REFORMA
POLÍTICA O SIMULACIÓN PACTISTA
Por Julián Licastro
"¡Argentinos
a las cosas!"
José Ortega y Gasset, 1940.
No hay reforma política
sin proyecto nacional
La historia institucional argentina está plagada de intentos
de reforma agotados en el mero ensayo o la declaración, cuando
no ejecutados fugazmente para atender a una determinada coyuntura,
sin conciencia de permanencia y de futuro. Leyes completas y artículos
constitucionales con nombre y apellido, y por lo tanto inmolados al
caudillismo, el pactismo y la conveniencia material de grupos de exacción
política y económica. Hoy esa modalidad ineficaz y recurrente
se reitera, para tratar de salvar a la mala dirigencia de la justa
indignación popular, en uno de los períodos de mayor
crisis de la representatividad y fractura respecto de la sociedad
en su conjunto.
Una vez más vuelve a faltar el proyecto definido y el marco
operativo confiable para procesar la reforma, partiendo del absurdo
de investir como reformistas a los responsables y beneficiarios de
la decadencia de la política, que debe ser el arte de hacer
posible lo que es necesario para el pueblo. Dirigentes que permitieron
la abrogación del poder institucional por el poder económico
especulativo y se asociaron a él, vía las coimas y prebendas,
dejando inerme a la comunidad. Esta es la base falsa que hará
naufragar el oportunismo del cambio superficial para encubrir que
todo sigue igual, en el fondo del problema (gatopardismo).
Este juicio duro pero veraz no significa adherir a su contraparte
necesaria en el escenario virtual de la actuación política
(la videopolítica). Porque el recitado de la moralina no tiene
real consistencia para producir el cambio, siendo distinto de la demostración
de la ética pública ligada por íntima convicción
a una estrategia de reconstrucción nacional. Aquí está
la clave de una reforma política verdadera, destinada a acompañar
en el tiempo la nueva acumulación de fuerzas, capaz de edificar
el poder propio del país.
Faltan
ideas grandes y serias para esta reforma, que no es una simple enumeración
de fusiones y recortes de estructuras o modos diferentes de reimponer
la partidocracia caduca, suavizando los aspectos más irritantes
de su incompetencia y corrupción. Faltan ganas de cambiar.
No hay auténtica voluntad transformadora y esto es lo peor
de la actual situación, porque la crisis reúne riesgo
y oportunidad y si la oportunidad no se aprovecha para motorizar los
cambios profundos y vencer la inercia, el riesgo es lo único
que queda y se convierte en desastre seguro.
Superar
la crítica banal y ver lo orgánico
Es preciso trascender la crítica banal que se efectúa
a la política en bloque, sin distinguir lo bueno de lo malo,
lo que revela pereza mental, ignorancia de los rudimentos de la política
o en el otro extremo, manipulación ideológica de la
opinión de base. Por el contrario, hay que superar lo trivial
para ir a lo sustancial, percibiendo los viejos modos organizativos
que
fracasaron y advirtiendo la falta de nuevos modos organizativos que
puede frustrar la reconstrucción política y estatal.
Porque lo negativo no se reduce a la acción individual de algunos
malos dirigentes, ni se concentra en la pueril satanización
de la política como arte de la conducción, sino que
se expresa más arraigadamente en todo un sistema de relaciones
y métodos que hay que revisar y recambiar.
La
participación como hecho social imprescindible en la comunidad
organizada se debilitó en la Argentina de las últimas
décadas, dejando a los partidos políticos como actores
exclusivos de la vida civil. Estos, a su vez, reaparecieron después
de la dictadura sin actualizarse en absoluto respecto de los cambios
mundiales en los marcos geopolíticos, económicos y tecnológicos.
Así, dejaron de ser "fuerzas políticas" protagonistas
de un Estado activo para garantizar la ecuanimidad del poder y la
riqueza, sometiéndose a factores extraños, sin contrapartida
por presencia real y capacidad negociadora, para asegurar adecuadamente
lo nacional y lo social.
Dejaron
de ser estructuras directrices, con ideas claras, personalidades orientadoras
y despliegue territorial integrado a las distintas realidades locales.
Y retrocedieron a la categoría insuficiente de instrumentos
electorales, disolviendo sus distintos perfiles doctrinarios y conductas
operativas para igualarse en el pragmatismo sin ideales y el internismo
sin abnegación. Desplazada la militancia por "los operadores"
y los cuadros territoriales por el centralismo mediático, la
base desestructurada involucionó al papel de miles y miles
de espectadores pasivos y luego de estruendosos manifestantes. El
circuito correcto de la política: doctrina, liderazgo, formación
de cuadros, militancia integral se revirtió a un círculo
vicioso: publicidad, grupo de influencia, sectarismo y clientelismo,
en una forma tributaria del mercadeo comercial que le sirvió
de ejemplo.
Con
esta defección de lo fundamental, fue fácil completar
el dominio de la actitud especulativa que terminó en la captación
del poder ejecutivo, la destrucción del estado, la complicidad
del poder judicial y la tolerancia del poder legislativo con la pérdida
de la capacidad de generar leyes, que pasó a mano de los "lobies".
