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Que
el beneficio sea para todos
Por
Jorge Carlos Brinsek
BUENOS
AIRES, 24 ENE (AIBA-INFOSIC). La Argentina probablemente sea uno de los
pocos países en el mundo donde se pagan tasas exorbitantes ya sea
por un préstamo bancario o por financiar las compras con tarjetas
de crédito.
El argumento que esgrimen los bancos y entidades financieras para justificar
tremendos desfases (cobran por mes lo que en otras partes se paga en un
año) es que se hallan desprotegidos, o bien presionados por la
legislación local.
Concretamente los bancos están obligados a mantener una gran cantidad
de dinero inmovilizado (encaje) como garantía de su solvencia,
lo cual encarece el crédito. En el caso de las tarjetas, las entidades
están desguarnecidas frente a los deudores, ya que no tienen facultad
ejecutiva para cobrarles sumariamente a los morosos.
Ahora el Gobierno estudia encuadrar los resúmenes de las tarjetas
de crédito dentro de la categoría de documentación
bancaria ejecutable judicialmente, tal cual un cheque o un pagaré.
Es justo que así sea, pero la contrapartida tiene que venir de
las instituciones emisoras rebajando significativamente los gastos e intereses
que cobran por sus servicios.
Sucede que no existe proporción en un país sin inflación,
y aún con deflación, que se paguen intereses del orden del
50 por ciento anual para cualquier compra en cuotas, a lo que se suma
el IVA, y una serie de ítems que nadie entiende, pero que hay que
oblar, que terminan duplicando el valor del artículo según
las mensualidades en que se convenga saldarlo.
Como se dijo más arriba, eso sólo puede comprenderse si,
frente a un incumplimiento de pago, la cobranza resulta imposible, lo
que hace necesario abultar intereses para tener un fondo de reserva para
afrontar esas situaciones.
Pero si se da el visto bueno para que un banco le pueda rematar a un moroso
su casa si no paga el resumen, no se justifica entonces semejante carga
en los intereses o costos "administrativos" que implica el manejarse
con dinero plástico.
Lo mismo ocurre con los bancos en lo que hace a los préstamos y
al dinero en descubierto, esos montos que los clientes están autorizados
a utilizar cuando sus cuentas corrientes están exhaustas y que
luego terminan siendo más caros que si hubieran caído en
las fauces del peor de los usureros.
Los negocios lo son cuando resultan aceptables para todas las partes.
Pero si alguien se queda con la porción más grande de la
torta y el resto comparte las migajas y paga por la torta entera, entonces
algo anda mal.
La clave del retroceso argentino, fuera del tremendo gasto público
y la ineficiencia intrínseca de su administración, es precisamente
el alto costo del crédito, lo cual hace imposible generar producción
y mucho menos desarrollar el consumo.
Comprar con tarjeta de crédito puede ser un buen mecanismo si el
beneficio es equilibrado y ecuánime tanto para el que vende, como
para el que compra y desde luego para el que financia.
Pero si este último se queda con la parte del león, como
se dijo más arriba, las cosas difícilmente cambiarán
sea cual fuere la legislación que se ponga práctica.
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