Utopías
Corrupción,
Por Juan Rey
LA
PLATA, 12 FEB (Especial de AIBA). Si es cierto que quien siembra
vientos recoge tempestades, también lo es que quien se corrompe
termina corrompiendo. Eso, porque se convierte en ejemplo y guía
de futuros corruptos.
Los de guante blanco, con impunidad y protección asegurada, delinquen
despreocupadamente, sin cargo de conciencia. Al fin, la suya es una
tarea habitual, casi un oficio, o un modo de vida. El uso la convierte
en costumbre. Y la libera de presiones y emociones. También de
sobresaltos.
Los corruptos sin guante de ningún color, los pequeños
corruptos sin protección, delinquen nerviosamente al principio.
Con temor y cargo de conciencia. hasta acostumbrarse y perder el miedo
y algún remordimiento. No importa que roben apenas biromes, media
resma de papel oficio, una abrochadora, un paraguas olvidado, unas medialunas,
un vuelto de pocas monedas o cualquier chafalonía. Se llevan
lo que pueden y no es mucho, aunque tampoco sea suyo. No hay otra cosa
para llevarse y al final se acostumbran a llevarse lo que queda si antes
no los descubren.
Unos y otros, con guantes o sin ellos, proceden igual aunque los valores
-los materiales-sean distintos. Los de guante blanco porque pretenden
enriquecerse a costillas de los demás. Los otros porque aplican
la curiosa teoría de robar porque me roban.
Pasa en todos los órdenes y actividades. El corrupto de turno
roba lo que puede, lo que se anima o le permiten.
Aprovechándose, a veces, de la ignorancia. O abusando del dolor
o el desconcierto ajenos.
Es lo que sucede, por caso, en los hospitales y funerarias, donde abundan
los corruptos extorsionadores que se aprovechan de la circunstancial
debilidad del cliente aparentemente obligado. Que encima no se resiste
ni protesta sino que concede porque imagina que no hay remedio ni solución
que la que le ofrecen a precio vil.
Basten un par de ejemplos de la vida real.
En un hospital del sur de la ciudad de Buenos Aires donde más
allá está la inundación, según el tango.
En ese hospital, hay mucamas que advierten a los familiares de los pacientes
que no los pueden dejar solos de noche, ni de tarde o de mañana,
en razón de sus enfermedades. No lo dice un médico ni
una enfermera sino una mucama que, por supuesto, consigue la cuidadora
o compañía ideal por una módica suma como parte,
seguramente, de una pequeña corporación que se desempeña
en el horario de trabajo hospitalario como única forma de redondear
un sueldo menos indigno aunque a costa de alguien que por ahí
padece la misma o parecida situación social. Para salvarse ellos
hunden a otros. Los extorsionan. Son tan corruptos e impiadosos como
los de guante blanco. Emanan el mismo hedor. Aunque recauden infinitamente
menos que aquellos. En este caso cargando las culpas de tanta insolidaridad
al estado desesperante de sus economías.
En otro hospital del sur pero pasando el curso del Riachuelo hay empleados
administrativos que aplican un similar método extorsivo, mezclando
en el mismo lodo a sus propios compañeros que, afortunadamente,
no obran como ellos aunque tengan las mismas necesidades y un sueldo
más que magro.
Le dicen a la señora que cuida al marido o hijo enfermo durante
todo el día que no lo pueden dejar solo en razón de su
enfermedad, así no sepan de cuál se trata. Y ofrecen los
interesados servicios de una dama de compañía de su confianza.
O la suya propia.
Por ahí, es lo que sucedió en este concreto caso, la humilde
señora consulta con un enfermero. Le explica que necesita dormitar
un par de horas, higienizarse un poco, aunque si hay que quedarse se
quedará, porque primero está el familiar querido. Y el
enfermero le preguntará para qué cree que está
él sino para cuidar a los pacientes. Que puede irse porque no
es necesario que se quede.
Y la señora se va luego de comentarle a la empleada extorsionadora
lo que dijo el enfermero. Que inmediatamente recibirá la agresiva
condena de la fracasada acompañante calificándolo de un
hijo de mala madre que le sacó un bocado de comida a su nieto.
Un bocado que ella pretendía quitarle a otra persona a la que
tampoco le sobraba nada.
En ciertas funerarias, jugando con el dolor y el desconcierto de los
deudos ofrecen cajas mortuorias de una madera que no es de calidad y,
mucho menos, del precio convenidos. Pero no es todo. Si el occiso es
ubicado en nicho le advierten a sus familiares que, como en las ubicaciones
preferenciales de cines y teatros, si no se paga un extra de cien pesos
al cuidador del cementerio, el lugar elegido estará indefectiblemente
en la sexta fila, la última, a tres metros y medio del suelo.
Si dobla los cien pesos, como en el cine y el teatro, situarán
el féretro entre la primera y tercera fila, para comodidad de
los visitantes que, así no tendrán que trepar a una incómoda
escalera para arrimar un ramito de flores.
Hay más historias. Muchas. Actos de corrupción y extorsiones
que, para la salud de esta sociedad enferma y corrompida, no hay que
tolerar así uno tenga temor y algo parecido a la vergüenza
y no es. Vergüenza es lo que no tienen tantos corruptos, pequeños
e inmensos, que crecen y se multiplican y contra los que conviene pelear
para no caer definitivamente derrotados.
Es una forma, acaso la más accesible, para recuperar la Justicia
perdida. Esa que consiste en dar a cada uno lo suyo.
Seguro, no hay que callarse más ni tolerar lo intolerable.