¿Riesgo
país? ¡Riesgo gobierno!
Por
José Enrique Velázquez
La
expresión riesgo país, hasta hace poco reservada para
un selecto grupo de iniciados y absolutamente ignorada por la mayoría
de la población, es hoy un indicador que se presenta como esencial
para la vida de los argentinos, al punto que muchas pantallas de televisión
y todos los medios de comunicación radiales y escritos lo dan
a conocer con singular frecuencia.
La creciente incidencia que se le atribuye al riesgo país para
el progreso del país o, por el contrario, su posible estallido
debido a la entrada en default o cesación de pagos, ha llevado
a que muchos argentinos recuerden más en detalle la evolución
del riesgo país, que las fechas familiares, como el aniversario
del casamiento o el cumpleaños de la esposa (lo cual conlleva
un riesgo, distinto, claro).
A pesar de todas las señales dadas por los distintos ministros
de Economía que han pasado por este gobierno nacional, los
mercados parecen no comprenderlos y mantienen el indicador estrella
a niveles estratosféricos. Niveles que ya no importan más
que a aquellos que hacen sus negocios comprando los ultradepreciados
bonos argentinos. Es que superados los 900 puntos, el riesgo país
resulta irrelevante porque significa que el crédito está
cerrado para la Argentina. Da lo mismo que sea 1.100 ó 1.500.
"Sé igual", diría Minguito.
Sin entrar en el análisis puntual sobre los negocios de aquellos
que ganan mucho dinero con la compra y venta de bonos, aunque al país
que los ha emitido le vaya mucho en ello, y sin ingresar en una investigación
meticulosa para saber a qué intereses les conviene que Argentina
siga deprimiéndose y con ello vaya reduciendo el costo de su
mano de obra, pareciera que el riesgo país tiene relación
directa con el riesgo gobierno que se cierne día a día
sobre todo el pueblo argentino.
Este gobierno de la ex Alianza, que se autopresentaba como el que
cambiaría la historia argentina, velozmente se fue deshilachando
al cometer muchos errores y pocos aciertos, para culminar la aciaga
primera etapa con la renuncia-fuga del que fuera cofundador, colíder
aliancista y vicepresidente de la República, Carlos Alvarez.
Etapa que ya había comenzado mal, en el mismo mes de diciembre
de 1999, cuando se hizo cargo del gobierno y presentó al país
un tan exagerado como dramático cuadro de situación,
que trasladó a la mayoría del pueblo una sensación
de tristeza y desasosiego que luego no pudo extirpar, aún con
los diferentes cambios de ministros y políticas que intentó.
El riesgo gobierno comenzó a crecer por entonces, en diciembre
del ´99. Y ya nunca dejó de subir una pendiente cada
vez más empinada. Con cada desacierto, varios puntos en contra
de la credibilidad interna y externa del país (del gobierno).
Como si ello fuera poco, los inocultables desencuentros del presidente
de la Nación, Fernando De la Rúa, con el presidente
del partido oficial, Raúl Alfonsín, fueron y son tan
notorios, que no se puede culpar a los "jóvenes idiotas"
(como los llama Domingo Cavallo) de tenerlo en cuenta al momento de
construir indicadores que nos resultan perjudiciales.
Tampoco se los puede culpar de las exasperantes idas y vueltas que
el propio Cavallo ha mostrado en sus políticas económicas,
que para muchos especialistas están muy lejos de ser parte
integrante de un verdadero plan económico. Como aquellos desencuentros
son, también, parte del riesgo gobierno que crece día
a día.
No es menos substancial para que tal riesgo continúe su marcha
ascendente -es una de las pocas cosas que en la actualidad crece en
el país-, la poca o ninguna disciplina partidaria que muestra
la coalición gobernante. Hablar del Frepaso es como hablar
de un enfermo terminal. Sólo falta quitarle el tubo de oxígeno
que lo mantiene con vida casi artificialmente. Pero el radicalismo,
partido centenario y con largo ejercicio parlamentario, funciona como
oposición y no como verdadera bancada oficialista.
Tanto que en las últimas, controvertidas, medidas de ajuste,
el gobierno debió negociar y conceder diversos cambios para
lograr que votaran lo substancial de su proyecto. Pero aquello que
sólo unos días antes el presidente anunciara con la
exagerada solemnidad que sus asesores le indicaran ("esto no
es negociable" o "va mi vida en ello"), quedó
en el olvido, como quedan las novias de la adolescencia. También
esto es observado por los mercados. E integra, claro, el riesgo gobierno.
Pero no sólo los mercados y el sector financiero advierten
las debilidades del gobierno (y buena tajada sacan debido a ellas),
sino que el pueblo entero se ha dado cuenta de que esas flaquezas
nos están llevando por un peligroso camino equivocado. Y por
eso no recupera el optimismo, aunque se lo atosigue con palabras grandilocuentes,
como blindaje, megacanje, factor empalme. Porque se constituye -como
siempre- en la variable de ajuste. Nadie analiza porqué, en
un país donde cierran empresas y comercios y hay que reducir
el salario de empleados y jubilados, las 20 empresas privatizadas
más importantes y los 6 bancos privados líderes, ganaron
durante el año 2000, la suma de 3 mil millones de dólares.
¿A ellas no les toca el ajuste? ¿No tendrían
que hacer su aporte en una situación donde a aquellos que menos
tiene les va la misma vida?
El pueblo argentino espera, con cada vez mayor impaciencia y otorgando
cada vez menor tiempo para ello, ver en marcha medidas que pongan
a girar nuevamente la rueda de la producción y el trabajo,
esenciales para el crecimiento del país. Y que paguen el costo
del ajuste aquellos que más ganan. Pero ve, cada vez con más
certeza, que este gobierno no cuenta con la personalidad, ni la imaginación,
ni la grandeza para cambiar el rumbo y encarar por el camino correcto.
Y, lo más grave, que como un autista, tampoco escucha a quienes
quieren aportar ideas para salir de la dura encrucijada a la que hemos
llegado.
Desde el Justicialismo, aún con sus problemas a cuestas, herencia
de la segunda parte del gobierno de Carlos Menem, de los negociados
que se investigan y del afán menemista por perjudicar a Eduardo
Duhalde, se intenta permanentemente hacer aportes para cambiar un
destino que hoy parece inexorable. De la Sota y Ruckauf lo han hecho
en forma reiterada. Incluso el gobernador de Buenos Aires fue llevado
a una situación de asfixia financiera con el afán de
culparlo por el estallido final de la crisis. Sólo la capacidad
de maniobra mostrada por su gobierno logró superar una encerrona
que en otro caso sería fatal.
Pero Ruckauf y De la Sota forman parte de la oposición. No
pueden remendar un oficialismo que parece reducido al círculo
íntimo del presidente. Pero ese círculo es el dato fundamental
para que el riesgo gobierno tenga a los argentinos con el corazón
en la boca
(AIBA)