LA
NACIONALIDAD COMO CONSTRUCCIÓN PERMANENTE
Por Julian Licastro
"La Argentina es un país que no existe".
Alain Touraine
"La patria existe, la patria vencerá".
José de San Martín
Si la comunidad no es protagonista, es víctima
La materia básica de la política es la dinámica
social, con su cúmulo de conflictos, antagonismos y coincidencias
que debe administrar la conducción. Por eso, mientras haya
sociedad habrá política. El problema no es afirmar o
negar esta verdad evidente en la realidad de la historia, sino como
transformar a la propia comunidad en protagonista decidida de la buena
política, en las sucesivas etapas de su desenvolvimiento social.
O sea: un sujeto activo en el sistema de organización y decisión
del país, empezando por las distintas realidades locales que
arraigan a la base del pueblo en una integridad geográfica
y una continuidad histórica, donde se encadenan las generaciones.
En esa expresión territorial originaria los hombres viven y
tejen sus lazos primarios de vecindad, afectividad y modos de realizarse.
La pertenencia cultural es el principio movilizador que promueve y
facilita la vida comunitaria, y que se va perfeccionando con una mayor
toma de conciencia personal y grupal, en la capacidad natural para
producir iniciativas y tomar decisiones. Esto también destaca
la valoración moral del hecho participativo, porque implica
la dignidad de construir el propio destino, asumiendo las tareas y
los riesgos que la indiferencia y la pasividad pretenden eludir.
La comunidad, entonces, es el origen de la vida social y política,
que las mayores integraciones territoriales no invalidan. Municipio,
provincia y nación por un lado, y aún la proyección
a bloques continentales (Mercosur, Comunidad Europea) y relaciones
internacionales, nunca han conseguido borrar el núcleo íntimo
y el paisaje cultural de la comuna o la ciudad de referencia. En cambio,
la necesidad de identificación cultural se acrecienta, ante
la expansión indiscriminada de los espacios geoeconómicos,
establecidos en los crudos términos materiales de dominación
y dependencia, por su incontrastable volumen financiero, comercial
y tecnológico.
Valga aclarar que el eje cultural de la comunidad de base no impone
los caracteres excluyentes de una sociedad cerrada sobre sí
misma, impermeable al intercambio y las mutuas influencias con la
realidad mayor que la rodea. Pero sí supone un grado de coherencia
humana y social capaz de integrar progresivamente a quienes se acerquen
a esta comunidad viva. E incluso, comprende la capacidad de filtro
y defensa de aquellas presiones e interferencias económicas
o mediáticas de los grandes centros de poder, que pueden arrasar
su modo de vida y desarraigar el trabajo de su territorio de pertenencia.
Cuando el trabajo allí es, precisamente, la fuerza común
capaz de construir la prosperidad de todos.
Esencia y existencia del estado-nación
En la alta política el concepto central, sin duda, es la comunidad
nacional, punto de perspectiva válido para observar la realidad
interior y exterior y sus transformaciones incesantes, a fin de responder
con acierto a sus requerimientos y crisis. ¿Por qué
es crucial la categoría de nación? Porque permite armonizar
la participación interna con la expansión externa de
las fuerzas propias y asociadas, única forma de garantizar
libertad y prosperidad; ya que a la inversa sólo hallaremos
aislamiento, pobreza, represión y pérdida del orden
democrático y su gobernabilidad.
Esto
es así porque el desarrollo constante de la especulación
económica y su aparato geopolítico, impone la conquista
permanente de nuevos espacios subdesarrollados respecto a su poder,
para ubicar los excedentes del esquema central aprovechando su ventaja
relativa. Y paralelamente a esa incorporación de facto de territorios
subordinados, sin arrastrar el peso de una administración estrictamente
colonial, "exportar" o transferir la carga negativa de la
conflictividad social del sistema a sus zonas marginales.
Es
obvio comprobar que, ante la irrupción sistemática de
un "imperio sin fronteras", la estructura jurídica
y de poder del estado-nación ha sufrido grandes modificaciones,
pero sigue vigente en su naturaleza esencial de punto de reunión
de los esfuerzos comunitarios para existir con identidad y capacidad
en un mundo complejo y difícil. Por lo demás, en un
país periférico como el nuestro, pero que no abjura
de su pasado de gloria ni de su destino de grandeza, sostener a la
nación como posición central, exige una actitud tenaz,
práctica y constructiva, eliminando las tentaciones extremas.
En
primer lugar, la visión aparentemente "ingenua" que
considera la realidad transnacional como algo técnico, anónimo
y mecánico: fruto del simple juego de las grandes fuerzas económicas
a las que nunca podremos acceder (capitalismo salvaje). Y en segundo
lugar, pero complementando al anterior, la idea "depresora"
que destaca un poder global, tan concentrado y omnímodo, que
no deja espacio para la realización de los proyectos nacionales.
Estas
dos posiciones extremas, precisamente, sólo llegan a triunfar,
si se hacen carne en el estado y la sociedad nacional; y en particular,
si sus malos dirigentes políticos y económicos y sus
malos periodistas, se vuelven voceros de sus contenidos negadores
del protagonismo posible, en la construcción contemporánea
de la nacionalidad. Son los agoreros del fin de la historia, el fin
del trabajo, la desaparición de la soberanía y las "relaciones
carnales" con el poder mundial de turno. Tras su paso, queda
un vació paralelo a la pérdida de las cualidades de
autoestima y esperanza que califican a una auténtica comunidad.