Como resultado de la anulación de las instituciones, la estructuración
republicana se hizo añicos, lo que determina el carácter
de la reforma como depuradora y reconstructora desde cero.
Saber concebir políticas de Estado
"Ser" una fuerza política implica algo distinto a
"estar" en la política. No se limita a los aspectos
cuantitativos como la logística, el aparato, la encuesta y
el número comicial. Esto es necesario para la alternancia propia
del orden democrático, en particular cuando responde a un buen
entramado comunitario en el territorio, pero no basta. Es necesaria
la faz expresiva, responsable de los contenidos conceptuales y simbólicos
transmisores y retransmisores de ideas, sentimientos y valores que
se hacen prisma en una estrategia de construcción. Y se completa,
dentro de los aspectos cualitativos, con la naturaleza y forma de
participación social y ciudadana que cada fuerza tiene que
promover, incorporar y encauzar.
Sólo
entonces la democracia se hace efectiva, purgando el campo de la mala
praxis política, que ejerce este régimen al revés,
utilizando sofismas y argumentaciones hipócritas y falsas para
"vender" la apariencia y no propagar la verdad que, junto
a la justicia y la esperanza, determina la presencia armónica
de la autoridad. Sin ella no hay solución ni salida. Hay rutina
e inercia, sin contención ni respuesta específica de
las instituciones genuinas del sistema.
La
cantidad y la calidad, cuerpo y alma de una fuerza política
que se precie de serlo, confluyen en la cultura comunitaria de un
pueblo, ya que la solidaridad y la práctica positiva de los
valores posibilitan no sólo la paz social sino la prosperidad
económica y una imagen seria y responsable en el concierto
de las naciones. Se trata pues de saber concebir políticas
de Estado, que son medidas concretas de bien común. Y de reformular
y recrear estructuras orgánico-funcionales como herramientas
útiles para lograr los objetivos y las metas de estas políticas.
En
la Argentina de hoy los partidos están ausentes y sus dirigentes
sobreviven escondidos de la multitud. Esta, a su vez, no puede conducirse
sin conductores, por lo que debe descubrirlos y respetarlos, asegurándose
al mismo tiempo nuevas formas de expresión, representación
y control más estrechas y efectivas. Para eso hay que terminar
con una imputación de culpabilidad muy diseminada, que no permite
armar un espacio de reconstrucción civil y, por lo tanto, juega
conciente o inconscientemente al agravamiento del caos y la violencia.
La
política explícita y la restauración de la credibilidad
El proyecto nacional definido y las políticas estatales explícitas,
junto al coraje requerido para ejecutarlas, ayudarán a restaurar
la credibilidad en el plano interno y externo. En cambio, el doble
discurso, por el camino del absurdo, cava la tumba del punterismo
marginal devenido en supuesto estadismo. Mientras tanto, en la ineptitud
y la ambigüedad, sigue creciendo el código del hampa especulativo,
que destruye toda posibilidad de diálogo social institucionalizado
y pacífico, como el intentado recientemente por la Iglesia.
La
"legalidad" importada del sistema central encubre la ilegitimidad
en los países periféricos, donde al subdesarrollo económico
le corresponde el subdesarrollo político y legal. De este modo,
la inversión en el extranjero, vía crédito bancario,
se transforma aquí en fuga de capital. Y la "ética
capitalista" que en los grandes países sostiene la gobernabilidad
del sistema, otorga en la mentalidad colonial permiso irrestricto
para la práctica monopólica, los precios abusivos, la
corrupción masiva y la evasión fiscal.
Nada
hay más urgente que acabar con este tipo de legalidad engañosa
que envuelve el ejercicio descarado de concepciones económicas
y financieras ilegítimas, para impedir las perpetuación
de males endémicos de la vida argentina. Por eso, la expresión
en un texto de la reforma que ansiamos, no puede actuar como literatura
cosmética de daños irreparables, sino sintetizar el
espíritu de liderazgos verdaderos, en directa coordinación
con la decisión sustentable del pueblo, para transformar de
raíz muestras estructuras políticas.
Es
menester abandonar las abstracciones inconducentes en el campo de
la conducción y las posturas declamativas en el plano de la
gestación legislativa, imprescindibles para inaugurar un futuro
argentino diferente. Tal es el espíritu contenido en la cita
del ilustre español que preside estas reflexiones, porque al
terminar su viaje a nuestro país, concluyó con una admonición
tan precisa sobre el alma nacional que conserva toda su vigencia.
Ella nos manda a los argentinos definir y concretar para obrar con
sentido práctico y efectivo, a fin de lograr resultados favorables
para nuestro destino común.
Este
texto se realizó sobre la base del artículo "Identidad
política y nuevas formas de representación", escrito
en colaboración con la Dra. Ana María Pelizza en junio
de 1989.
Buenos Aires, abril de 2002.
julianlicastro@yahoo.com.ar