Reforma política y reforma de los partidos políticos
Por
Daniel J. Filloy (*)
En
estos días en que se discute la reforma política como
uno de los resortes de la necesaria renovación de las instituciones,
hemos conocido la iniciativa del gobierno nacional, precedida por
algunos partidos políticos, de proceder a una reorganización
integral de los partidos, comenzando por la declaración de
caducidad de todas las afiliaciones, debiendo procederse a la reafiliación
general de todas las fuerzas políticas nacionales.
Se argumenta que existen graves deformaciones, padrones excesivamente
inflados, afiliaciones dobles o triples, y un sistema corrupto que
permite a quienes lo administran arbitrar la distribución de
cargos y candidaturas. Muchas de estas calamidades son reales. En
consecuencia, la reforma propuesta para los partidos políticos
constituye un desafío y una gran oportunidad.
Sin embargo, la situación descripta se ha originado en una
práctica del clientelismo político que permitió
a dirigentes inescrupulosos incluir afiliaciones en los padrones partidarios
a cambio de ventajas o dádivas. Así, contratos, planes
de empleo, bolsas de comida, chapas o colchones se canjeaban por fichas
de afiliación, luego empleadas para ganar votos en las internas
partidarias. El afiliado normal, el hombre comprometido con la idea
política, o con la tradición partidaria fue perdiendo
incidencia porcentual en los padrones, para ser paulatinamente reemplazado
por una multitud de personas que poco o nada tenían que ver
con el ideario político, y en cambio, militaban en la lucha
por las migajas del poder que se repartía en forma de ayuda
social otorgada a cambio de votar sin saber a quién en una
interna que poco o nada les importaba.
Por otra parte, esta multitud desprovista de apego ideológico,
no tenía escrúpulo para participar simultáneamente
en las elecciones internas de otro u otros partidos, eso sí,
siempre a cambio de alguna ayuda. De allí a la participación
cruzada de dirigentes de un partido en el otro, prestando para la
ocasión la "tropa propia", a la espera de reciprocidad
en casos análogos, hubo sólo un paso. Y ese paso fue
una pena.
Las elecciones internas así planteadas dejaron de ser un procedimiento
idóneo para seleccionar los mejores candidatos y los mejores
dirigentes políticos, para transformarse en una competencia
de aparatos donde el que tenía más recursos y más
poder tenía las mayores posibilidades de triunfo, aunque sus
candidatos no fueran los mejores. Ello condujo al lógico desánimo
de los verdaderos afiliados, que se fueron apartando paulatinamente
de la concurrencia a los comicios internos, impotentes para modificar,
por sí mismos, este estado de cosas.
Por todo ello, la reforma y la caducidad de las afiliaciones es una
valiosa iniciativa que debe ser calurosamente saludada. Sin embargo,
permitir una reafiliación sin condiciones permitiría
a los que han venido usufructuando este sistema reproducirlo más
temprano que tarde, y sin mucha dificultad, al tiempo que la mayoría
de los afiliados auténticos, los ideológicos, difícilmente
volverían a inscribirse, con lo que el problema lejos de arreglarse
se agravaría.
Por lo tanto, proponemos un procedimiento de inscripción en
los partidos políticos completamente fiscalizado por el Estado.
En efecto, los partidos políticos son instituciones fundamentales
de la república. A ellos les corresponde la postulación
de los candidatos a los cargos públicos electivos. su organización
y funcionamiento está previsto en la Constitución y
regulado por ley, tanto en la Nación como en la Provincia.
Por ello, el régimen de su afiliación es asunto de interés
público que no debe quedar librado a las corruptelas y a las
picardías. En tales condiciones, sostenemos que la afiliación
de cada ciudadano a un partido político o a ninguno, es un
dato que debe ser relevado conjuntamente con el resto de los datos
de identidad, por los Registros de las Personas, en cada provincia,
en el mismo momento en que cada ciudadano realiza un trámite
de cualquier naturaleza, ya sea su enrolamiento, cambio de domicilio,
matrimonio, obtención de documento, etcétera.
Los datos así obtenidos deberán ser informados periódicamente
por los registros locales a la Secretaría Electoral de cada
distrito, y con estos datos se formaría un registro permanente
de afiliación a los partidos políticos completamente
depurado y actualizado en forma constante, dado que también
se informarían cambios de domicilio, defunciones y eventuales
renuncias a la afiliación o cambios de pertenencia, con lo
que al darse de alta a un ciudadano en un partido, simultáneamente
se lo da de baja en otro al que perteneciera antes, impidiendo que,
como ocurre en la actualidad, un ciudadano pueda revistar al mismo
tiempo en varios partidos políticos diferentes. El trámite
debería ser simple, rápido y completamente gratuito,
y desde luego estrictamente personal y con la acreditación
de identidad fiscalizada por los funcionarios públicos a cargo
de cada delegación del registro.
En esta primera etapa, ante la necesidad de reafiliar a un gran número
de personas, sería necesario organizar algunos operativos especiales,
pero una vez pasada esta contingencia, el sistema funcionaría
automáticamente así como se va confeccionando el padrón
electoral con las altas y bajas que se comunican permanentemente.
El bajo costo que este sistema ocasionaría es imputable a la
obligación constitucional de sostener el funcionamiento de
los partidos políticos.
Si se avanzara en un camino tradicional, dejando abierta la puerta
a las prácticas habituales, la Nación habría
desaprovechado una inmejorable oportunidad para poner a los partidos
al servicio de la actividad política entendida como la búsqueda
del bien común. (AIBA)
(*) El autor es diputado provincial de la Unión Cívica
Radical.