Cambio
de aire
Por
José E. Velázquez
El
que fuera gran periodista, especializado en deportes, Horacio García
Blanco --recientemente fallecido--, solía decir cuando promediaba
un combate de boxeo de los que comentaba con excelso conocimiento,
que tal o cual boxeador "estaba cambiando el aire", para
explicar porqué había caído en una suerte de
bajón en la pelea. Uno de los que acostumbraba "cambiar
el aire" y obligaba al comentario del querido y respetado "Gordo",
era Carlos Monzón quien, una vez que efectuaba ese famoso recambio,
volvía con todo para luego demoler a sus ocasionales adversarios.
García Blanco (víctima de una combinación de
factores, desde su cruel enfermedad al más inhumano corralito
y --posiblemente más grave aún-- al despiadado olvido
de sus colegas y empresarios periodísticos) podría decir
hoy que el gobierno nacional parece haber logrado un precario "cambio
de aire". El cambio de aire de Monzón le permitía
retomar el tremendo ritmo que imprimía a sus combates; el cambio
de aire que ha logrado el gobierno de Eduardo Duhalde no implica necesariamente
que pueda recuperar el ritmo ni la filosofía que había
tomado en los primeros días de su transitorio mandato.
Los logros obtenidos en los temas Ley de Quiebras, Ley de Subversión
Económica y acuerdo con los gobernadores --condiciones sine
qua non para lograr el fundamental aval del Fondo Monetario Internacional--,
le han brindado un vital "cambio de aire", pero los datos
y los gestos no permiten asegurar que esa recuperación garantice
que la transición se ajuste a los tiempos estipulados por la
Asamblea Legislativa que instaló a Duhalde en el sillón
presidencial.
Aunque son pocos (ya lo hemos dicho) los que, REALMENTE, quieren que
haya elecciones ya, porque no les alcanza el tiempo para instalarse
a algunos (llámense Kirchner, López Murphy o Bullrich,
por ejemplo) o para recuperar imagen a otros (caso típico:
Carlos Menem y en menor medida De la Sota), la posibilidad de que
se adelanten los comicios previstos para septiembre, está latente.
El adelantamiento les interesa mucho menos a los alicaídos
radicales, cuyo partido -la centenaria Unión Cívica
Radical-- vuelve a correr peligro de extinción, como le ocurriera
en 1997, cuando el ¿generoso? protagonista de la fuga política
que precipitó hasta el delirio la crisis argentina que ya venía
en acelerado ascenso, Carlos Alvarez, le tendió la soga que
lo salvó temporariamente.
Es posible que Elisa Carrió, envalentonada por las encuestas
porteñas que la ubican como la candidata con más posibilidades
de llegar a la Presidencia de la Nación, sea una de los pocos
postulantes que aboga sinceramente por ese adelantamiento, que podría
ser el punto culmine del caos argentino. Asesorada desde las sombras
por el "fugado" --de la política, claro-- Alvarez,
esta suerte de reedición algo obesa de aquella otra figura
que fue una estrella fugaz en la política argentina, Graciela
Fernández Meijide, está convencida de que será
quien suceda a Duhalde.
Con el gran respaldo que significa tener a muchos comunicadores en
su apoyo (¿buscarán la revancha, por el fracaso que
les significó la Alianza que también prohijaron?) y
basada sólo en su crítica permanente, "Lilita"
Carrió parece ser uno de los pocos dirigentes que realmente
quieren que se concrete el adelanto de las elecciones presidenciales.
Claro que, para lograr el apoyo de los nihilistas del "que se
vayan todos", la propuesta de la diputada chaqueña es
de renovar todos los cargos electivos, aún de los que resultaron
de los comicios de octubre del año anterior. Por supuesto que
esta proposición omite tener en cuenta preceptos constitucionales.
Cuestión que para algunos pseudo progresistas parece ser un
tema menor cuando los favorece y ocupa un papel central cuando los
perjudica.
Un ejemplo de esa dualidad de pensamiento se vivió en la crucial
votación que derogó en el Senado la Ley llamada "de
Subversión Económica". La unanimidad de la crítica
del "progresismo" se centró en la postura de la legisladora
Isidori, de Río Negro, quien al retirarse permitió el
triunfo de la postura oficialista, mientras que casi ignoró
la actitud típica de un emirato del matrimonio Kirchner, que
puso el avión sanitario de la gobernación de Santa Cruz
a disposición del senador Chiappe, de Corrientes, quien votaba
--votó-- en la misma línea que la gobernadora-consorte
de la provincia sureña. Sin tener en cuenta que los gestos
de los mandatarios santacruceños sólo apuntan a posicionar
electoralmente al gobernador, sin reparar en decisiones ni gastos
para ello.
De todos modos, la actitud del resto de los gobernadores --salvo la
de la "mandataria" de San Luis, que obra en función
de lo que decide su jefe, Adolfo Rodríguez Saa--, ha posibilitado
el imprescindible "cambio de aire" que necesitaba el gobierno
de Duhalde. La amenaza de renuncia del presidente obró como
un poderoso acicate para que quienes se mostraban remisos a exhibir
su público apoyo a la gestión presidencial revieran
su postura y, con poco entusiasmo, firmaran un nuevo documento-compromiso.
Casi de inmediato se logró la imprescindible firma del acuerdo
por parte del gobernador de Buenos Aires, Felipe Solá, indispensable
para alcanzar el visto bueno del Fondo. Visto bueno que, como ya ha
sido dicho hasta el cansancio, no significará el ingreso de
"dineros frescos" para el país, sino que nos permitirá
que el propio organismo haga un simple asiento contable en sus libros
para dar por pago nuestro compromiso de este año, y además
nos facilitará el reingreso al sistema crediticio de otras
instituciones internacionales, como el Banco Mundial y el BID, que
implica conseguir algunos fondos de ellos para reforma del Estado
y para programas sociales.
Pero, primordialmente, porque podría volver a conseguir créditos
para prefinanciación de exportaciones, obligatorias --en la
práctica-- para aprovechar la devaluación de nuestra
moneda. Que sólo ha permitido, hasta ahora, incrementar las
exportaciones de quienes lo estaban haciendo aún con la paridad
"1 a 1".
El cambio de aire no garantiza más que un nuevo período
de gestión, sin plazo fijo. El acuerdo con el FMI sigue siendo
vital para conseguir alguna forma de freno a la caída sin red
de la economía argentina. Pero resulta fundamental que -si
aquello se consigue- comience aunque sea un leve proceso de recuperación
de la economía argentina. Para ello es esencial reconquistar
la confianza de la gente en el sistema político y en el sistema
financiero.
Tareas titánicas que parecen inalcanzables para un gobierno
de transición. Que, sin embargo, tiene la obligación
de emprender esa difícil faena. Si en ese rumbo tuviera algún
mínimo éxito, el cambio de aire consiguiente podría
tener un efecto similar sobre Argentina, al que ejercía sobre
Carlos Monzón en su invicto reinado boxístico. (AIBA)