobernadores justicialistas: en la reunión
de La Pampa, el salteño Juan Carlos Romero; el pampeano Rubén
Marín y el jujeño, Eduardo Fellner, lo habían
encarado pidiendo más acciones en procura de dar mayor seguridad.
Ese pedido se tradujo en una mayor dureza en la relación con
los piqueteros a los que la Rosada teme. Aunque este temor fue subordinado
por otro mayor: el cansancio de la gente de verse impedida de transitar
las calles por las protestas.
Al llegar a la quinta de Olivos el viernes, Duhalde se vio finalmente
reconfortado. Desde Washington, Lavagna le aseguró que habrá
misión del Fondo Monetario Internacional (FMI), la que finalmente
llegaría a la Argentina para negociar condiciones de acuerdo.
No es mucho, aunque permitirá que el país no se convierta
en insolvente ante las entidades de crédito internacional.
Todo indica que ese acuerdo contemplará uno o dos años
de gracia a los pagos que la Argentina deberá hacer al Fondo
en concepto de servicios de la deuda.
Además, la Casa de Gobierno tendrá que dar alguna garantía
de anclar al dólar y no interferir la autonomía del
Banco Central para disgusto del ministro de Economía, probablemente
quien más gusta de jugar con los límites de la hiperinflación.
Para final: la semana difícil reflotó la idea de una
posible salida militar en las voces de algunos políticos e
incluso periodistas.
Se sitúan lejos de la realidad. No habrá salida militar
en la Argentina. Unicamente el presidente y el Congreso podrán
poner militares en las calles si llegaran a considerar, y firmar,
que una conmoción hace necesaria su potencia. (AIBA-Infosic)