DUrando
HAsta La
DEbacle
Por
Enrique Gil Ibarra
Cuenta
la leyenda que hace muchos, muchos años, existió en
Persia un monarca que, impotente ante los enormes problemas que sufría
su país, y no teniendo en verdad conocimientos suficientes
para solucionarlos, convocó a sabios de todas las comarcas
para que le propusieran un plan de gobierno, prometiendo al que pudiera
ofrecer soluciones, el pago que quisiera exigir.
Se presentaron, como es lógico, multitud de astrólogos,
alquimistas, magos, y un solo matemático. Este último
le propuso al rey desentrañar todos los problemas del reino
y, en retribución, el soberano debería entregarle tantos
granos de trigo como pudieran sumarse colocando un grano en el primer
escaque (casilla) de un tablero de ajedrez, dos en el segundo, cuatro
en el tercero, ocho en el cuarto y así sucesivamente, duplicando
cada vez la cantidad de granos.
Toda la corte prorrumpió en carcajadas por la inocencia del
matemático que solicitaba tan exigua recompensa -dado que un
tablero de ajedrez tiene tan sólo 64 escaques- y de inmediato,
el rey aceptó la propuesta del científico. Grande fue
la sorpresa cuando descubrió que ya al llegar a la casilla
número 40 no existía en todo el mundo conocido suficiente
trigo para efectuar el pago.
La leyenda -en realidad un cuento para niños-, afirma que el
rey entregó su trono al matemático para cumplir su promesa,
que éste sí sabía gobernar y que en adelante
todos fueron felices y comieron perdices. La realidad nos indica que
probablemente lo que en verdad hizo el rey fue ordenar cortarle la
cabeza al matemático y seguir reinando desastrosamente.
Los tiempos pasan, pero los criterios persisten. Si bien hoy no se
cortan cabezas, el gobernante puede ignorar plácidamente a
todos aquellos que insisten neciamente en enseñarle la verdad,
y continuar soñando que Dios es argentino y -como corresponde-
nos salvará.
Yo también tengo sueños:
Sueño que sería hermoso poder decir que la deuda externa
la pague Dios, y que el mundo contestara sonriente: "bueno, pero
son argentinos, son demasiado inteligentes, no podemos ganarles, aceptémoslos".
Pero la realidad me sugiere que al mundo no le gustará nada,
que hacer un "pagadios" es como querer ganar otra guerra
de Malvinas, pero esta vez contra todos, y que la clase media argentina
puede hablar todo lo que quiera, pero en verdad no ha pensado seriamente
en vivir como en Cuba.
Sueño que las empresas privatizadas podrían ser nuevamente
estatales, bien dirigidas, dando ganancias, prestando impecables servicios
y adquiriendo compañías -por ejemplo- españolas.
Pero la realidad me indica que la corrupción en mi país
es muy grande, que por lo tanto no tendremos ganancias sino pérdidas,
y que los servicios serán consecuentemente pésimos.
Sueño con dirigentes políticos honestos, eficientes
y austeros, trabajando pemanentemente y sin descanso por el bien del
país y sus habitantes. Pero recuerdo que esos dirigentes surgen
de entre los mismos que evadimos impuestos, le damos coimas al policía
para evitar una multa, y aceptamos sin chistar durante décadas
que nuestros hermanos sufrieran hambre y miseria porque nadie nos
había tocado los ahorros.
Y a propósito de ahorros sueño, claro está, que
un gobernante se ponga de pie y firmemente ordene a los bancos "devolver
la plata en dólares, en treinta días, sea como fuere,
o se van". Pero no me atrevo a imaginar que pasaría si
simplemente los bancos contestaran: "bueno, nos vamos".
Y bajaran sus nuevas cortinas metálicas, y el país se
quedara sin sistema financiero, sin crédito, de un día
para el otro y para siempre.
Y por último sueño con un país sin hambre, con
salarios dignos, con empleo para todos, con salud y educación,
con seguridad y justicia. Pero sé que para lograr eso hay que
dejar de soñar, y enfrentarnos de una buena vez a la verdad.
La verdad es que la culpa no es de Duhalde, sino de los que le damos
de comer.
La verdad es que durante muchos años los argentinos hemos querido
estar bien con Dios, pero también con el Diablo. Hemos deseado
los beneficios del primer mundo, pero renegamos de sus costos. Alabamos
y respetamos a los que nos hablan de justicia y equidad, pero queremos
para nosotros mismos la mejor casa y el mejor auto. Protestamos contra
la corrupción, pero envidiamos los bienes de los corruptos.
Debemos elegir. Porque hasta hoy no se ha descubierto la manera de
tener lo mejor de ambos mundos. Cada beneficio, cada elección,
trae aparejada una pérdida.
Con cualquier sistema político que elijamos, si lo administramos
con honestidad, tendremos lo básico: comida es lo que sobra
en Argentina, y si administramos con honestidad y sentido común,
habrá trabajo, salud y educación.
Hasta ahí. Después, comienzan las diferencias.
Con un sistema, viviremos fuera del mundo real. Nuestro país
será una isla; no habrá automóviles modernos,
computadoras de última generación, hornos a microondas
sofisticados, ni viajes a Europa ni Miami. Nuestros hijos deberán
emigrar para poder ser algún día profesionales exitosos,
o se quedarán para ser médicos de pueblo, obreros, artesanos,
agricultores.
Tal vez seamos más felices.
Con el otro sistema, estaremos sumergidos en un mundo competitivo,
cruel, injusto, que no nos regalará nada. En el que esa fanfarroneada
"capacidad" argentina deberá exigirse al máximo.
Donde deberemos demostrar cada día que podemos y sabemos ser
lo que proclamamos: el mejor país del mundo. Si administramos
con honestidad y sentido común, también habrá
trabajo, salud y educación para todos. Si nuestros hijos emigran,
será para dirigir empresas, para enseñar en universidades.
Si se quedan, lo habrán deseado así, y serán
lo que quieran ser.
Tal vez seamos más felices.
Pero debemos optar. La chicha y la limonada son bebidas, no sistemas
políticos. De una vez por todas, elijamos un camino, sabiendo
que el otro quedará desechado para siempre. Elijamos la verdad,
porque eligiendo la verdad podremos soñar nuevamente algún
día.
Cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Merezcamos el gobierno
que queremos tener. (AIBA)