¿Qué
es lo que hay que hacer?
Por
Juan Rey
La
bomba está activada. Y se escucha el estremecedor repiqueteo
monocorde del reloj. Tic, tac, tic, tac
¿Qué hay que hacer que esté bien hacer? Parece
un juego de palabras. Y no es. Las cacerolas ya no sirven: fueron.
Y tampoco la violencia: ya hubo. Y fue peor. Sumó otra injusticia:
la de la locura, el desequilibrio, la propia mano. Y no resolvió
el problema. Lo agravó. Así algún vengador o
justiciero se haya sentido saciado.
Culpables hay. Siempre hay. Pero la justicia es morosa. O inservible.
Culpables hay. Se ocultan, no aparecen, no los encuentran, no los
buscan. Y están. Robaron para otros y también para ellos.
Pero el botín desapareció. Falta el cuerpo del delito.
La prueba. Aunque hay indicios demoledores y no existan culpables.
Al menos para la ley. La de estos hombres que hasta le hurtaron la
mayúscula. Y están bajo sospecha. Como tantos otros.
El archivo de la memoria se remite a los conductores del Proceso de
Disolución Nacional y a su ideólogo económico,
José Alfredo Martínez de Hoz. Aquel demoníaco
pensador que imaginó que si no había aquí se
conseguía afuera y más barato. Así inició
el camino hacia la actual globalización de la injusticia.
Acaso hubiese culpables más atrás. Y seguramente los
hubo después; en la continuidad de un proceso impiadoso, con
fijación en el lenguaje de las cifras. Pero sus nombres y apellidos
quedaron disimulados en el tumulto. Aunque permanezcan en el archivo.
Domingo Cavallo fue el más ilustre. Mucho más que sus
predecesores. Es el más notorio y el más cercano. Y
quien abrió más heridas. Ahora está preso. Por
una parte de su culpa y no por su totalidad.
Lo cierto es que, desde hace tanto, nos vienen robando, saqueando
Nuestro esfuerzo, los ahorros, los sueños, las conquistas y
derechos.
Lo hicieron y lo hacen a la luz del día y frente a la multitud.
Lo hacen sin problemas. Se quedan con las vaquitas y nos dejan con
las penas. Y las vaquitas, las ajenas, se esfuman como por arte de
magia. Y no hay cuerpo del delito.
¿Qué hay que hacer que esté bien hacer? Se escucha
el tic tac , tic tac. Y uno tiene miedo porque ya vivió otras
explosiones. Y lo salpicaron las esquirlas. Aunque el tiempo y la
distancia hayan restañado algunas de las heridas, ahora reabiertas.
La historia se repite. Y también las estafas, aunque cambie
el método.
Los mansos están nerviosos, sobresaltados. Enojados, golpeados,
azorados. A punto de estallar.
Los Martínez de Hoz, los Cavallo y varios más y sus
representados ocultos o a la vista robaron para otros. Y de paso para
ellos. Facilitaron negocios. Y agotaron nuestra capacidad de reacción.
O la están poniendo a prueba.
¿Qué hay que hacer que esté bien hacer? Para
que nos reintegren lo que nos robaron el Estado o los bancos o el
Estado y los bancos. Los ahorros bien ganados. Y a la vista. Esos
que no estaban escondidos en un cajón de la cómoda,
entre las camisas o la ropa interior, atrás de la heladera
o en unos de esos rincones de la casa en los que a ningún ladrón
se le ocurriría imaginar que puedan ocultarse dinero. En el
banco estaban. Y con el banco era el contrato. Con nadie más.
El que pierde paga, debía ser. Pero no. Entre nosotros es distinto,
paga el otro. No hay garantías. Aunque figuren en el contrato.
Nos toman por imbéciles. Se aprovechan de nosotros. Porque
no hay Justicia. No es buena la que hay. O no sirve. Permite que a
uno lo dejen sin plumas y cacareando. Como al famoso Gallo de Morón.
Las cacerolas ya no sirven: fueron. Queda la organización.
Pero sin intermediarios ni líderes inventados para la ocasión
por ellos mismos. Esos que buscan espacios de poder. La organización
de los que tienen hambre y sed de justicia. Y quieren participar de
la verdadera revolución. La de la prudencia, el equilibrio,
la seriedad y el juego limpio, sin dobleces. Y que sólo consiste
en dar a cada uno lo suyo. Sin ventajas ni ventajeros.
La de los que tienen historia. Aunque sea así de chiquita.
Pero se puede contar sin rubores, con un poco de orgullo.
No es fácil aquí. Pero es posible. Aunque se escuche
el tic tac, tic tac, que angustia y estremece.
Habrá que aprender a desactivar la bomba. Con los riesgos del
caso.
(AIBA)