"El
alma del hombre es un fuego que se debe encender".
Proverbio
Creencia profunda y capacidad creadora
Los problemas humanos comienzan y terminan en el corazón del
hombre. La obsesión por un racionalismo extremo, que expulsa
todo contenido de fe, niega la potencialidad más plena de la
condición humana, que alcanza a la esfera de las creencias
profundas. Más allá de la vida cotidiana, la fe en lo
trascendente y la confianza en sí mismo mantienen la unidad
de la existencia, a través de los logros y las vicisitudes
del pensamiento como movimientos del alma.
Las
ideas y los ideales tienen el mismo origen, en la indagación
permanente acerca del sentido de la vida, porque "las cosas no
se ven como son, sino como somos" (Ascasubi). Y hasta las ciencias
llamadas "exactas" parten de un contexto fijo de principios,
que aunque luego pueden rebatirse, rigen como "leyes" mientras
se los tiene por "verdad". Resulta así una síntesis
entre creencia y ciencia y, mal que les pese a los cientificistas,
un compendio entre fe y razón, porque "el hombre hace
según piensa, pero es según cree" (Pandra).
El entendimiento no funciona sin la voluntad de saber, a la cual los
sentimientos, que nutren la fe, le confieren su mayor alcance. La
idea con la fuerza de la pasión es la única que crea,
y la única que realmente construye y reconstruye con la virtud
de la perseverancia. Hablamos de capacidad creadora, para sostener
y orientar la vida de la comunidad, no para fabricar en el ámbito
de lo material. Por eso, en la amalgama de vías de conocimiento
distintas, que habitan nuestra conciencia, hasta "las cosas reales
existen, mientras les atribuimos virtudes o defectos de cosas irreales"
(Porchia).
Este mismo pensador argentino lo dice claramente: "sólo
el corazón se da por nada". Lo que significa la gratuidad
de lo más preciado, inhibiendo el cálculo en el campo
de los sentimientos y resaltando como contradicción flagrante
el especular del amar. E incluso, distinguiendo entre la ambición
materialista y la vocación de servicio, considerada ésta
a partir del amor social o solidaridad. El tema es fundamental para
enlazar los términos de este análisis: fe, política
y nación, pues quien no penetra en los sentimientos de los
otros, ni comprende sus deseos y aspiraciones, no forma parte de su
destino común ni puede conducirlos.
Todo
poder depende de lo que conduce
Pertenece a la esencia del ser humano la capacidad de captar y formular
ideas, vinculando con ellas a la gente y extendiendo sus lazos de
integración sobre la comunidad; junto a la potestad de la palabra,
que hecha discurso y mensaje, expresa estas ideas con la claridad
del sentido y la fuerza del sentimiento. En el ámbito de la
comunidad, hay que saberlo, no existen espacios realmente vacíos,
porque en él se manifiestan, de modo positivo o negativo, el
conjunto de fuerzas y relaciones de poder que lo generan y enmarcan.
Todo poder depende de lo que conduce: esto determina la ecuación
de calidad entre liderazgo y comunidad que, para bien o para mal,
suelen ser tal para cual. Principio deducido de la observación
histórica, que nos obliga a reconstruir la política
desde la base: por la educación popular, la formación
de cuadros dirigentes y la renovación de las instituciones.
Para hacerlo, con la profundidad y constancia que hoy se requiere,
hay que partir de un acto de fe y de buena fe, porque su falta sanciona
la fugacidad de una conciencia política no comprometida y por
lo tanto condenada a la nada.
Esta ha sido la trayectoria de los falsos liderazgos impuestos por
los medios masivos y su modernización de la sofística.
Su fracaso proviene de la falsedad inherente a las mismas figuras
propuestas, vacías de ideas útiles para una conducción
ordenada en el tiempo. Y también, por la desinformación
asestada al pueblo que, con el ocultamiento sistemático de
la verdad, no puede concebirse y actuar como algo posible de ser conducido.
Es decir, portador de valores éticos y prácticos que,
al ser tenidos sinceramente por verdaderos, ofrecen puntos de apoyo
para el sentido de pertenencia y de unión nacional.
No
polarizar en falsas antinomias
El poder perverso de cierta prensa, luego de celebrar la corrupción
como frivolidad y de aprovecharla como espectáculo de una supuesta
"justicia mediática", ha terminado manipulando una
opinión indiferente, con la excusa de la neutralidad en los
temas políticos y geopolíticos esenciales. Este bombardeo
saturante de ambigüedad e impotencia dificulta el surgimiento
o avance de elecciones verdaderas, realizadoras de las perspectivas
del conjunto social. Ya que, frustrando la vitalidad política
del pueblo, aumenta el desorden y nos encamina al caos y la polarización
en falsas antinomias.
