Se
fue De Mendiguren, el gran extranjerizador
Por
Claudio Chiaruttini
Se
fue sin pena y sin gloria. No hubo conferencia de prensa de despedida,
ni declaraciones grandilocuentes. José Ignacio De Mendiguren
se fue del Ministerio de la Producción sin que su mentor, Eduardo
Duhalde, encontrara reemplazante.
Abandonó su oficina el mismo día que uno de los mayores
holdings argentinos, Quilmes, de la Familia Bemberg, se vio obligada
a vender 37 por ciento de su capital a los brasileños de AmBev
para no morir sepultada por el efecto destructivo que la devaluación
generó en sus activos.
El creador de la idea de "devaluar para que la Argentina saliera
de la crisis" y del "nuevo pacto entre la producción
y el gobierno" vuelve a su silla en la Unión Industrial
Argentina luego de que parte de sus propios impulsores al poder se
fueran hacia la recién creada Asociación de Empresarios
Argentinos.
De Mendiguren dejó el ministerio que le crearon para su uso
y abuso luego de una mega gira por China, que no dejó nada
para la Argentina; sin obtener el seguro de cambio que la reclamaban
los grupos económicos que lo llevaron al poder y con un pomposo
Plan Estratégico que no mereció ni una página
en los diarios.
En su fuero interno, el mayor impulsor de la devaluación que
tuvo el gobierno duhaldista, considera que es víctima de una
"campaña" en su contra, sueña con recuperar
su "pátina de prestigio" desde la central industrialista
y espera, en el mediano plazo, ser elegido diputado nacional por el
peronismo, como ocurrió con Jorge Rial y Claudio Sebastiani.
Ex textilero, millonario (en dólares) y productor agropecuario,
De Mendiguren va a ser responsabilizado por la historia como el mayor
promotor de la internacionalización del sector productivo privado
local, superando en ese rubro a Carlos Saúl Menem y Domingo
Cavallo.
El ingreso de un socio internacional en el Grupo Quilmes es un signo
de derrota de la industria nacional. Los Bemberg estuvieron a un paso
de ser los líderes del mercado cervecero latinoamericano. Los
méxicanos siempre los vieron como los enemigos a vencer. Los
chilenos del Grupo Luksic tuvieron que frenar su expansión
cuando quisieron sacarle una tajada del mercado argentino. Es más,
AmBev se creó para evitar que los Bemberg desembarcaran en
Brasil.
La devaulación puso a la industria nacional en default y sus
activos valen, en dólares, un tercio que hace cinco meses.
Por ejemplo, si un inversor internacional quisiera comprar las 106
empresas locales que cotizan en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires,
incluyendo Telefónica, Telecom, el Banco Galicia e YPF, deberá
pagar poco menos de 18.000 millones de dólares.
Para que tengamos verdaderas dimensiones de los valores que hablamos,
los 18.000 millones de dólares son igual al precio que abonó
Repsol por YPF más la valuación que tenía el
Galicia cuando hizo su oferta de compra el Banco Santander Central
Hispano hace cuatro años.
La debilidad patrimonial de las empresas es evidente, por eso el fondo
de inversión DLJ (Donaldshon, Lufking & Jenrette) se quedó
con la mayoría de las acciones de Peñaflor; el banco
de inversión CMF se hizo con el control de las Bodegas Catena
y Ahold estuvo a un paso de desplazar al Grupo Velox del control de
Disco.
Todas estas operaciones se negociaron en los últimos tres meses,
en medio de un país en default, a un paso de la hiperinflación
y con una recesión que lleva casi cuatro años de duración.
Ni qué pensar en una Argentina saliendo con leves signos de
reactivación, sin crédito local, tasas de interés
arriba del 50 por ciento y con todas las deudas internacionales impagas.
Para peor, la devaluación propuesta por De Mendiguren, sin
plan y sin las medidas proteccionistas necesarias, le robó
a los ahorristas 14.000 millones de dólares de sus plazos fijos
y cajas de ahorro, dejó a todas las entidades bancarias de
la Argentina en quiebra técnica y puso el Producto Bruto Interno
local en el mismo nivel que el paraguayo.
El auge nacionalista de los industrialistas proteccionistas se quedó
a medio camino. Lograron imponer retenciones al campo (sus enemigos
históricos) y a las empresas energéticas. Por suerte,
no llegaron a instrumentar los aranceles de 300 por cientos que tenían
en planes, porque si no, el consumidor se convertiría en rehén
de una docena de holdings que, hoy, son motores de las mayores alzas
de precios y los máximos detractores de las propuestas para
aumentar los salarios.
De Mendiguren logró que los trabajadores argentinos tengan
el mismo costo, para el empleador, que sus pares de México
y Brasil. Sin embargo, los argentinos no comen tortas de maíz
subsidiadas por el Estado o una feijoada realizada con un poroto negro
de valor mínimo producido por el mayor exportador de soja del
mundo.
En dólares, los argentinos ganan hoy tres veces menos que hace
cinco meses. Pero en pesos, su poder adquisitivo ha caído cerca
de 50 por ciento. Peor es el panorama para los más pobres porque
la devaluación y su hijo directo, el default, dejaron al Estado
famélico de fondos, lo que implica que cualquier asistencia
social es insuficiente.
Es extraño que ningún programa de televisión,
esos que crean canciones cuando ven a Domingo Cavallo preso y protestan
porque Carlos Saúl Menem viaja a Chile, sea capaz de poner
la foto de José Ignacio De Mendiguren al lado de la imagen
de los chicos que se desmayan por hambre en las escuelas argentinas.
En este marco, lo poco que queda funcionando, por lo general empresas
privatizadas, tienen sus tarifas congeladas, pesificadas y sus deudas
en dólares. Yacimientos Carboníferos de Río Turbio
ingresó en concurso preventivo y la operación fue devuelta
a un Estado nacional que no sabe qué hacer con ella. Por su
parte, Felipe Solá tuvo que recibir de Azurix el servicio de
agua potable y cloacas que Eduardo Duhalde había privatizado.
No son los únicos casos. Carlos Alberto Reutemann y José
Manuel De la Sota tuvieron que guardar las carpetas de privatización
de sus respectivas empresas eléctricas; la concesionaria de
energía de Río Negro no sabe si podrá seguir
ofreciendo el servicio y Córdoba tuvo que desarmar la venta
de su banco.
Sin duda, José Ignacio De Mendiguren logró su objetivo:
ingresó en los libros de historia. Pocos serán los que
olviden su nombre. Pero es dudoso que, en el futuro, una calle, un
barrio, un avión o un barco lleve su nombre. Quizás,
en pocos años más, De Mendiguren sea sinónimo
de "fabricante de pobres", de "padre de la internacionalización"
o de "robo"... No son pocos en la City los que pronuncian
su nombre como "mendicurren" y todos sabemos lo que hay
oculto detrás de un chiste. (AIBA-Infosic)