¡Buenos
días, pesadilla!
Por Javier Guevara, director
del semanario Nuevo Cronista de Mercedes
El laboratorio neoliberal se derrumbó. Los dogmas del experimento
consistieron en sostener que la introducción brutal de fórmulas
de mercado bastaban para mejorar la gestión de los asuntos
y empresas públicos, y por ende, de la economía; y que
las demandas del capital bastaban para guiar e incluso sustituir a
la política.
El sistema, durante la inyección de capitales de la fiesta
privatizadora, y en base a un creciente endeudamiento, funcionó.
Pero no se creó ningún círculo virtuoso de crecimiento
y producción autosustentable. Al cabo del agotamiento de la
burbuja especulativa, quedó una economía que no adquirió
competitividad alguna, ni produce conocimientos ni tecnologías
de especial relevancia económica en el "mercado globalizado"
al que se lanzó. Para colmo ha perdido todos los antiguos instrumentos
para "autorregularse"; está a merced de la vorágine,
de las turbulencias permanentes de los flujos financieros internacionales.
La crisis se desbarrancó hasta el extremo de quebrarse el marco
de relaciones capitalistas: los bancos dejaron de honrar sus compromisos,
el Estado dejó de pagar sueldos y cuentas a proveedores, mientras
particulares y empresas a su vez dejaron de pagar impuestos. El reparto
regulado de riqueza dejó de respetarse, y comenzó a
regir una lógica de apropiación forzoza y despojo, de
unos factores sobre otros, dentro del incontrolable laberinto financiero.
Y todavía falta el golpe de gracia: qué pasará
con los fondos del corralito.
Distintos factores nefastos confluyeron para llegar a tal extremo.
Entre ellos, la existencia de una clase dirigente necia y corrupta,
que en unos casos se deslumbró con los falsos fulgores del
modelo, y en otros se enriqueció ilíticamente a cambio
de entregar el país.
En
Mercedes, la dirigencia local colaboró generosamente. Siempre
convalidó cada pedazo de poder otorgado a los nuevos poderes
privados (ferrocarriles, peaje, energía y telecomunicaciones,
etc), y cada gesto de prepotencia de la monarquía neoliberal.
Y en materia de despilfarro en provecho personal, no le faltó
desparpajo: pocos años atrás asistíamos al espectáculo
cochino del aumento de las dietas de los concejales, y a la duplicación
de los sueldos de los intendentes bonaerenses. Además, el incremento
de los sueldos y retribuciones de carácter político
y clientelista fue permanente.
¿Cuántas veces la dirigencia local sin distinción
de partidos hizo profesión de fe en el modelo que se
derrumbó? ¿Cuántas veces apoyó, por acción
u omisión, por convencimiento o por "disciplina partidaria",
el curso de las políticas nacionales?
Es bueno recordar esta humilde pero poderosa contribución en
horas en que se suele incurrir para explicar las carencias locales
en la justificación fácil de apelar a la situación
nacional.
Ahora bien, ¿qué podemos esperar?
Nuestra visión es pesimista. Durante la década de la
convertibilidad, Argentina integró los llamados "mercados
emergentes", producto de la expansión financiera global
y el optimismo político posterior a la caída del muro.
En este periodo se puede hablar de un movimiento hacia los "asentamientos
financieros", es decir, el control directo de los sistemas bancarios
en distintos puntos de la periferia mundial. Fue la "conquista
por el crédito".
El periodo que se inició con el milenio es radicalmente diferente.
La inestabilidad mundial y la creciente respuesta contra el orden
impuesto por los centros imperiales, ha provocado una retracción
de los flujos financieros, y un retorno al tradicional lenguaje de
las armas. Es la época de los "asentamientos militares",
es decir, el control físico directo de territorios pasibles
de ser controlados por difusas y deslocalizadas "fuerzas enemigas".
Los espacios públicos son crecientemente militarizados, y se
recortan libertades y garantías. Los Estados democráticos
más avanzados involucionan hacia un Estado policial de alarma
permanente. Todo conduce incluso hasta el encumbramiento de
un Emperador Idiota es propicio a una confrontación global,
tan devastadora como irracional.
En este marco, parece inevitable la militarización de Argentina.
Derrotados los fantasmas de la subversión y el comunismo internacional,
el pretexto para una suspensión de las garantías constitucionales
puede venir por el lado de la creciente "ingobernabilidad"
y por la evidente escalada de la criminalidad.
Para acabar con el caos y la inseguridad, y el resto de las "amenazas"
posibles, es perfectamente verosímil que Eduardo Duhalde, o
un eventual sucesor, encabece un régimen especial con fuerte
presencia policíaca y castrense en el poder. Y no parece descabellado
que suscribiera "acuerdos especiales de colaboración",
que incluyan asentamientos militares norteamericanos en territorio
nacional.
El
laboratorio neoliberal se derrumbó. Y luego del despojo forzoso
y masivo que provocó, hará falta un orden que "garantice",
aunque sea por la fuerza, la sujeción de la población
a las nuevas reglas.
El falso sueño duró diez años. La pesadilla recién
comienza.
Lunes
15 de abril de 2002