Rumores
o realidades
por
Jorge Carlos Brinsek
Una
vez más en los sectores influyentes de la opinión pública
cobraron fuerza los rumores sobre un extremado debilitamiento de la
figura presidencial a tal punto de ver acotado su mandato en un futuro
no demasiado lejano.
Por supuesto que quienes rodean al mandatario han vuelto a cargar
las tintas sobre la prensa a la que acusan de ser la responsable de
esta situación. No es algo nuevo.
El idilio entre los gobernantes y los periodistas independientes sólo
funciona cuando aquéllos no han llegado aún al poder.
Luego, una implacable metamorfosis se adueña de sus personalidades
y una muralla de incomprensión y escepticismo suele interponerse
entre ambas partes.
La realidad desde luego es otra y sólo basta echar una ojeada
a los archivos de los diarios, a la historia reciente, para comprobarlo.
En 1955 Juan Domingo Perón dominaba totalmente, con mano de
hierro, a los medios de prensa que todavía no habían
sido clausurados o sus responsables encarcelados. Y sin embargo fue
cruentamente derrocado en un alzamiento armado donde una mitad de
la población estuvo a un paso de enfrentarse a la otra mitad.
Dieciocho años después, el caudillo justicialista regresó
al poder en comicios que estuvieron precedidos por una campaña
electoral totalmente adversa en materia de difusión. Y sin
embargo ganó con más del 60 por ciento de los votos.
Más cerca en el tiempo, Raúl Alfonsín dominaba
todo el aparato de radio y televisión, en manos del Estado;
a través de la agencia oficial de noticias regulaba la publicidad
y había destinado impresionantes recursos a explicarle a la
población las razones por las cuales, si Carlos Menem llegaba
a la Presidencia, todo iba a ser un desastre. Y Menem ganó.
Seis años después, ya con todos los medios privatizados,
el caudillo riojano fue reelecto por más del 50 por ciento
de los votos pese a que desde distintos ángulos y -a través
de la prensa-- se habían levantado fuertes críticas
acerca de desenvolvimiento a su gestión.
Los hechos posteriores dieron la razón a quienes se opusieron
en su momento a la reelección de Menem. Pero para el grueso
de la gente, el ahora ex mandatario era un símbolo de estabilidad
y le dio el respaldo de los votos.
Otras veces se ha comentado el tema en esta columna. La prensa fue
despiadada con el ex mandatario. Pero en aquéllos años
la percepción popular era distinta. Menem era el hombre indicado
y así se dieron los resultados, con campaña y prensa
adicta o sin ella.
Luego la sociedad quiso un cambio y eligió de Fernando De la
Rúa y a Carlos Alvarez quien, vale la pena recordarlo, al poco
tiempo de su gestión renunció a su cargo de vicepresidente
proclamando a los cuatro vientos que el parlamento era un nido de
corruptos y que se estafaba al pueblo.
No fueron los periodistas precisamente los responsables de esta situación.
Más tarde otros prominentes integrantes del Frepaso y aún
del propio radicalismo comenzaron a escindirse cuestionando severamente
lo que definieron como falta de autoridad presidencial.
Hoy la coalición oficialista es tan sólo un mero parpadeo
de aquella formidable fuerza cargada de optimismo que llegó
al poder.
Tampoco la prensa fue responsable. Por el contrario, quedó
entrampada en el medio de cruces de sables de los propios contendientes,
otrora aliados y ahora enemigos acérrimos.
La historia podría seguir con numerosos ejemplos. Pero con
las elecciones legislativas al alcance de la mano, es el presidente
argentino, y solamente él, quien tiene en sus manos las herramientas
para dar el tan ansiado golpe de timón y poner las cosas en
su lugar.
Porque como bien lo admitió el propio Raúl Alfonsín:
si los comicios son adversos (y de eso sabe demasiado cuando perdió
las elecciones en 1987 y comenzó el principio del fin de su
administración), remontar la cuesta será una tarea sino
imposible, francamente insoportable y los rumores se verán
superados por las amargas realidades. (AIBA)