La
soberanía nacional persiste y evoluciona
En realidad, la soberanía nacional persiste y evoluciona, como
lo demuestra la reconstrucción europea que se realizó
rescatando la unidad, disciplina y laboriosidad del respectivo espíritu
nacional y regional, sin exponerla a un enfrentamiento directo con
las grandes potencias del ex - mundo bipolar (EE.UU - URSS), ni con
el poder militar unilateral de este trágico comienzo del siglo
XXI. Las claves fueron la creatividad y la actividad para mantener
y consolidar un lugar singular en el globo, reingresando a las tendencias
innovadoras de la historia, después de la destrucción
brutal de la guerra y aún de la derrota y la separación
territorial.
Estas
son las virtudes a emular, a partir de nuestra idiosincrasia y experiencia,
y en especial superando viejas antinomias y redescubriendo la composición
de las fuerzas sociales productivas, que deben reunificarse en un
proyecto nacional factible. Esta es otra posibilidad que abre la categoría
nacional, cuya manera de planificar, situada en un suelo concreto
y querido, es necesaria para imaginar el futuro con una metodología
democrática. Es decir, un camino propuesto de modo diferente,
tanto a la planificación centralista y totalitaria propia del
comunismo, como al vacío de planes de desarrollo que patentiza
la indefensión actual ante el poder transnacional, que sí
sabe prever y planificar según sus intereses.
El
trabajo práctico que, en lo intelectual y en lo político,
exige la concertación de planes efectivos, nos permitirá
apreciar mejor las bondades de un liderazgo inteligente y previsor,
frente al exceso de discursos ambigüos, especulaciones macroeconómicas
y medidas improvisadas que corresponden a la ausencia de rumbo estratégico.
Porque la nación es la fuente de inspiración e imaginación
creadora para los verdaderos estadistas, apoyados en la conciencia
colectiva del pueblo que tiene cultura política. Cuando este
tipo de mentalidad anticipatoria y alerta falta, y es reemplazada
por la chatura del "día a día", el faro de
la comunidad se paga y su barco se hunde.
Con
este criterio, levantamos la bandera de la nación como razón
histórica, porque es la condición espiritual y territorial
que hace posible el desarrollo socioeconómico por medio del
desarrollo político. Lo opuesto a la nación, en este
punto, es el feudalismo, la simple soberanía patrimonial del
caudillismo retrógrado en el albor del Tercer milenio. Por
eso nos diferenciamos de los que agitan un falso nacionalismo para
encubrir sus falencias y negociados. Además, hoy por hoy en
la Argentina, la nación -depurada políticamente y movilizada
solidariamente-, es la condición material para la sobrevivencia
física de millones de compatriotas perdidos en la exclusión.
La
construcción de más humanidad
La nación es una idea eminentemente constructiva, y dentro
de un orden constitucional real, permite e induce la organización
libre del pueblo; que es lo contrario a la masificación de
las multitudes por una ideología anárquica, sin jurisdicción
territorial ni responsabilidad humana: porque donde reina la anarquía,
ya lo sabemos, reina la muerte. De allí la necesidad de definir
cuanto antes los objetivos principales del país y los intereses
generales a defender, en el ordenamiento equitativo del bien común.
Es el proceso que verifica el nivel de autovaloración imprescindible
para apelar a la autodeterminación y la autoconstrucción,
cuya causa y consecuencia es el poder sumado de la comunidad unida
(la comunidad organizada).
Es
un poder autónomo, no autárquico, dentro de un mundo
condensado y sofisticado definitivamente por la globalización.
Pero es el poder propio que nos permite ser, recuperar lo que hemos
sido y plantear lo que queremos ser, ya que sin proyecto no hay vida.
Las deficiencias del desarrollo asimétrico de la globalización,
nos dan el margen de acción compatible con la reconstrucción
del país y la reforma del Estado. Porque la
globalización no ha querido, o no ha podido instituir un sistema
razonablemente ecuánime de derecho internacional (como para
su época lo estableció, por ejemplo, el Imperio Romano).
El riesgo , en consecuencia, es el "poder ilimitado" para
actuar sobre la naturaleza física y la naturaleza humana, concentrando
riquezas y miserias de un modo desbordado, cuya conclusión
puede ser el maniqueísmo y la opción excluyente por
la fuerza.
La
nacionalidad fue y es una idea y un hecho histórico apto para
"la construcción de más humanidad". Un existir
común surgido de un mito revelador fundacional y por lo tanto
cargado de sentimientos, sugestiones y expectativas humanas. Una construcción
permanente, y por eso pendiente, de las generaciones de ciudadanos
que la integran como una expresión superior de la propia vida
familiar, laboral y cívica. Nadie puede realizarse plenamente
en una nación que no se realiza. Pero todos recibimos nuevas
fuerzas personales, cuando la comunidad caída se levanta y
se pone otra vez en marcha. Allí comprobamos que, más
fuerte que la preocupación del analista, es la certeza del
héroe.