No
hay que dejarse comer por los chimangos
Por
Jorge Matheus
LA
PLATA, 1 JUN (Especial para AIBA). El pueblo argentino reclama
gestos y más gestos de parte de la dirigencia política.
Su posición está íntimamente relacionada con
la postergación y constante exclusión que sufren distintos
sectores sociales, como así también en la clara indiferencia
que transmiten muchos hombres públicos a través de los
medios de comunicación, alimentando la difusión de cuestiones
partidarias que no guardan ninguna relación con los problemas
más acuciantes que hoy se enfrentan.
Se acostumbra a decir en el interior que "no hay que dejarse
comer por los chimangos", en alusión a que estos pájaros
de pico y alas muy pronunciadas se lanzan en picada sobre las osamentas
de los vacunos o de todo aquel animal que se encuentra posado sobre
la tierra y en clara debilidad física.
Aunque metafóricamente suene demasiado duro, esto es lo que
hoy le está sucediendo a una proporción importante de
hombres y mujeres que han elegido el camino de la política.
La circunstancia electoral del próximo mes de octubre, no es
por sí una buena excusa para hablar del 2003. Fijar esa fecha
en la agenda resulta obsceno ante las dificultades que afrontan los
municipios, las provincias y el país. Es por esta temática
que se intenta imponer con fórceps, que recuerdo el axioma
criollo.
Los datos estadísticos oficiales y privados muestran una Argentina
en decadencia.
La caída de la desocupación en el Gran Buenos Aires
y en el Gran Córdoba, entre abril del año anterior y
abril del 2001 es del 1 por ciento, respectivamente. Hay dos millones
de jefes de familia sin cobertura social.
La provincia que nosotros habitamos destina casi 400 millones de dólares
de su presupuesto a la asistencia a los más necesitados. En
poblaciones o comunidades de la tan promocionada Pampa Húmeda
--donde florecen los trigales como decía Pedro B. Palacios
(Almafuerte)-- hay muchos hogares que no cuentan con los más
mínimos y elementales servicios como luz y agua.
Son sólo algunos puntos que patentizan la situación
que se vive. Me pregunto entonces:
a) ¿es posible que algunos dirigentes estén imaginando
el escenario electoral de acá a dos años?
b) ¿hay tiempo para destinar una proporción importante
de su vida diaria para comentar estrategias a los periodistas, que
en algunos casos se regodean con la escasa credibilidad de los políticos?
c) ¿es necesario vivir al conjuro de las encuestas cuantitativas
sobre la imagen de los posibles candidatos, cuando lo urgente e importante
transita por la vía de las impostergables necesidades del pueblo
?
La lucha por el poder es legítima, pero edificarlo sobre las
penurias y miserias del pueblo, es una irresponsabilidad que no se
compadece con la historia pasada, presente y menos aun futura de la
Argentina.
La credibilidad no se reconquista con operaciones periodísticas
o constantes vapuleos sobre los más potables dirigentes del
mañana, sino con la vocación de producir los cambios
que hacen falta. La credibilidad no sólo se ha ido debilitando
por los gastos que genera la política, sino también
por la lucha intestina de unos pocos sin la participación genuina
de los principales destinatarios.
Las encuestas cuantitativas se han convertido en un arma mortal de
la política, por el nivel de inversión que las mismas
producen y por la atención que se les brinda. Es como si las
encuestas y sus ejecutores fueran los verdaderos artífices
de la cosa pública. Queriendo o no, los dirigentes
han cedido espacio frente a la opinión pública, y el
marketing gubernamental basado en la gestión, en el contacto
constante y fluido con la población, se ha dejado en mano de
"especialistas".
La política se construye con gestos y palabras. Es el momento
que los gestos estén destinados a satisfacer la demanda, con
la firme convicción y compromiso de representar a los que menos
tienen, demostrándoles que somos capaces de asumir la responsabilidad
que ellos delegan.
Es el momento que las palabras se transformen en hechos. Ante un pueblo
que reclama respuestas, hay que ser capaz de erradicar el individualismo
exacerbado construyendo, horizontal y transversalmente, políticas
que contribuyan al bienestar general.
Si esto ocurriese, es posible que los chimangos comiencen a ahuyentarse,
por más que algunos sigan creyendo que es necesario seguir
alimentándolos con intereses mediocres y mezquinos. (AIBA)