El
presidente no llega a fin de mes
Por
José E. Velázquez
No
puede comenzar esta columna sin rendir homenaje a Juan Perón,
de cuya muerte se cumplieron 27 años el domingo.
Antes de que algún ansioso interprete mal el título
de la nota, nos apresuramos a aclarar que la frase no tiene ninguna
relación con la posibilidad de que el presidente De la Rúa
deje de serlo antes de finalizar el mes. No, la expresión tiene
que ver con aquello que los argentinos hemos afirmado hasta el agotamiento:
"no llego a fin de mes". Lo que significa, llanamente, que
el salario no resulta suficiente para solventar todos los gastos y
obliga a endeudarse una y otra vez.
Pues bien, esto -con otras palabras- es lo que ha dicho el presidente:
"no llego a fin de mes". Y, como cualquier hijo de vecino,
debe pedir prestado. Según se ha publicado, ha golpeado las
puertas de varios amigos para solicitar "algunos manguitos para
tirar hasta fin de mes", y de ellos ha obtenido préstamos
de entre 5 mil y 20 mil pesos.
Es cierto que sus necesidades no son iguales a las de cualquier trabajador.
Más cuando se tienen hijos en "edad de merecer" y
uno de ellos, sin ingresos conocidos, practica una vida rumbosa que
no se diferencia en mucho de lo que se criticó tanto de los
hijos de Menem. Antonito, hijo y asesor presidencial, tiene muchísimos
gastos por sus frecuentes viajes al exterior, sea para visitar a su
novia, Shakira, o para controlar el decorado de sus oficinas en Miami.
Es obvio que cuando recurre a su padre no le dice: "viejo, tirame
un cien que tengo que cenar en Las Cañitas". Las demandas
familiares, entonces, con una Inés Pertiné acostumbrada
a vivir como "gente como uno", son grandes, mientras que
el salario presidencial parece ser una verdadera miseria.
Seguramente inspirado por algún genial asesor de imagen que
se tentó al escuchar los panegíricos que se hicieron
en estos días sobre la pobreza de aquel presidente Illía,
que fue electo sin la participación del por entonces proscripto
Justicialismo.
Este gobierno parece dispuesto a batir, cada semana, sus propios récords.
Agotador sería enumerar la inacabable serie de desaciertos,
contradicciones y verdaderos bloopers cometidos en un año y
medio de gestión. Sólo puntualizar los realizados últimamente
podrían catapultarlo al libro Guinness. Primero fue la gafe
del ministro Lombardo, al mentar la arteriosclerosis presidencial,
desatando un verdadero aquelarre mediático, que culminó
con el público pedido de renuncia hecho por su colega Christian
Colombo. Luego fue la ridícula idea de seguir permanentemente
al presidente con una cámara de TV, para mostrar "su actividad".
De inmediato surgió la "tinellización" y el
embate del ejército de voceros que, como capas de cebolla,
ha ido agregando el presidente sin despedir a ninguno y autorizando
a todos. Que, para colmo, suelen decir cosas totalmente opuestas,
como las que acerca del humor político expresaron Baylac y
Ostuni. Vale señalar que pocas veces han sido tan conocidos
los voceros presidenciales como con este gobierno; el inefable Darío
Lopérfido y el verborrágico Baylac tienen más
presencia en los medios que el propio presidente.
Siguieron batiendo récords con el viaje intempestivo del ministro
frepasista Juampi Cafiero a Salta. Menos "bonito" se dijeron
de todo el solitario viajero y su colega, la hoy fanática delarruista
Patricia Bullrich. Tampoco fueron suaves los epítetos que se
prodigaron Cafiero y el secretario Nicolás Gallo. Culminó
el tragicómico episodio con la afirmación del ministro
quien -como si fuera un mero observador y no un miembro del gabinete
presidencial- aseguró que en la Casa Rosada se reciben corruptos
de guante blanco, "como los de la calificadoras internacionales
de riesgo".
La solución del presidente fue terminar el bochornoso incidente
invitando al díscolo funcionario a subir al avión presidencial
(el tan vilipendiado pero nunca subastado Tango 01) para viajar a
la provincia de San Juan.
Esta seguidilla de desaguisados no pareció conformar al voraz
equipo del presidente y ahora -cuando aún no culminó
su enfrentamiento con los humoristas, en especial con Marcelo Tinelli-
lanzaron esta suerte de "voto de pobreza" de Fernando De
la Rúa. Quien pregona que "ha disminuido su patrimonio
desde que es presidente". Todo un sacrificio hace don Fernando
para que los argentinos podamos disfrutar de sus ideas, su creatividad,
su personalidad y carisma. Algún mal intencionado -seguramente
sería peronista el tipo- señaló: "y, si
es tan grande la privación, mejor que renuncie para no seguir
empobreciéndose".
Resulta inaudito que se creen problemas menores, que sólo parecen
apuntar a desviar la atención sobre la profundidad de la crisis
y la falta de soluciones, en un país donde no se logra salir
de una recesión que lleva ya tres larguísimos años.
Donde el PJ ha tratado de diversas maneras, en particular a través
de los gobernadores, fundamentalmente De la Sota, Reutemann y Ruckauf,
de colaborar para que las grandes leyes y acuerdos pedidos por el
gobierno se concreten con rapidez, cediendo incluso a la Nación
importantes ingresos, para lograr el blindaje, o para cumplir con
el FMI.
El fracaso de la administración De la Rúa es inocultable.
Y Domingo Cavallo, devenido en salvador de sus irreconciliables adversarios
radicales, no cuenta con el respaldo del partido que preside su acérrimo
enemigo Raúl Alfonsín, ni tampoco con el apoyo total
del gabinete presidencial, de donde habría partido el rumor
de la renuncia del Mingo. Y contar con el sostén de De la Rúa
no parece representar un aval suficiente para los mercados y tampoco
para la mayoría de la gente.
Ahora, cuando el gobierno nacional foguea un acuerdo con los principales
dirigentes del Justicialismo, el mismo corre riesgo de frustrarse
por las reiteradas faltas de cumplimiento del propio gobierno, que
ha puesto en peligro el pago de sueldos y aguinaldos en la mayoría
de las provincias.
Más allá de los patéticos intentos menemistas
de reeditar -Bolocco mediante- la conducción del movimiento
justicialista que hacía Juan Perón aún lejos
del país, los gobernadores justicialistas, negociadores por
naturaleza, se han puesto en pie de guerra. Es que saben que están
llegando al borde del abismo y que el no pago de salarios a los empleados
públicos implica toda una cadena de gravísimos incumplimientos
con impredecibles consecuencias sociales. Porque, entonces sí,
mucha gente "no llegaría a fin de mes". En esa circunstancia,
lo del presidente no sería sólo por su situación
patrimonial. (AIBA)