Por
Horacio García Bossio
Intentar
definir el concepto de Independencia en medio de un mundo interdependiente,
dominado por el dogma de la aldea global, del mercado único,
suena a una bella utopía, a un resabio romántico de
una nacionalismo pasado de moda. Pero en el marco de los festejos
(¿?) del 9 de Julio, no estaría mal analizar los términos
en los cuales la Nación Argentina (y los que la habitamos desesperadamente)
se inscribirá de caras al futuro mediato.
Por un lado, rastrear la historia del nacionalismo económico
en nuestro suelo es una tarea ardua y fascinante a la vez. Desde la
apertura del puerto de Buenos Aires en 1809 (en los albores del gesto
emancipador de Mayo) que terminó con siglos de monopolio comercial
español, se planteó que la inserción de las Provincias
Unidas del Río de la Plata se iba a realizar de caras al librecambio;
es decir, a la eliminación de las trabas impositivas para la
entrada de manufacturas importadas.
Muchos analistas económicos aseguran que es impensable el crecimiento
para un Estado en formación si éste no se articula primero
en un régimen proteccionista, que desarrolle la industria local
para luego si abonar al dogma liberal. Así lo hicieron las
ex colonias británicas de Estados Unidos cuando lograron su
Independence Day curiosamente en el mes de Julio (pero de 1776); lo
hizo Alemania luego de que lograra la tan ansiada unificación
en 1870; o el mismísimo Japón, una vez que saltó
al mercado mundial capitalista, en la Revolución Meiji de 1860.
Y lo siguen haciendo, más o menos sutilmente, a partir de imponer
las Normas ISO 9000, o declarando que los productos provenientes de
los países emergentes están cargados de aftosa o de
cualquier otra desgracia bromatológica.
Desde ese lejano inicio de nuestra nacionalidad, la estructura productiva
vernácula se caracterizó por presentar una larga serie
de medidas librecambistas, con algunos momentos escasos de proteccionismo
fiscal. Como ejemplos se puede citar la Ley de Aduanas de la segunda
gobernación de Juan Manual de Rosas, los Debates Parlamentarios
de 1875/1876 (que intentaron crear la necesidad del desarrollo industrial
para evitar la dependencia externa) y nada más.
Sólo cuando la Crisis de Wall Street obligó a las administraciones
nacionales a decir "basta" al liberalismo, se generó
la obligación de buscar un modelo manufacturero nacional, que
se denominó industrialización por sustitución
de importaciones (o modelo ISI).
Este esquema fue el que aplicó el primer peronismo hasta 1952,
pero el fracaso de este mecanismo para generar divisas (dólares)
como producto de la exportación de artículos industrializados
y no solamente de la producción primaria, originó una
suerte de rueda del terror, caracterizada por el progresivo endeudamiento
externo, la ruleta inflacionaria como resultante de la devaluación
constante del peso nacional, la caída del poder adquisitivo
de los salarios (y por consiguiente la menor demanda en el consumo
interno), la desocupación provocada por la caída de
la producción local, el déficit en el gasto público
-que se resolvía con más endeudamiento- y así
hasta descender al infierno del Dante.
Durante los últimos diez años, desde la aplicación
del Plan de Convertibilidad, que en el inconsciente colectivo apareció
como una solución mágica, se pudo resolver el flagelo
de la inflación pero a costa de un mayor endeudamiento y de
la concentración progresiva de la renta nacional en pocas manos.
El gurú del cambio, Domingo Felipe Cavallo, anda predicando
por el mundo sus ideas pero sin convencer al mercado local, que se
lo demuestra haciendo caer la Bolsa y aumentando el riesgo país.
La pulseada es muy dura, pero los más castigados siguen siendo
los mismos que se ven atados a un salario fijo (o al fantasma del
desempleo), amenazados porque se desmonetarizan sus ingresos (con
el posible pago en bonos), mientras la Argentina llora porque no encuentra
su destino de independencia.
Si bien todo parece oscuro, existen miles de ciudadanos que no bajan
los brazos, inquietos porque el sueño de ser libres no se agote
en sus venas, como lo experimentaron los hombres de Tucumán,
en aquel convulsionado año 1816. (AIBA)