Un
asesino en la montaña de Aladino
Por
José Luis Mac Loughlin
En
Atenas, Aristóteles decía que la abeja tiene aguijón
porque tiene ira. Hace unos días, en el programa televisivo
que conduce Chiche Gelblung, un delincuente adolescente que en ese
instante --"en vivo"-- tenía algunas personas como
rehenes decía, entre otras cosas, "yo a veces salgo de
caño".
Toda manifestación del hombre es cultura. Lo es la del chaman
con su magia y la del cirujano con su bisturí. Y la cultura
de ese delincuentes es el "fierro". "Buscamos la fija,
entramos al banco, pelamos los fierros y todos abajo" cantan
o dicen "Los pibes chorros". Otros, "Mala fama",
cantan "por atrevido te cagué de un tiro...".
Marco Polo cuenta un pasaje extraño en su viaje por Oriente.
Dice que había un hombre, "el viejo de la montaña",
Aladino (un falso profeta del Islam), que le daba a tomar un brebaje
a los jóvenes y luego los mandaba a matar a sus enemigos con
la promesa de llevarlos, luego de su muerte, al paraíso (el
jardín prometido a los musulmanes).
El brebaje que le daba ánimo a estos jóvenes (no preparados
para el combate) era, dice Polo, hachís. Porque usaban droga
para matar, el pueblo aterrado les había apodado con el nombre
de haxxaxin, el que usa haxix (traduce también Isaac Asimov).
La palabra pasó luego al español como la voz "asesino".
Las Escrituras dicen "no matarás". Sin embargo, un
sacerdotes bendice un arma que va a dar muerte al prójimo,
bendice un ejército (claro, la Iglesia está fundada
por el hombre que usaba espada, el que cortó la oreja del soldado
romano... "si a hierro matas a hierro mueres"). Pero en
la guerra la muerte es de frente, es un honor morir y matar. Rematar
a un hombre herido, en el piso, no es matar, no es morir, no es un
honor para nadie. Es un asesinato. Hemos visto innumerables casos
de remates de este tipo por nuestras pantallas de TV (el espejo donde
nos sabemos mirar cada día).
En la década de los setenta, aparecía un médico
por TV (con acento cordobés) que una vez dijo que el pezón
más mugriento de la madre más humilde era mejor que
cualquier leche envasada, porque el hijo recibía en ese acto
todo el amor de la madre. Cuando nació el niño que asesinó
al custodio de Ruckauf -el oficial principal Adrián Falduto--,
Alfonsín estaba en el poder; tres años antes había
dicho "un médico por allá" y también
"con la democracia se cura".
La misma edad -16 años-tenía el asesino de David Minnard
(vendedor de zapatos del negocio de diagonal 80, asesinado el primero
de noviembre de 2000). David era mi alumno en fotografía; David
no se resistió (me consta). El asesino lo aniquiló con
un tiro de itaca en el pecho, a menos de dos metros. Un rato antes,
David se había despedido de su hija bebé y de su esposa.
Su arma era una cámara de fotos. El asesino fue arrestado esa
misma noche, jugando al pool.
Entre la muerte de David y la de Falduto existen, lo sabemos, centenares
de fusilamientos similares. Esto es una guerra. En su programa, Daniel
Hadad dijo que esta era una guerra perdida, que era desigual, que
era un partido de fútbol 11 contra 33. "Que se joda el
vigi que se juega la vida por 300 peso", dijo alguien del otro
lado. Mientras en otro canal se escucha "...cuando vos patrullás
las calles, yo me como a tu mujer".
El neuropsicólogo estadounidense James W. Prescot ha llevado
a cabo un estudio estadístico sobre 400 sociedades preindustriales
y ha descubierto que las culturas que dan afecto a sus hijos dan como
resultado individuos no violentos. El especialista dice que los hombres
violentos son aquellos derivados de culturas que han privado de placeres
a sus hijos en las fases críticas de sus vidas, como la infancia
y la adolescencia.
Donde se castiga a los individuos de pequeños y no se les da
afecto, tiene a haber homicidios.
Después de preguntarnos por qué esos niños no
recibieron el pezón de su madre y el afecto de sus padres,
debemos preguntarnos por qué nacieron. Sabemos que no existe
en las escuelas (menos en las carenciadas) un plan de educación
sexual. Sabemos que la Iglesia se opone al aborto y está bien
que se oponga, si ese es su programa. Ahora bien, ¿por qué
no instrumenta un buen plan para la crianza y educación de
esos niños carenciados?
Monseñor Casareto dijo que la Iglesia debía hacer un
mea culpa por los errores cometidos. Existe también este error:
el de dejar nacer niños que no van a ser bien alimentados (esto
también es un placer, o mejor dicho un displacer que engendra
violencia); el de no "crear" un plan social en serio.
Dejar que los hombres nazcan por el "libre albedrío"
y no hacer luego lo necesario para contenerlos es "lavarse las
manos", como Poncio Pilatos. Los niños que nacieron (no
todos, por suerte aún no conocemos la genética en su
máxima expresión) y que tuvieron hambre, fueron golpeados
por sus padres o no se les dio el afecto necesario, hoy son criminales
en potencia.
La televisión es luz, dice el semiólogo Regis Debray.
Si el Papa puede dar el Urbi et Orbi por TV, si vemos cómo
mueren los "mártires " de hoy por TV, ¿por
qué el Estado no educa por TV? ¿Por qué la Iglesia
no educa y da amor por TV (no digo misa, una eucaristía, una
plegaria... digo amor, digo sacar al hombre de la más crasa
ignorancia)? ¿Por qué si ahora en el Siglo XXI sabemos
el poder de convicción de la TV, la justicia permite que se
le cante al delito? Hay que recordar que hace algunos años,
no muchos, eso se denominaba "apología del delito".
El asesino narrado por Marco Polo mataba por la promesa del Paraíso...
¿Qué promesa le han hecho a estos jóvenes para
asesinar?
(AIBA)
(*) Artista plástico - Operador cultural