Que 
            se vayan todos
          por 
            Juan Rey
          Que 
            se vayan todos. Vociferan, recitan, reclaman, exigen, grupos de irracionales. 
            Que se vayan todos. Porque si no queda ninguno --deben suponer-- ya 
            nada será igual, porque todo cambiará.
            Que se vayan todos. ¿Quiénes?. Los políticos. 
            Todos. ¿Por qué? Porque son los culpables de esto que 
            nos pasa. La mayor de las crisis. La peor y más profunda. Esta 
            que no tiene fin. Culpables sin distinción aparente por el 
            imperdonable defecto de ser lo que son: políticos. Una mala 
            palabra por estos días, aquí. Todos en el mismo lodo 
            y manoseados. Ineficientes y capaces. Ignorantes y sabios, irresponsables 
            y serios, chorros y estafados, ignorantes y sabios, mentirosos y respetables.
            ¿Qué pretenden? Qué vengan otros. ¿De 
            dónde? Quién sabe. Acaso por generación espontánea. 
            Y para aprender bien lo que los que deberían irse aprendieron 
            mal e hicieron peor.
            En su irracionalidad, y porque lo mezclan todo, creen que para evitar 
            problemas hay que eliminar a los maduros, a los mayores, a los más 
            viejos. Y a los que mantienen "récords" de permanencia. 
            Al fin, para ellos, todo se trata de una cuestión cronológica. 
            Y si cuerpo, como los lácteos y otros artículos perecederos, 
            tiene fecha de vencimiento, seguramente lo debe tener el espíritu. 
            Y la eficiencia. Es lo que creen. O lo que quieren hacer creer. Los 
            viejos o veteranos a la basura. Ellos y sus ideas. También 
            las nuevas. Existe, al fin, un pecado de "vejentud". La 
            que descalifica, entonces, es la edad. También la permanencia.
            Que se vayan todos. Es aquello de Discépolo. Lo de destruir 
            la casa vieja antes de construir la nueva. Confundiéndolo todo. 
            Mezclándolo. O dividiéndolo.
            Adoptaron la onda negativa. Que se vayan todos porque todos son culpables 
            de lo que nos pasa y no termina de pasar. Escoba nueva barre mejor. 
            ¿Y si no barre?
            ¿Quién los remplazará? Cualquiera. No importa. 
            Cualquiera pero distinto. Porque hay que borrar la historia. Pasado, 
            pisado.
            Que se vayan todos, vociferan convencidos. No tienen plan, ni tienen 
            consignas. Tampoco convicciones. Y les sobran frases hechas. Abonan 
            el espinoso camino de la confusión y el desconcierto. Esta 
            especie de anarquía que le falta el respeto a la prudencia, 
            el orden, la solidaridad.
            No se tienen que ir todos. Deberían irse, sin límite 
            de edad, los que fracasaron. Los incapaces, desleales, mentirosos 
            y entregadores. Los que no tienen ideas.
            Pero, como siempre en estos casos u otros por el estilo, lo usual 
            es batir el parche. Cacarear, vociferar, declamar. Que se vayan todos 
            para que se vayan algunos y todo siga igual. Con ellos, muchos de 
            ellos, adentro.
            Que se vayan todos. Hasta las encuestas a pedido lo indican. Para 
            qué elecciones y esas cosas, entonces. Sería mucho menos 
            costoso guiarse por las encuestas que tanto promocionan algunos como 
            si se tratase de la panacea. Ni siquiera haría falta llamar 
            a elecciones. Bastaría con una encuesta de las prestigiosas 
            e infalibles para conocer los ganadores. Y si no hay, que te cure 
            Lola.