La
otra realidad
Por
Jorge Carlos Brinsek
Por
suerte todo terminó bien. Pero el mayor asalto con rehenes
en la historia delictiva argentina, que mantuvo este lunes en vilo
a todo el país gracias a la televisión, dejó
en claro que, además de la maltrecha economía, la seguridad
sigue siendo la principal asignatura pendiente por resolver.
La noticia del asalto a una sucursal bancaria en el populoso barrio
porteño de Flores, desplazó rápidamente de los
noticieros a la Bolsa, las reuniones con gobernadores de provincias
y los múltiples encuentros en el gobierno en el marco de la
batalla que los hombres de Fernando De la Rúa libran denodadamente
para torcerle el brazo a los mercados.
No se produjo el tan temido "lunes negro" salvo para los
más de 50 clientes y empleados del banco Itaú, quienes
estuvieron de rehenes por casi cinco horas tras quedar atrapados en
medio de un tiroteo entre la policía y los delincuentes y que
estuvo a un paso de costar la vida a una inocente embarazada.
La mujer --y su futuro bebé-- quedaron fuera de peligro y el
profesionalismo de los equipos policiales hizo el resto. Por momentos
las mentes volvieron fugazmente a la tragedia de Ramallo y a la posibilidad
de una extensión en el tiempo de la operación, pero
todo concluyó incruentamente y cuando todavía el sol
estaba alto.
Lo ocurrido fue el corolario de otro fin de semana violento, en una
metrópoli que no se da sosiego en la virulencia de la criminalidad.
Por fortuna, y a juzgar por las declaraciones posteriores de los rehenes,
los asaltantes al banco parecían ser duchos en su oficio; en
ningún momento perdieron la calma ni actuaron cruelmente con
sus rehenes: los fueron liberando en tandas hasta que, tras ponderar
la situación decidieron entregarse.
Los asaltos a bancos se han convertido en una constante en la vida
cotidiana de Buenos Aires y las grandes ciudades y se ven alentados
por la fragilidad de las construcciones edilicias que albergan a esas
instituciones, no pocas veces in reunir los mínimos requisitos
de seguridad, tanto para sus empleados como sus clientes.
La mecánica es simple y rápida: dos o tres individuos
que ingresan rápidamente, dominan a los presentes con sus armas,
saltan por los mostradores de atención al público y
se llevan el efectivo de las cajas chicas sin intentar siquiera avanzar
hacia el tesoro. Todo no tarda más que un minuto y medio salvo
que, como ocurrió ahora y providencialmente, aparezca la policía
en el lugar.
Los bancos, en rigor de verdad, no están demasiado preocupados
por este tipo de saqueos. Es más, desechan cualquier medida
de control o vigilancia que pueda alentar un tiroteo con pérdida
de vidas y cuantiosas indemnizaciones que haría palidecer los
clásicos diez o quince mil pesos que los ladrones atrapan en
cada incursión.
Al fin de cuentas, cotidianamente las entidades tienen perdidas significativas
en lo que hace a cheques rechazados, algunas defraudaciones y otros
movimientos adversos que año a año suman millones y
millones de pesos, pero que nunca salen en los diarios.
Pero la violencia que este tipo de situaciones potencia es realmente
estremecedora y condiciona toda la vida de una ciudad. La policía,
actuó rápido y las cosas salieron bien. Pero otra hubiera
sido la bala que provocó ligeras heridas a la joven señora
embarazada hubiese tenido una trayectoria fatal.
Por cierto quienes cometen este tipo de atracos, con armas de grueso
calibre, explosivos y medios de comunicación además
de un solvente apoyo logístico, no son desocupados. Pertenecen
a una actividad de tiempo completo que, por ahora, va ganando la batalla,
con reactivación o sin ella. (AIBA)