En
Haifa el miedo viene del cielo
HAIFA, Israel.– De pronto se desplomó el cielo.
Por primera vez en esta crisis, una lluvia de misiles cayó
sobre esta ciudad, la tercera del país, y sumió
a sus habitantes en pánico al reconocer que no son
invulnerables y que el mentado escudo defensivo con baterías
Patriot presenta fallas que anoche nadie era capaz de explicar.
Todo
empezó con una violenta explosión y la sensación
de que la tierra temblaba. Sólo entonces sonó
la sirena de alarma que llama a entrar en los refugios subterráneos;
pero la gente y los autos fueron hacia donde pudieron y muchos,
para ningún lado. Después, la cadena de estallidos
se multiplicó en todas las direcciones. Y, de verdad,
ya no hubo dónde ir.
LA
NACION pudo contar, por lo menos, veinte misiles en una hora
y, tras ellos, un terror desconocido: Haifa queda a 40 kilómetros
de la frontera con Líbano, y los sucesos de ayer demostraron
que esa distancia ya no es obstáculo para la milicia
de Hezbollah, enfrentada en esta espiral con el sexto ejército
del mundo y poseedor de armas nucleares.
Fue
un cambio profundo: hasta ahora, las autoridades israelíes
actuaban con la convicción de que su territorio era
poco menos que invulnerable. Desde ayer saben que eso ya no
es tan así y que el enemigo puede hacer daño
mucho más allá de la franja fronteriza. Es un
giro significativo cuyo alcance se medía anoche y que
puede ser determinante en el modo de enfocar el futuro de
esta ofensiva sin cuartel con una milicia chiita que promete
"más".
Así,
el impacto por lo ocurrido fue tan brutal que, pasado el mediodía
y pese a que aquí se trabaja el domingo, la ciudad
entera se convirtió en un pueblo fantasma, sin nadie
en las calles ni nadie a quien pedir nada. Una ciudad muerta.
"Esto no había ocurrido siquiera con Saddam Hussein
en la primera Guerra del Golfo", recordó una mujer.
|
|
12
de julio: Soldados israelies toman posiciones en Zarit, al
norte de Israel, en la frontera con el Libano |
|
El
gobierno israelí acusó el golpe. "Es una
mañana muy dura; vamos a responder con frialdad y con
determinación", dijo el primer ministro Ehud Olmert.
Un rato más tarde, los bombarderos de Israel volvían
a la castigada Beirut -donde ya habían estado más
temprano- para seguir descargando muerte.
Hacia
el mediodía se temió un nuevo ataque, en este
caso contra Tel Aviv, situada a más de 100 kilómetros
de la frontera. Hubo advertencias a la población y
salieron los helicópteros antimisiles. Finalmente,
el ataque tan temido se produjo, pero una vez más sobre
Haifa; fue el cuarto en un día agotador.
Al
caer la noche, nadie pudo explicar por qué no había
funcionado el escudo de misiles Patriot ni cómo se
abordaría la defensa en el futuro.
Hubo
llanto en el refugio subterráneo cuando se supo el
saldo de la primera oleada: ocho muertos y, por lo menos,
30 heridos, algunos de ellos, graves. Los misiles también
cayeron sobre las costeras Acra -antaño, refugio de
los cruzados- y Nahariya, donde días atrás murió
la argentina Mónica Saidman.
"¡Saquen
a ese asesino!", grita una mujer, cuando un comentarista
de la cadena de TV de Hezbollah festeja el ataque y promete
más. "Hay que matarlos a todos", añade.
Se apretaron cerca de 200 personas en el refugio, compartido
entre un hotel y un gran centro comercial. Es un conjunto
subterráneo de habitaciones y está claro que
no estaba previsto usarlo: hay signos de suciedad, la ventilación
no funciona y varias personas se descomponen.
Una
mujer mayor y con alhajas de reina no puede escuchar lo que
dice el único aparato de televisión y se desespera.
" Shket! " [´¡Silencio! ], impone otra,
que lleva la bolsa con las compras. Pero la calma dura muy
poco: la tensión hace estragos y los chicos, que son
muchos, se excitan con los nervios ajenos. Hace calor. Arriba
suenan las explosiones y abajo el clima es de alto voltaje.
|
|
12
de julio: La capuptura de soldados y la lucha abrio un segundo
frente a Israel cuyas tropas ingresan a Gaza |
|
Larga
espera
La
espera se alarga. Se huelen todos los olores corporales del
miedo. Hay agua mineral, papel higiénico y un botiquín
que nadie parece saber usar. A nuestro lado, un hombre tiene
la camisa violeta empapada en sudor. No hay jefe; cada uno
hace lo que quiere, pero si pretende salir en pleno ataque,
la voz colectiva dirá que no.
El
primer ataque se carga la estación de tren; el segundo
da cerca de los tanques de la destilería. Desde la
terraza del hotel, LA NACION pudo ver claramente el humo del
blanco fallido y la fiesta de un camarero: "¡Fallaron,
fallaron!". Las otras dos oleadas fueron menores, pero
suficientes para sembrar más pánico.
Todo
empezó minutos después de las nueve. Y cuando
terminó, el éxodo disparó para donde
pudo: miles de personas partieron hacia la idea de seguridad
que ofrecen puntos situados más al Sur. El hotel, que
por la mañana era un bullicio de turistas, quedó
desierto: nadie en la enorme piscina; nadie en las playas;
sólo algunos periodistas y la sensación vacía
de una casa donde retumban los pasos. Y no se duerme bien.
Una
vez pasado todo, la ciudad parece otra: los teléfonos
están bloqueados, alguna zona se quedó sin luz
y todas las alarmas de los autos parecen sonar al mismo tiempo.
La ciudad tiene nuevas heridas que hablan de lo que allí
estalló. La histeria dura y, pese al sol, nadie apunta
para la playa. El miedo manda.
-¿Para
qué anota tanto? -preguntó la mujer de la bolsa
en pleno ataque.
-Para
no olvidar lo que veo.
-Si
es por eso, no se preocupe: no se lo va a olvidar más
-contestó, con el tono de quien sabe de qué
está hablando.
Por
Silvia Pisani, La Nacion, Lunes 17 de julio de 2006 |
|
|
Dos
hombres transportan medicinas a traves del rio Litani en el
Libano luego de que las rutas fueran cortadas por los ataques
israelies |
|