Sueño
y quiero el cambio
Por
Jorge Matheus (*)
Tengo
una profunda y sincera necesidad de expresar lo que siento, en el
marco de una situación de extrema gravedad económica
y política en esta bendita Argentina, que nos ha acunado a
la mayoría de los que la habitamos. Me ha tocado -en suerte-
estar de ambos lados del mostrador. Por inseguridad o por fuerte convicción
periodística, nunca he dejado de desarrollar mi profesión.
Por afecto y con la certeza de estar embarcado en un proyecto político
importante, modestamente acompaño desde hace algunos años
a un hombre que siente y le duele el Estado.
Por personalidad y por ambiciones legítimas, no soy de los
que se rasgan las vestiduras gritando a los cuatros vientos, que el
esfuerzo y la dedicación que pongo al servicio de los más
altos intereses de la patria, se encuentran enlazados a la bandera
nacional o a cuanto signo patrio se me presente. No me gusta. Más
aún, desprecio las apreciaciones demagógicas y cargadas
de especulaciones personales, tan comunes en un alto porcentaje de
la dirigencia política vernácula.
Estoy metido hasta los tuétanos en la profesión periodística
y en la política. Estoy convencido de que ambas actividades
me permiten vivir dignamente y relativamente feliz. Dignamente porque
percibo ingresos por lo que hago y ello me posibilita cristalizar
sueños familiares y personales. Relativamente feliz porque
desde cualquiera de esos lugares sé que puedo satisfacer -en
una pequeña proporción- ciertas demandas del pueblo.
Vivo desde hace 20 días el frenesí impuesto a la realidad
nacional por las circunstancias a las que -seguramente- no puede eludir
ningún sufrido y sensato argentino. Palpito la incertidumbre,
la bronca y la desesperanza de los que sufren y luchan todos los días.
Percibo la carencia de respuestas a la fuerte y lógica demanda
de la mayoría. Siento culpa de tener -en menor medida- pero
tener al fin, responsabilidades por lo que nos pasa.
Analizo y me da nauseas, la falta de compromiso, barata especulación
y deshonestidad moral de aquellos que creen que la "felicidad
del pueblo", como solía decir el general Perón,
se construye sobre la base de espasmódicas e impactantes frases
públicas (desde hace un tiempo se les ha dado en llamar mediáticas).
Aquí incluyo a periodistas, empresarios, sindicalistas, economistas
y políticos, cualquiera sea la ideología que sustenten.
En estas horas cargadas de desorientación para la mayoría,
me preocupa que algunos se empeñen en pagar encuestas cuantitativas,
con el solo propósito de satisfacer su "ego" personal
y enriquecer los bolsillos de unos pocos, cuando lo que más
debe importarnos es lo cualitativo que nos posibilite encontrar el
camino de la recuperación que tanto ansiamos.
Surgen al amparo de todo esto que me embarga, algunos interrogantes:
¿Tanto cuesta darse cuenta de que en cualquier encuesta a los
dirigentes con mayores aspiraciones políticas, económicas,
gremiales, empresarias y periodísticas les está ganando
la recesión, la desocupación, el desencanto, la inseguridad
pública, entre otras cosas muy desagradables?
¿Cómo es posible que cueste ponerse de acuerdo cuando
el índice de desocupación ha trepado en el Gran Buenos
Aires al 17,2 por ciento, y que en tres distritos muy populosos del
Conurbano ese índice llega al 22 por ciento?
¿Hay espacio para la especulación económica ó
política, cuando un dato estadístico de las últimas
horas señala que 550 argentinos se quedan diariamente sin trabajo
en la Argentina?
¿Es tan difícil desarticular los sistemas perversos
del privilegio que gozan los que más tienen, en especial las
empresas prestadoras de servicios, que han estado eximidas de los
aportes patronales y con una exigua contribución por impuesto
a las ganancias?
¿Cuesta tanto entender que con el nivel de exportaciones que
Argentina tiene hoy es imposible hacer frente al pago de los intereses
de una fantástica deuda externa de la que no son responsables
los casi 14 millones de argentinos desocupados, y que por lo tanto
sin provocar ningún "Efecto Tango" hay que reprogramar
su pago?
¿Es imposible alcanzar acuerdos serios, más allá
de la gobernabilidad o de la independencia, entre los distintos actores
de la vida Argentina, cuando sobra información y por lo tanto
se tiene conciencia que hemos chupado de la "teta" del Estado
hasta dejarla reseca?
¿Será tan intrincado el comportamiento mental de los
que dictan las pautas de la economía nacional, para que no
suene a inmoral ir al ataque de las jubilaciones más que legítimas,
mientras que unos pocos siguen gozando de jubilaciones de privilegio
cuyo costo mensual ronda entre los 80 y 100 millones de dólares
y que definitivamente es necesario eliminar?
¿Les resultará tan complicado a los gremialistas contribuir
con vocación patriótica a denunciarse a sí mismos,
por haber permitido que en muchos de los sindicatos vinculados con
el Estado proliferen los "hijos y entenados", que con su
ausencia o falta de compromiso no hacen otra cosa que lucrar con el
esfuerzo y la dedicación de los que trabajan todos los días?
¿Hasta donde algunos dirigentes seguirán sosteniendo
a "pié juntillas" que para ellos es necesario seguir
percibiendo ingresos muy por arriba de lo que la sociedad considera
justo, porque así pueden seguir haciendo política?
¿No se habrán dado cuenta algunos hombres públicos
que el pueblo tiene en claro que con los magros recursos del Estado,
pululan por las ciudades y pueblos los "mantenidos" so-pretexto
de responder a la demanda, cuando el objetivo es preparar el terreno
para una próxima elección?
