El 
            pueblo ¿sabe de que se trata?  
          La 
            Globalización: un pasaje de ida
          Por 
            Horacio García Bossio
          LA 
            PLATA, 14 FEB (Especial de AIBA). Se ha instalado un dogma en la última 
            década que nadie se atreve a refutar: el triunfo final del 
            neoliberalismo, o sea, la victoria fulminante e incuestionable de 
            la economía de mercado. Este dogma tiene seguidores tan fanáticos 
            como los cruzados y apologistas de la Edad Media que daban su vida 
            para combatir a los herejes. Y si recordamos qué nos dice el 
            diccionario sobre el término dogma (fundamento de todo sistema, 
            ciencia o doctrina que se tiene por cierta e innegable) comprenderemos 
            que este modelo de crecimiento basado en los fundamentos neoclásicos, 
            que vuelven a desempolvar el ideario liberal de Adam Smith del siglo 
            XVIII, se ha instalado en nuestra conciencia colectiva como la única 
            salida posible para resolver todas nuestras aflicciones. Nadie se 
            atrevería a proponer otra vía posible para salir del 
            atolladero, so pena de ser tildado de anatema y ser arrojado a las 
            llamas como Juana de Arco.
            Sin embargo, en el seno de los propios países desarrollados, 
            agrupados en el Foro Económico Mundial y reunidos en Davos 
            para analizar la marcha general de la economía, se están 
            cuestionando algunos postulados básicos de este esquema de 
            acumulación, que no resulta tan perfecto ni tan alentador como 
            los profetas iniciales de la globalización anunciaban. El punto 
            esencial de discusión del "modelo" está en 
            la terrible concentración de la riqueza en unos pocos y la 
            pauperización acelerada del resto (el 20 por ciento de la población 
            concentra en sus manos el 80 de la riqueza mundial), generando no 
            sólo pésimas condiciones de vida para millones de pobres, 
            sino que en los términos de la escuela clásica, la concentración 
            de la renta hace que caiga la demanda y el consumo, con efectos negativos 
            para la producción y, por ende, para el funcionamiento "normal" 
            de la economía.
            Por supuesto que estas discusiones entre magnates de la talla de Bill 
            Gates --el todopoderoso creador de Microsoft--, David Rockefeller 
            o George Soros, no giran en torno a imponer el reinado de la justicia 
            social, con una redistribución equitativa de la renta per cápita, 
            sino en analizar si son "políticamente correctas" 
            algunas de las estrategias a seguir para continuar con el modelo o 
            si hay que introducirle leves reformas.
            Es así como entre los más ortodoxos, que insisten que 
            la globalización, funciona bárbaro (para ellos, of course) 
            y solamente hay que perfeccionarla y para los reformistas existen 
            apenas algunos matices de discusión, ya que piensan que se 
            requieren algunos cambios profundos dentro del mismo principio rector. 
            Como dijo alguna vez un viejo político argentino "estamos 
            mal, pero vamos bien". También están los críticos 
            al mundo neoliberal, que sostienen que la globalización no 
            es más que un eufemismo de los ricos para seguir sojuzgando 
            a las débiles economías de los países emergentes 
            y que sólo se vería una luz de esperanza si se produjera 
            una cambio radical del orden mundial.
            Los datos aportados por las instituciones que pertenecen a dicho circuito 
            globalizado (por ejemplo el Banco Mundial) irónicamente avalan 
            ese diagnóstico de una realidad desigual. Sobre seis mil millones 
            de personas que habitan este mundo, 4.800 millones quedan fuera del 
            reparto de la riqueza, ya que 1.200 millones viven con menos de un 
            dólar diario y 3.000 millones sobreviven con dos dólares 
            por día. Un ciudadano del Primer Mundo gana en una jornada 
            de labor lo que otro ser humano, con la misma dignidad que él, 
            pero perteneciente a una nación del Tercer Mundo, obtiene en 
            un año de trabajo. Para asistir a la reunión de magnates 
            de Davos, donde analizaban "... lo mal que está todo..." 
            debían pagar ¡¡veinte mil dólares la inscripción!!, 
            llegando a la conclusión de que "...el mundo está 
            dado vuelta...", mientras tomaban champagne en la pileta climatizada 
            del hotel.
            En definitiva, la desigualdad de oportunidades y de posibilidades 
            entre las naciones (y entre los hombres y mujeres que la sufren) sólo 
            se resuelve con un cambio en el corazón de cada individuo, 
            ya que en el fondo, la injusticia en el reparto de la riqueza se inscribe 
            en una cultura del egoísmo, que desdeña la solidaridad. 
            De allí que no sean suficientes los gestos altruistas aislados 
            si no se inscriben en una red solidaria --a escala personal, social 
            y mundial-- de reciprocidad.