La
fortaleza
Por
José E. Velázquez
"La
gran fortaleza de Duhalde, la que finalmente lo sostiene, es la convicción
que tenemos muchos argentinos -sobre todo los sectores independientes-
de que después de él no hay nada, sólo el caos",
fue la terminante reflexión de un preocupado contertulio de
una mesa de café post - deporte. El comentario era de un observador
objetivo, sin interés político en la cuestión,
sólo motivado por el desasosiego que le genera la grave crisis
argentina y el incierto panorama que presenta el futuro.
La mayoría de los presentes coincidieron con la observación
y agregaron, para completar el pensamiento: "si se cae Duhalde
no hay quien tenga autoridad política ni moral como para hacerse
cargo de la conducción del país en esta gravísima
coyuntura. Menos "la" Carrió, que aparece primera
en las encuestas. Ni qué hablar de Zamora
".
Luego, ya ordenada la charla en el intento de hacer futurología,
hubo coincidencia casi absoluta en que, si hubiera elecciones a corto
plazo, el ganador sería -por lejos- "Clemente" o
"José Cacerola". Luego, seguramente sin una clara
mayoría que lo legitimase, imaginaban a Carlos Reutemann como
ganador, amparado en su silencio y en su reconocida laboriosidad.
En la conversación, donde continuaban las coincidencias, alguien
agregó -con agudeza no exenta de ironía- "el silencio
algunas veces es signo de sabiduría y en otras es señal
de ignorancia
".
Lo cierto es que este diálogo, en una mesa para nada contestataria,
se reproduce en muchos lugares del país, mientras se tiene
la sensación de que el presidente Duhalde no tiene una convicción
absoluta sobre las políticas que debe llevar adelante. Su postura
ante el Fondo Monetario Internacional parece exhibir una típica
dualidad que no es exclusividad de él.
Muchos argentinos oscilamos entre la creencia de que el acuerdo con
el Fondo es imprescindible para salir de este marasmo que parece ir
deglutiéndonos -como la ciénaga lo hace con quien se
interna inadvertidamente en ella-, o la envidia que nos provoca conocer
la actitud de la dirigencia de Brasil, que reaccionó en bloque
ante los ácidos comentarios públicos realizados por
funcionarios de calificadoras de riesgo o de Bancos de inversión
de los Estados Unidos, frente a la posibilidad de que sea el izquierdista
Lula quien triunfe en las cruciales elecciones de octubre.
Los brasileños, más allá de sus ideologías
y sus diferencias internas, reaccionaron airados ante la inopinada
intrusión. Aunque las encuestas muestran al reiterado candidato
petista -es la cuarta vez que se postula para presidente y espera
que esta sea "la vencida"- con una intención de voto
de 40%, doblando la del postulante del oficialismo, el médico
sanitarista José Serra, hasta éste se quejó airadamente
de la amenaza explícita de los voceros norteamericanos, que
propugnan el retiro de los inversionistas de Brasil, en una típica
intromisión en la política de un país soberano,
al mejor estilo colonial del siglo XIX.
Esa actitud está en las antípodas de lo que hace la
mayoría de los dirigentes argentinos y muchos que no son dirigentes.
El proverbial egoísmo que ha caracterizado la actuación
dirigencial de las últimas décadas, sumado a la filosofía
del "no te metás" o del "sálvese quien
pueda", se ha evidenciado -en los cuatro meses que lleva Duhalde
en el Gobierno- en la actitud de los gobernadores de algunas provincias.
Como es el caso de De la Sota, Marín, Kirchner y otros a los
que se les ofreció participar del gobierno pero prefirieron
mantener sus "quintitas" y su futuro, dejando que sólo
el solitario habitante de Olivos se queme en el incendio cuyas brasas
encendió Menem, que se hizo abrasador durante el desgobierno
de la Alianza y que, luego de la gestión (¿?) De la
Rúa - Cavallo - Liendo (este último verdadero inventor
del maquiavélico "corralito") se ha tornado inapagable.
Claro que en su egoísmo, alimentado por la desconfianza que
sienten hacia Duhalde, desconocen el verdadero sentimiento de mucha
gente, que descree de los políticos al punto de haber instalado
como máxima aquello tan anarquista y negativo del "que
se vayan todos". "Generalizar es siempre equivocarse",
decía el filósofo alemán Conde Hermann von Keyserling
-autor entre otras obras de "Meditaciones Sudamericanas"-
remarcando el error de emitir juicios globales.
Pero la mezquina actitud de gran parte de la dirigencia justicialista
parece sólo procurar preservarse para un futuro que, mayoritariamente,
los argentinos vemos como complicado y dificultoso. Y es muy posible
-casi seguro- que ese egoísmo actual sea castigado por el pueblo
en aquel futuro que pretenden resguardar.
El economista inglés Alan Freeman, en reciente reportaje aparecido
en Clarín, ha dicho sin medias tintas que el FMI es un mero
instrumento de las políticas coloniales de los Estados Unidos,
de cuya voracidad imperialista da cuenta el desmesurado castigo infligido
a Afganistán por "la agresión terrorista a las
Torres Gemelas", cuando todo indica que el verdadero motivo de
la invasión yanqui era el petróleo y el opio, como también
el dominio geopolítico de la región, apuntando hacia
China y Rusia. Ello no es menos cierto que la evidente participación
en el golpe que intentó -y estuvo a punto de lograr- derrocar
a Chávez en Venezuela, lo cual fue abortado por una reacción
de la dirigencia venezolana parangonable con la que protagonizó
la brasilera.
Es claro que esta visión, que es muy posible que esté
muy próxima a la realidad, no es fácil de contrarrestar
por un país que ha sido literalmente devastado, política,
económica y socialmente. Y que también ha sido aniquilado
moralmente. Al extremo de que un número creciente de ciudadanos
-seguramente bien intencionados, convencidos por una prédica
constante- cree que sería una adecuada salida aquello que recomendaba
otro economista, Dornbusch; esto es, instalar "gerentes"
extranjeros para manejar el país, porque los argentinos no
sabemos cómo hacerlo. Ignorando, claro, la ingerencia y la
cuota de responsabilidad que ha tenido el FMI en las políticas
económicas que desembocaron en esta crisis cuasi terminal.
Claro que si los argentinos intentáramos gobernarnos con independencia,
al estilo de lo que podría ser Lula en caso de triunfar en
Brasil, el rigor de la sanción sería descomunal. Más
como es el estilo Bush, que parece querer revivir la época
del "garrote" americano.
Sin embargo, sea una u otra la visión: la del Fondo sí
o la del Fondo no, el presidente Duhalde debería decidirse
y llevarla adelante con total convicción. Aún -si lo
de Lula, Chávez o Freeman constituyeran su ejemplo- poniendo
en práctica aquello que alguien dijo: "es preferible morir
de pie antes que vivir arrodillado". O acordar plenamente con
el Fondo pero sin las debilidades o las culpas exhibidas durante estos
últimos años. Allí podría radicar su verdadera
fortaleza.
(AIBA)