Bueno
o malo
por
Rodrigo Ramallo
Leyendo
algunos avisos clasificados sobre trabajos ofrecidos, me llamó
la atención uno en particular que hacía referencia a
la búsqueda de personal destinado a la atención en un
maxiquiosko. Me interioricé en dicho aviso y pude llegar a
saber que consistía en un trabajo de doce horas diarias, seis
días a la semana y con un sueldo de ciento cincuenta pesos,
entre otras cosas. De más está decir que ese monto no
incluye aportes, obra social, etc..
Me pregunto: alcanzan ciento cincuenta pesos para mantenerse a uno
mismo o, en el peor de los casos, mantener una familia? (teniendo
en cuenta que a esa remuneración habría que restarle
viáticos como traslado hacia el lugar de trabajo y comida,
por ejemplo).
Pero es lógico que encontrar trabajo, en épocas como
ésta, o conservarlo, aunque sea sin vacaciones y con un salario
muchas veces inferior a un "Plan Trabajar"; se celebrase
como si fuese un milagro ya que el miedo al fantasma de la desocupación,
a convertirse en un "fracasado", se torna inevitable hoy
en día.
Me gustaría que lea con detenimiento el siguiente testimonio
sobre las condiciones laborales de un obrero algodonero de Pensylvania,
EE.UU., a principios del siglo XIX, a comienzos de la Revolución
Industrial :
"Nuestros patrones nos obligan, en esta época, a trabajar
desde las cinco de la mañana hasta la puesta del sol, es decir
catorce horas diarias con una interrupción de una hora para
la comida; quedando trece horas de duro trabajo. Volvemos por la mañana,
al trabajo tan fatigados como cuando lo dejamos. Sin embargo por cansados
y débiles que nos encontremos, debemos trabajar ya que nuestras
familias morirán de hambre, pues nuestros salarios bastan a
duras penas para procurarnos lo estrictamente necesario." [Peter
Mathias, The first industrial nation, s.e.]
En definitiva, "el derecho laboral se está reduciendo
al derecho a trabajar por lo que quieran pagarte y en las condiciones
que quieran imponerte" [Eduardo Galeano, Lecciones contra los
vicios inútiles].
Pero volviendo al trabajo que le comenté de ciento cincuenta
pesos, la decisión es simple: aceptarlo o rechazarlo, total,
la cola es larga.