¿Será tan difícil comprobar de acuerdo a lo que
se expresa en los corrillos que -en el caso de la provincia de Buenos
Aires- hay un 20 por ciento de docentes "pasivos", es decir
con licencia permanente, cuyo costo le insume al Estado bonaerense
la módica suma de 500 a 600 millones de pesos anuales?
¿Es imposible dar a conocer los nombres y apellidos de los
que hicieron un uso indecoroso de la confianza que los bancos estatales
y los estados provinciales depositaron en ellos, poniendo en jaque
las finanzas de instituciones de prestigio y gozando del privilegio
de no pagar las contribuciones que las leyes disponen?
Centenares de preguntas podría seguir formulando para llegar
a una sola respuesta: todo es posible, en la medida que exista decisión
y coraje. La decisión pasa por saber que detrás de la
oscuridad presente se puede ganar la gloria, como suele señalar
en repetidas oportunidades mi amigo y actual vicegobernador de la
Provincia.
El lo sintetiza en una frase: "perder poder para ganar prestigio".
El perder poder significa sincerar las variables tan remanidas de
la vida política y que -sin dudas- tan mal nos han hecho. El
perder poder no es otra cosa que afrontar el desafío de descentralizar
las decisiones, actuar con valentía y reconocer la ineficacia
de un sistema que hace aguas por los cuatro costados. Nadie elige
a un intendente, concejal, senador, diputado, gobernador o presidente
imaginando para estos un futuro superior. Los elige con el solo propósito
que los gobiernen, los dirijan, les esclarezcan el presente y le despejen
el futuro.
Lo más excelso de la política está en poder cambiar
todo aquello que es una perturbación para el pueblo. Está
en poder mejorar lo que se ha hecho bien y tratar de perfeccionarlo.
El futuro camino de los dirigentes no es por vía espontánea
o por caprichos personales. Se construye con acciones, que van mucho
más allá del debate televisivo ó radial. No se
elabora sobre la respuesta diaria a los artículos de los diarios.
Se elabora, entre otras cosas, con mucho coraje. El éxito se
alcanza cuando el pueblo comprueba que hay principios elementales
que guardan estricta relación con el compromiso y el afecto
por la cosa pública. Cuando se percibe que ese compromiso y
ese afecto tienen un destinatario común, que es el conjunto
de la sociedad.
Los municipios, las provincias, la nación, ya no admiten apetencias
personales. Tampoco admiten los "macro" de la política
o de la economía. El pueblo quiere sensibilidad, generosidad
y altruismo de parte de los hombres que elige. El pueblo argentino
en particular, está buscando denodadamente a aquellos dirigentes
que sean capaces de comprender lo que cuesta ganarse todos los días
el pan, como así también decididos a dar pelea frente
a las injusticias o desmesuras de los que se apropian de su esfuerzo.
Toda crisis implica cambios. Es hora de cambiar. En lo particular
y político, poco me importa el riesgo país, la caída
de la Bolsa. Aunque suene a sesgado, lo único que me importa
es el cambio. Es dar vuelta a una página que se viene escribiendo
desde la década del ´70 y que no nos deja valorar ni
el más mínimo éxito de nuestra historia nacional,
surgida a partir de 1810 y fortalecida en 1816.
Quiero el cambio porque aspiro a recuperar los ideales de aquellos
que aportaron con sus propias vidas en la seguridad de un país
mejor. Quiero el cambio porque sé que hay 28 millones de ojos
que nos miran con desesperación. Quiero el cambio porque estoy
convencido de que detrás de un corte de ruta, de una manifestación
pública por las calles de Mosconi o de Avenida de Mayo, hay
sed de respuestas serias y posibles. Quiero el cambio porque están
mis hijos, los hijos de mis amigos, los hijos de los excluidos, de
los desocupados, decididos a quedarse en tanto y en cuanto les aseguremos
el más mínimo bienestar.
Quiero el cambio porque detrás de las decisiones en positivo
hay muchas familias que desean recuperar la esperanza. Quiero el cambio
para erradicar definitivamente a los que creen que sólo debatiendo
se alcanza la grandeza nacional. Quiero el cambio porque en este marco
tengo la sensación que Argentina no va más, y ello ya
no me deja dormir. Quiero el cambio porque pretendo seguir soñando
con una provincia de Buenos Aires y una Argentina, auténticamente
Federal. Quiero el cambio porque estoy seguro de que es el único
estadío que el pueblo acepta hoy.
Finalmente. He aprendido en mi doble condición -periodista
y hombre público- a que me duela el Estado. Por un lado, siento
la perezosa decisión de algunos, la obsesiva pretensión
hegemónica de otros, la incapacidad de resolver rápidamente,
la falta de previsión sobre los resultados a alcanzar y la
presencia de ciertas "aves de rapiña". Por otro lado,
percibo la vocación de modificar las cosas y el sacrificio
de unos pocos.
He querido expresar lo que pienso, sin necedad, ni hipocresía,
asumiendo la parte que me toca, pero consciente que muy cerca de mí
hay alguien dispuesto a cambiar (y esto no debe, ni puede tomarse
como adulación; expreso una opinión sincera, porque
no hay búsqueda de fortalecer amistad o atornillamiento a la
función pública). Todavía, entonces, pese a recordar
una pequeña estrofa de una canción que inmortalizó
Víctor Heredia, donde reza "cuanta tristeza, cuanta tragedia",
sigo sobreviviendo, pero con la esperanza de poder palpitar el cambio
que nos haga definitivamente un país en serio.
(*)
Secretario general del Senado de la provincia de Buenos Aires y periodista
del interior.
(AIBA)