EL
PRESIDENTE NO QUIERE, NI DEBE, NI PUEDE RENUNCIAR
Por Osvaldo Mércuri (*)
Sin beneficio de inventario, medio a la apurada, con todos los inconvenientes
de 4 años de recesión y 24 meses de desgobierno, Eduardo
Duhalde se jugó la patriada de hacerse cargo de los destinos
de nuestro convulsionado país el primer día de este
año que, por lo intenso, parece una década.
No se planteó si era o no el momento, si le convenía
o no, políticamente hablando. Ni siquiera si quería
o no quería. La Patria, el Movimiento, el Pueblo habían
puesto sus ojos y su confianza en él.
Antes, representantes del Justicialismo habían hablado con
los jirones de la Alianza que quedaban en pie, tratando de convencerlos
que el período 1999-2003 era responsabilidad y obligación
de los socios políticos del renunciante De la Rúa. La
respuesta fue el silencio, la evasiva o lisa y llanamente el miedo
a asumir tal responsabilidad.
Es más, muchos de los que hoy juegan al gallito ciego del adelantamiento
de las elecciones -la diputada Elisa Carrió, por caso- recibieron
la oferta de un apoyo sin condicionamientos por parte del Peronismo
si decidían hacerse cargo del gobierno y, por intereses o por
temor, rechazaron el convite.
En este escenario, con la protesta social como marco y las arcas vacías
como argumento de respuesta a las acuciantes necesidades de casi todos
los sectores de la sociedad, Duhalde se hizo cargo de ese país
devastado y desesperanzado que era la Argentina luego de 24 meses
de gobierno delarruista.
Seguramente no era esa la forma en la que él deseaba y esperaba
asumir la Presidencia de la Nación -un dirigente acostumbrado
a consolidar su poder en las urnas, difícilmente se sienta
cómodo con una designación del Congreso, por legítima
y consensuada que ésta fuera-. Pero Duhalde no dudó.
Con la voluntad y la determinación que han caracterizado cada
uno de los actos de su vida política, asumió su responsabilidad
y también su destino.
Desde el momento exacto de esa decisión, desde ese día
de un verano caliente no sólo en lo climático, Eduardo
Duhalde se prometió llevar a la Argentina hasta el puerto de
las próximas elecciones.
Cualquiera que revise su trayectoria sabrá que no está
ni en su espíritu ni en su convicción renunciar a la
empresa que se ha trazado. Y que la magnitud de la crisis, lejos de
asustarlo, lo preocupa pero también lo motiva.
Pero si estas cuestiones no existieran, está la alta responsabilidad
de un hombre que ha dedicado su vida a la política. Duhalde
sabe que ha sido convocado en uno de esos momentos en que la Patria
suele llamar a los mejores y que de él depende, en gran medida,
que recuperemos la confianza en nuestras instituciones, que podamos
renovar la política y que logremos volver al camino del crecimiento.
Y si finalmente la pasión y el deber no fueran suficientes,
está también la condición patriótica de
no cambiar de caballo en la mitad del río.
Duhalde nos ha enfrentado a nuestro mayor temor (la libertad de acción
y de criterio, con lo que esto representa en costos pero también
en beneficios) porque es conciente de que allí radica nuestra
única esperanza.
En el exacto centro de la crisis ha abierto una nueva alternativa
de construcción política para la Nación. Ha construido
un espacio para que, de una vez por todas, zanjemos la histórica
deuda de definir si somos o no un país federal de verdad.
Ha comprometido fácticamente a la mayor parte de la dirigencia.
Ha renunciado al poder centralista para horizontalizar la toma de
las decisiones capitales y ha determinado que podemos caminar por
cualquier vereda, siempre y cuando no sea la opuesta a la que transita
el Pueblo.
Lo que algunos podrían leer como su momento de mayor debilidad
se ha convertido en la demostración de su mayor fortaleza.
Se ha podido despojar de todos los tics y todos los vicios de la política
tradicional y desde esta liviandad de equipaje, ha impulsado un compromiso
con mayúsculas en el que todos los argentinos -pero sobre todos
quienes tenemos responsabilidades de conducción-, estamos involucrados.
La jugada es mayor y la oportunidad única. Si le damos a la
crisis su
sentido de crecimiento, la Argentina saldrá adelante. Si desperdiciamos
esta ocasión no será Duhalde el único responsable.
Porque, en realidad, habremos renunciado todos.
(*) Presidente de la Cámara de Diputados de la provincia de
Buenos Aires