El
FMI desangra a la Argentina
Por Jeffrey D. Sachs
CAMBRIDGE, Massachusetts. - Cuando estalló la crisis financiera
argentina, atribuí la responsabilidad principal a la Argentina
misma más que a instituciones internacionales como el Fondo
Monetario Internacional. Ahora, medio año después, hay
que rever la balanza de responsabilidades. Aun cuando, en última
instancia, la Argentina es la principal responsable de su destino,
el FMI no la ayuda. Su demora en suministrarle dinero no es el único
problema, ni siquiera el mayor. El gran problema es la escasez de
ideas correctas por parte del FMI.
El
FMI no sabe con certeza qué debe hacer en la Argentina. Sigue
machacando con un solo tema: la crisis económica argentina
es el resultado del despilfarro fiscal, de un gobierno que gasta más
de lo que tiene. Por eso subraya la necesidad de que reduzca sus gastos
presupuestarios. A medida que se agrava la crisis, con una desocupación
altísima y la posibilidad de que este año la producción
caiga entre un 10 y un 15 por ciento, el FMI insiste en pedir recortes
más profundos. Esto recuerda la medicina del siglo XVIII, cuando
se "trataba" a los pacientes calenturientos con sangrías
que los debilitaban aún más y a menudo aceleraban su
fin.
En
los países ricos, este esquema fue abandonado hace unos setenta
años, durante la Gran Depresión. Cuando la producción
se vino abajo, a raíz de la profunda crisis bancaria y financiera
(vinculada al colapso del patrón oro), los ingresos fiscales
en Estados Unidos y Europa cayeron a plomo y los gobiernos conservadores
intentaron reducir los gastos presupuestarios para limitar los déficit.
Esos recortes acentuaron la caída de la producción y
agravaron la miseria económica. En 1936, John Maynard Keynes
demostró que era inútil tratar de equilibrar el presupuesto
en medio de una depresión económica.
El
FMI desoye trágicamente esta lógica en el caso argentino.
El creciente déficit presupuestario de la Argentina no es la
causa del colapso económico que el país viene sufriendo
desde 1999, sino, por sobre todo, su resultado. El déficit
fue relativamente suave hasta 1999, cuando la economía entró
en recesión. Sí, hay un derroche presupuestario, pero
no es la causa de una crisis macroeconómica extrema. La causa
mayor de la recesión no fue el gasto presupuestario, sino más
bien la fuerte devaluación de la moneda brasileña en
febrero de 1999, que quitó competitividad al peso argentino
y creó entre los inversores la expectativa (a la larga, acertada)
de una devaluación similar en la Argentina.
Mientras
los inversores huían del país por temor a una devaluación,
subieron las tasas de interés y cayeron los depósitos
bancarios (entretanto, el gobierno argentino prometía no devaluar
jamás el peso, fijado en una paridad de uno por uno con el
dólar). Esto profundizó la recesión en 2000 y
2001; los declinantes ingresos fiscales llevaron a un déficit
presupuestario cada vez mayor. El presidente Fernando de la Rúa
y el FMI ensayaron la "cura" falsa de los recortes presupuestarios,
aplicada en tiempos de la Depresión, pero era absolutamente
imposible mantener la austeridad con las rentas fiscales cayendo.
El déficit presupuestario siguió ampliándose,
al ir colapsando la economía.
El
método correcto para resolver los problemas de la Argentina
en 2001, y ahora, habría sido poner fin a las especulaciones
en torno a la devaluación. Yo fui partidario de la "dolarización",
es decir, el reemplazo del peso por el dólar; eso acabaría
con el miedo a futuras fluctuaciones de la tasa cambiaria. En vez
de eso, ¡el gobierno argentino cerró el sistema bancario
para que los depositantes no pudieran seguir convirtiendo sus pesos
en dólares!
Pérdida
de confianza
El
cierre del sistema bancario llevó a una pérdida total
de confianza en el país. Ahora, los argentinos emigran a Europa
y Estados Unidos, en gran número, e intentan convertir sus
pesos en dólares en cuanta ocasión se les presenta.
El peso vale cada vez menos y el sistema bancario sigue congelado.
La economía es un cadáver flotando a la deriva.
Ahora,
lo correcto sería restaurar la confianza en el sistema bancario
y la moneda. El mejor modo de lograrlo es dolarizando la economía,
como se debería haber hecho seis meses atrás. Además,
la comunidad internacional debería ofrecer fondos de emergencia
para ayudar a asegurar los depósitos bancarios, con lo que
restablecería una módica confianza en las instituciones
financieras.
Los
bancos internacionales que operan en la Argentina deben colaborar
con el gobierno para que la banca vuelva a funcionar en cuestión
de días, y no de meses. Deberían otorgar a la Argentina
la suspensión total de los pagos de su deuda externa por un
año, seguida de una reducción profunda de su endeudamiento
general. Con los bancos reabiertos, una moneda que funcionase y el
servicio de la deuda suspendido, algunos préstamos a corto
plazo del FMI podrían tonificar la confianza y ayudar al país
a superar su crisis. Sólo entonces el gobierno debería
comprometerse a adoptar una política responsable de gastos
presupuestarios, pero sin recortes drásticos.
En
vez de esto, el FMI recomienda soluciones anticuadas y falsas. Al
centrar su atención en el déficit presupuestario, persigue
los síntomas y no las causas. Formula recomendaciones económica
y políticamente imposibles de aplicar. Le dice a la Argentina
que reduzca drásticamente los servicios públicos, cuando
las escuelas y los hospitales ya están al borde del colapso.
Durante
siglos, hasta que la medicina se convirtió en una ciencia,
los médicos debilitaron o mataron a innumerables pacientes
con sus sangrías. Ya es hora de que el FMI encare su misión
en forma científica y reconozca que, en la Argentina, va por
mal camino. Como resultado de esto, el FMI debe compartir cada vez
más la responsabilidad y la culpa por los estragos que padece
la Argentina.
Jeffrey D. Sachs es profesor titular de la cátedra Galen L.
Stone de economía y director del Center for International Development,
en la Universidad de Harvard.