Cachetazo
tras cachetazo
Por
Gustavo Germán Dagnino
Desde
los centros financieros internacionales, a través de ese relativamente
reciente invento mediático llamado "riesgo país"
y por alguna razón no demasiado transparente, continúan
los conceptos descalificadores hacia la Argentina. Los editoriales
de los principales diarios de los Estados Unidos vienen confirmando
en estos días que "caímos en desgracia" y
que ya no parece ser una buena causa evitar la catástrofe nacional
para que no se propague la plaga a otros estados.
Y no viene mal --en el fondo-- que se nos obligue a terminar con las
bicicletas, préstamos, negociados, créditos con comisiones
cuantiosas y demás calamidades que elevaron la deuda externa
a casi 150 mil millones. Al fin y al cabo, el sinceramiento será
la única verdad y a partir de ese momento, si se lograra que
los gobernantes cumplieran con sus responsabilidades, podríamos
comenzar de nuevo.
Mientras tanto, para agravar la situación, los paros salvajes
(con ataques, presiones, agresiones, cortes y demás "aprietes")
completan el panorama de situaciones incomprensibles y repudiadas
por la gran mayoría de la población.
Pero, el hombre común sigue recibiendo cachetazo tras cachetazo,
golpe tras golpe. Por un lado, la absoluta incapacidad y falta de
idoneidad gobernante (preferimos no hablar de dolo) viene haciendo
estragos desde hace decenas de años y sin solución de
continuidad. Cada uno con su receta propia, más allá
de esporádicos aciertos, ha contribuido a que el país
se hundiera más y más. Nadie planificó; nadie
trabajó sobre la realidad de una nación con programas
factibles; todos se esmeraron en errar el tiro.
Y el sector gremial, tan responsable como los gobernantes de turno
en el descalabro generalizado argentino, sigue utilizando la vieja
receta de los paros generales, irritando aún más a la
sufrida población que si bien repudia a los funcionarios de
turno y a la clase política en general (cada día con
más virulencia) porque los hace responsables directos de sus
infortunios y del desgobierno, también intensifica su odio
hacia los dirigentes sindicales.
La razón es simple y ya comienza a ser escuchada cada día
con mayor claridad: "estamos de acuerdo con la protesta porque
todo es un desastre, pero queremos trabajar. Los que aún tenemos
trabajo, queremos trabajar". Y las dos CGT y la CTA siguen bailando
en el Titanic, anunciando a los cuatro vientos que cada paro general
es un exitazo, sin darse cuenta que esa actitud es la contrapartida
perfecta para completar el panorama esquizoide de la desintegración
nacional.
¿O será, tal vez, que todos buscan un Hugo Cháves
para encolumnarse detrás?
Un psicólogo social reflexionaba ante esta columna que "por
momentos, veo a la Argentina como una construcción a la que
cada sector componente intanta destruir con las armas a su alcance.
Unos golpean las paredes con una maza; otros inundan las habitaciones;
otros dejan escapes de gas abiertos; otros tratan de colocar cartuchos
de dinamita en el sótano, mientras los estoicos habitantes
van convenciéndose de que lo mejor es tratar de vivir en otra
casa y abandonar la propia".
Hoy escuchamos hablar de ajustes y más ajustes, de meterle
la mano en el bolsillo a la gente, de recetas infernales que otros
países han puesto en vigencia por graves crisis o guerras,
por ejemplo, pero en estos casos las personas confiaron en quienes
les impusieron las duras recetas. Aquí ya nadie confía
en nadie. Todo suena hueco, vano, cargado de hipocresía y mendacidad,
sumadas a una persistente desidia e indolencia por parte de quienes
una y otra vez prometieron paraísos, de izquierda o de derecha,
de libre mercado o estatizantes.
La Argentina fue un país socialista hasta la médula
hasta el advenimiento de Carlos Menem. Los habitantes nos mirábamos
en un espejo que deformaba ya que devolvía imágenes
capitalistas en una nación estatizada y acostumbrada a vivir
así. De golpe, nos vendieron la maravilla del Primer Mundo,
la privatización indiscriminada sin controles ni la preservación
de actividades o sectores estratégicos.
Y así quedamos, sin el pan y sin la torta, con una mano atrás
y otra adelante, endeudados y sin bienes, con la nostalgia de la gloriosa
Aerolíneas Argentinas, del superavitario Gas del Estado, de
la orgullosa YPF y de tantas joyas de la abuela que jamás volveremos
a tener. Eso sí, gracias a la convertibilidad, el peso de "dolarizó"
y no hubo más emisión de dinero para financiar el déficit
fiscal. En su reemplazo, se inauguró la acumulación
de deuda para contabilizar el despilfarro.
Hoy nadie y todos tienen la culpa. Eso sí, que nadie se rasgue
las vestiduras. Por eso es tan patética la imagen de un gobierno
defendiendo lo indefendible y de un sindicalismo hablando de paro
masivo cuando nadie tuvo la libertad de elegir si hacía huelga
o iba a trabajar.
Tal vez algún día se pueda analizar el "índice
de acatamiento" sin condicionamientos. Tal vez sea el mismo día
en que alguien trabaje y planifique en función del país
que tenemos. (AIBA)