EL
INQUIETANTE MENSAJE DE NO FESTEJAR EL 25 DE MAYO
Por Eduardo Capdevila
De la redacción de Agencia NOVA
Desde que el mundo es mundo la formación cultural de un pueblo
no se consigue por proclamación de conceptos ni por asunción,
sino por inculcación. Es decir, que el esqueleto de tradiciones
e hitos históricos que forman la columna vertebral transmitidos
de generación en generación prevalecen sobre cualquier
otro mecanismo contracultural adverso.
Es por esto que la inusual decisión del presidente de la nación,
Fernando de la Rúa, de no hacer desfile cívico militar
para reducir su exposición pública al mínimo
posible por temor a abucheos y el acompañamiento solidario
del gobernador bonaerense, Carlos Ruckauf, en esta medida, es un preocupante
signo para los valores históricos nacionales.
Y no es admisible que por materias presupuestarias y de ajuste estructural
justamente se recorte sobre los actos recordatorios del primer gobierno
patrio que sentó las bases hacia la independencia argentina.
Vaya uno a proponerles a las autoridades de Estados Unidos que en
lugar de reducir los costos en la política echando empleados
ñoquis no festejen el 4 de julio.
Hace falta ser claros. Ni la imposición ni la proclamación
crean conciencia, sino la inculcación en base al consenso.
Esto no es sólo para la educación, sino que inclusive
para conquistar sentimentalmente a alguien no se lo consigue declarando
nuestra pertenencia a ella o la exigencia de ella nos corresponda,
sino enseñándole bondades que ella necesite.
Y es por esto que la no realización de festejos por el 25 de
mayo marca una bisagra hacia la dependencia cultural, más grave
inclusive que las manifestaciones de la década menemista, que
fueron vanguardistas en la materia.
La diferencia entre lo que ocurría durante el menemismo con
lo actual es que las primeras manifestaciones no hubo desculturización
y en ahora sí.
La identidad de un país no se sustenta en la proclamación.
De nada sirve declararse libre si uno no ejerce todos los derechos
humanos. Por esto es que fue sólo lamentablemente anecdótica
la referencia del ex canciller menemista, Guido Di Tella, respecto
de las "relaciones carnales" de nuestro país con
EE.UU, donde por cierto Argentina ocuparía el rol pasivo.
La asunción tampoco es determinante en la identidad, ya que
la imagen que uno tiene de sí mismo puede ser circunstancias,
es decir dada por la coyuntura. Un ejemplo es que en la Argentina
hoy la mayoría de los jóvenes están resignados
y creen que no hay futuro, pero no significa que siempre haya sido
así la sensación.
Pero la no realización de festejos por el Día de la
Patria corta una cadena histórica de conmemoración de
una fecha que sí hace a lo que somos desde las bases mismas.
Y como se educa con ejemplo, los gobernantes deben promover estos
actos patrióticos para no quitar sentido a otros eventos de
menor cuantía sobre el tema. A saber, los festejos en las escuelas
y desfiles en algunas comunas son manifestaciones aisladas si no las
acompaña un Estado central fuerte desde el punto de vista cultural,
pasan a ser significantes sin significado.
Hay una generación de chicos que conviven no sólo con
un país que no tiene empresas de servicios propias y con la
desesperanza, sino que para colmo no ven que el Estado festeje esa
gesta patriótica que estudiaron en la escuela primaria.
En el recuerdo quedaron no sólo las amarillas láminas
que retratan lo ocurrido en 1810, sino los días fríos
en los que las bandas musicales alteraban la tranquilidad de los pueblos,
y en la nariz de los niños se mezclaba el olor a chocolate
caliente con el del cuero recién lustrado de las botas y zapatos.
Y el pueblo quisiera saber de qué se trata.