En cambio, proyectar un ordenamiento moral a la vida cotidiana y fomentar
una ética social en la práctica política, permite
que el individuo se transforme dignamente en persona, y la sociedad
dispersa se reunifique y reconstruya en comunidad. Por eso el clamor
de nuestra Iglesia, en la expresión patriótica: "Queremos
ser Nación". Porque en el señorío de la
historia y la salvación como pueblo: sin nación no hay
comunidad, ni iglesia, ni fe.
Esto es imprescindible para humanizar la política con humildad,
honestidad y creatividad, que es sinónimo de riqueza espiritual,
y luego de riqueza intelectual y de prosperidad económica:
no al revés. En ese marco, la justicia, en tanto modo de pensar
según un paradigma de valores fundamentales y valoraciones
concretas, hace posible la libertad como fruto de la responsabilidad
social, expresada en instituciones leales al pueblo y no a los intereses
espúreos.
Poseemos
las fuerzas propias para cumplir la misión
El esfuerzo tan grande como estéril para conservar la etapa
agotada, es la tarea vana de mantener una política y una economía
muertas. Representa paradójicamente una demostración
de fuerza al revés, porque desde ya anticipa una debilidad
final y un inevitable retroceso. La posibilidad de superar la crisis
no está allí, en la compulsión represiva del
sistema, sino en el cambio de mentalidad de nuestra propia gente.
Y en la fuerza impulsora que este hecho puede producir en la conformación
de un nuevo liderazgo.
Un movimiento es nacional si, a cada desafío de las nuevas
circunstancias históricas, responde con un nuevo nivel de transformación
de sí mismo, transmitido al conjunto sin sectarismo ni exclusiones.
Esta es la mística, como estado espiritual comprometido en
una acción satisfactoria para poder trascender. La íntima
convicción de poseer fuerzas propias suficientes para cumplir
la misión. Un querer no pasivo, sino activo, pleno de resolución
y decisión, para iniciar una gesta definitiva. Cuando está
claro que el ansia de realización es superior a la incertidumbre
y al temor, y se asumen los riesgos que la lucha por la libertad impone
a las almas encendidas.
La
actitud salvadora
Hasta aquí la reiteración de unas reflexiones ya formuladas
(octubre de 2001), cuando comenzaba a acelerarse la crisis que hoy
padecemos con fuerza. Reflexiones que han retomado vigencia ante el
mensaje dramático y esclarecedor del Cardenal Jorge Bergoglio,
con motivo de la fecha patria del 25 de mayo; y que por su alta definición
ética y moral merece la respuesta constructiva de todos los
ángulos de opinión de la sociedad argentina, a partir
de la responsabilidad sentida por cada uno.
Es importante comprender el significado de las ideas-fuerza de este
mensaje comunitario, empezando por señalar a quienes "se
refugian en la acumulación de poder" por el poder mismo.
Es decir, una forma negativa de la política que entreteje redes
de influencia, presión y privilegios alejándola de su
verdadera finalidad: el contacto sincero con las necesidades del pueblo
y el servicio directo al bien común.
Complementando intelectualmente a la mala política, los ambiciosos
de la mala tecnocracia, a órdenes del capital especulativo
y apoyados en su poderoso y excluyente aparato mediático. Ellos
"tras sus diplomas internacionales y su lenguaje técnico,
por lo demás tan fácilmente intercambiable, disfrazan
sus saberes y su casi inexistente humanidad".
Y finalmente, sin reparar que "el peligro de la disolución
nacional está a nuestras puertas", la persistencia en
"la soberbia del internismo faccioso", que en vez de enriquecernos
en la comparación de nuestras diferencias legítimas,
nos precipita en el deporte cruel de la autodestrucción. En
fin: un cuadro de situación perverso alentado por la mala praxis
política, la burocracia y la tecnocracia especulativa y la
ventaja inaudita que las luchas fraticidas otorgan a los poderes extraños.
La conclusión también es clara y contundente, porque
recoge la lección histórica de los pueblos que se levantaron
de sus ruinas, sin caer en la tentación de exigir expiaciones
"en aras del supuesto surgimiento de una clase mejor, pura y
mágica, que sería subirse a otra ilusión".
El camino, en cambio, es el que "da lugar al tiempo y la constancia
organizativa y creadora". La decisión que, apelando menos
al reclamo estéril y la promesa incumplible, se aplica a "la
acción firme y perseverante", donde se resuelve comunitariamente
la actitud salvadora.
(*)Julián Licastro es autor, entre otros, de los siguientes
libros: "Formación de dirigentes para la nueva política",
1999, "Líderes Comunitarios: el quinto poder", 2000
en colaboración con la Dra. Ana María Pelizza y "La
voluntad de conducción", 2001. En el año 2002 ha
publicado los siguientes impresos: "Llamado al corazón
del proyecto nacional" y "Argentina: entre el ser y la nada".
julianlicastro@yahoo.com.ar