Reforma
política: más que una cuestión de "sábanas"
Por
Daniel J. Filloy (*)
Los
ruidos de la protesta social son confusos, desordenados y caóticos,
pero una cosa parece estar clara: el pueblo, como decía Arturo
Jauretche, siempre sabe qué es lo que no quiere, pero muchas
veces, no sabe qué es lo que quiere. Todos queremos producir
las transformaciones que necesita nuestra sociedad. Sin embargo, ciertas
consignas fáciles como "¡Que se vayan todos!",
revelan escasa capacidad para el análisis y cierta impotencia.
Necesitamos un gobierno. No existe sociedad organizada sin que alguien
administre el poder. Por lo tanto, hacen falta los políticos.
Pero la actividad política debe ser nuevamente una vocación
de quienes quieren servir al país y a su gente, y nunca más
una profesión a la que se ingresa para nunca más salir,
como también sucede, y mucho más agudamente en el gremialismo
deformado que padecemos. En consecuencia, una reforma política
verdadera debe poner fin a las reelecciones indefinidas, que deforman
el sentido republicano de nuestra democracia, y permiten la profesionalización
de los políticos.
Una alternativa política seria y con posibilidades de transformar
la realidad no puede basarse en la popularidad circunstancial de una
persona, mucho más cuando esa persona reduce su aporte intelectual
a la denuncia y la crítica, sin aportar jamás un proyecto
verdadero, formado por un conjunto congruente de ideas, y apoyado
en un equipo de personas.
Nadie, por sí sólo va a salvar a la Argentina. La recuperación
nacional vendrá de un proyecto colectivo que hay que construir.
Apostar a una persona es confiar una vez más en la magia.
Desde diversas tribunas se reclama un cambio en los sistemas electorales.
En ese sentido se culpa de todos los males a las "listas sábana",
procedimiento electoral tan antiguo, entre nosotros, como que resulta
de la simple aplicación del artículo 45 de la Constitución
Nacional, cuyo texto proviene del viejo art. 37, anterior a la reforma
de 1994, y que dice que los diputados son elegidos "...directamente
por el pueblo de las provincias, de la ciudad de Buenos Aires y de
la Capital en caso de traslado, que se consideran a ese fin como distritos
electorales de un solo Estado..."
Es la Constitución la que impone que a los efectos de la elección
de diputados, cada provincia es "un solo Estado" y por lo
tanto, sus representantes se eligen en una sola lista. El sistema
es discutible, y quizá deba ser reformulado, pero digamos la
verdad: su eliminación requiere una modificación constitucional,
no una simple reforma de la ley electoral.
Además, y si bien no existe ningún sistema electoral
perfecto, y ninguno es inocente, convengamos en que la democracia
de los Estados Unidos funciona desde hace siglos con el sistema de
elección presidencial más injusto imaginable: un sistema
indirecto, donde cada estado elige electores de presidente, que se
atribuyen en su totalidad al partido que obtiene la simple mayoría
en la elección local.
Obviamente ello permite que sea elegido un candidato que teniendo
menos votos populares tenga más electores, como ocurrió
recientemente con el presidente Bush. Con un sistema tan injusto y
extraño, sin embargo han construido una democracia sólida
y una nación pujante, dándole a su pueblo un excelente
nivel de vida.
No se trata, en consecuencia, de simples cambios en los procedimientos.
Estos pueden ayudar, pero por sí solos son del todo insuficientes.
Se trata de cambiar los criterios, de actuar con sensatez; se trata
de construir un sistema con premios y castigos, donde nadie que no
pueda caminar libremente por las calles de su propia ciudad sin ser
abucheado o agredido pueda ser candidato, donde nadie que no pueda
justificar su patrimonio, ni cómo y de qué se gana la
vida, pueda ocupar un cargo público, y de restablecer a la
actividad política como servicio, y como actividad de los mejores.
La responsabilidad es de todos: de los partidos proponiendo candidatos,
pero de los ciudadanos eligiendo, y de los jueces controlando, para
que esta desgracia no ocurra nunca más. Se trata, en fin, de
pasar -de una vez- de las palabras a los hechos.
(*) Diputado provincial UCR -