El
verdadero 'riesgo país' es el país del 'nunca jamás'
Por
Gustavo Germán Dagnino
La
Argentina tocó fondo. Por justificados que resulten los planteos de
quienes reclaman (que son demasiados), la sensación clara es que no
hay forma de atenderlos. Se acabaron las existencias de moneda, las
posibilidades financieras reales y también las endémicas ayudas externas
(deuda más deuda más deuda más...). El déficit cero no es un slogan,
como el blindaje o el megacanje; es la triste cara de un país totalmente
quebrado e inerte. '¿Cómo llegamos a esta situación de «default»?',
es la pregunta que muchos hacen, cuya respuesta muchos también conocen
y pocos quieren responder porque es demasiado cruda y expone una realidad
espantosa. No hay un culpable, ni siquiera unos pocos, pero la lectura
fina de la historia reciente asegura inequívocamente que fueron muchos
los responsables que sumaron sus desaciertos personales o partidarios.
La tendencia que se fue agudizando peligrosamente en una nación de
autistas, donde se perdió en términos absolutos la noción de comunidad,
es la de pensar y planificar grandes realizaciones, para luego no
llevarlas a cabo o bien ejecutarlas mal, sin que a nadie le quite
el sueño cada irresponsabilidad cometida. Y para tratar de explicar
esta teoría, hagamos un repaso brevísimo a ciertos hechos contemporáneos
que todos recordarán: Alfonsín Raúl Alfonsín asumió apoyado por una
expectativa general pocas veces vista y, a poco de andar, logró someter
a juicio y condenar a los responsables del Proceso Militar que gobernó
entre 1976 y 1983. Victoria 'a lo Pirro' ya que a este hecho inédito
le sucedieron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Anunció
el traslado de la capital a Viedma y todo quedó en la nada, pese a
la cesión de tierras, la creación del nuevo distrito federal, los
gastos en consultoría, la construcción de edificios y las patrióticas
afirmaciones a favor del proyecto. Consiguió que se desarrollara el
Congreso Pedagógico, pero de nada sirvió. Impuso el Plan Austral,
y a pesar del masivo apoyo popular la reforma económica naufragó en
el tormentoso océano de la emisión descontrolada y del déficit fiscal
institucionalizado. Menem En medio de una inflación formidable, el
humor cambió y las ilusiones de los ciudadanos estuvieron puestas
en Carlos Saúl Menem, quien asumió en 1989 tras prometer 'salariazo
y revolución productiva'. De esas intenciones rescatamos, poco después,
la apropiación los ahorros de la gente por parte del Estado, a través
del Plan Bonex de Erman González. Llegaron las privatizaciones, la
convertibilidad y el paraíso prometido fue transformándose en un infierno
fogoneado por una creciente desocupación que ni se previó ni se evitó
jamás. Ni hablar de hacer reservas para seguros de desempleo ni nada
por el estilo. No obstante, hubo una promocionada reforma constitucional
que permitió una reelección, previo 'Pacto de Olivos' (en 1995); acortó
el período presidencial a cuatro años; incorporó otro senador nacional
por cada provincia; dio rango constitucional a numerosos derechos
inalienables e inclaudicables del hombre que, por hallarnos en la
Argentina, no sirvieron para nada. ¿Y el ciudadano? Bien gracias.
De la Rúa El desgaste de diez años de 'menemismo' llevó a una irrefrenable
sucesión presidencial de otro color político. Llegó De la Rúa en 1999
y, con él, sucesivos intentos tales como blindaje, megacanje, factor
de empalme y –recientemente— déficit cero. Todas buenas intenciones,
casi todas convertidas en intentos fallidos. Hasta aquí llegamos.
Nadie puede predecir el futuro –aunque los malos presagios son abrumadora
mayoría— pero todos podemos leer el pasado; un pasado muy fresco que
ratifica algunas comprobaciones por demás desalentadoras y típicas
de un 'país del nunca jamás'. Buenas intenciones, programas de acordes
con los intereses superiores de la Nación, todo con instrumentación
cero. Se planifica un poco, se crea un poco más, se legisla bastante
bien... pero no se hace nada. Todos tienen culpas y todos padecemos
hoy en mayor o menor medida este descalabro sin beberla ni comerla,
salvo –claro está— los responsables del caos. (AIBA)