Alarma
mundial por la violencia en Medio Oriente: las consecuencias
de la ofensiva israelí
Beirut, una ciudad con las heridas abiertas
Las calles de la capital libanesa quedaron vacías y
los barrios del sur, bastión de Hezbollah, fueron destruidos
por los ataques
BEIRUT.- Beirut, la capital libanesa, que hasta hace unos
días era recorrida por ricos turistas de los países
del Golfo, parecía ayer una ciudad desierta: sobre
ella se elevaban nubes de humo y sólo se podían
oír los aviones de combate que sobrevolaban sus calles
vacías.
Apenas
unos pocos de los casi dos millones de habitantes de esta
urbe asediada se atrevían a salir a la calle en el
quinto día de bombardeos israelíes.
La
mayoría de ellos acaparaba alimentos en los supermercados
o formaba largas colas frente a las estaciones de servicio.
Muchos llenaban el tanque para abandonar la ciudad; otros
compraban combustible para alimentar los generadores, ya que
en algunos barrios no hay electricidad desde que varias centrales
eléctricas fueron destruidas.
Volvían
a abrirse así heridas no tan viejas: las que dejó
la guerra civil que golpeó al país durante 15
años, hasta 1990.
Mientras
miles de personas intentaban huir de la ciudad para refugiarse
en las montañas, la mayoría de los extranjeros
atrapados por el conflicto partía o esperaba poder
partir pronto. Pero el panorama no era alentador: los principales
puentes y rutas en el sur del país estaban destruidos,
y el aeropuerto internacional de Beirut, cerrado desde que
estalló el conflicto entre Israel y el Líbano
el miércoles pasado, fue bombardeado ayer por segunda
vez.
En
los barrios cristianos de la ciudad crecía la rabia
contra el movimiento chiita libanés Hezbollah, que
provocó los ataques. "¿Qué le han
hecho a nuestro pueblo?", se lamentaba Georgette Hadad
mientras caminaba hacia la iglesia ayer por la mañana.
"Dicen que quieren guerra. Pero no son sus combatientes
los que mueren, sino la gente de aquí", agregó.
También
eran pocos los que se atrevían a salir en los barrios
del sur de Beirut, bastión de Hezbollah, donde las
escenas eran apocalípticas. El edificio de nueve pisos
en el que el movimiento tenía su sede quedó
destruido casi por completo, al igual que la casa donde vivía
su líder, Hassan Nasrallah.
En
las calles había profundos cráteres, y los trozos
de puentes se confundían con restos de vehículos.
Decenas de edificios fueron destruidos por los bombardeos,
ininterrumpidos desde hace varios días.
"Sáquenos
de este infierno. Llévenos a cualquier parte",
rogaba ayer una pareja joven con tres niños, todos
con los rostros cansados y ennegrecidos por el humo, al salir
de un edificio que se salvó de los ataques aéreos
israelíes en los suburbios del sur de Beirut. "Seguir
viviendo aquí va más allá de la resistencia
humana", se lamentaba la mujer, mientras unas pocas personas
erraban por las calles llenas de ruinas.
Ningún
lugar seguro
Anteanoche,
las ventanas de los edificios del corazón de Beirut
vibraron con cada explosión y los disparos de la marina
israelí, instalada frente a la capital. Apuntaban hacia
un suburbio mayoritariamente chiita, situado a unos tres kilómetros
del centro, donde hasta hace pocos días vivían
todavía unas 500.000 personas.
Los
accesos al "perímetro de seguridad" de un
kilómetro cuadrado delimitado por Hezbollah para garantizar
la seguridad de sus dirigentes y al edificio de la cadena
de televisión Al Manar estaban bloqueados ayer por
los escombros de inmuebles derribados por los bombardeos israelíes.
La
sede de Al Manar, un edificio de 10 pisos, fue destruida.
Una avenida entera, bordeada por una decena de edificios,
fue totalmente arrasada.
El
bloque de edificios que constituye el "perímetro
de seguridad" que albergaba la comandancia de Hezbollah
también fue destruido por varios ataques el viernes,
cuando el ejército puso en la mira a Nasrallah.
La
aviación y la marina israelí continuaron durante
toda la madrugada de ayer castigando este perímetro.
Jóvenes
vestidos de civil que se desplazaban en moto, aparentemente
activistas de Hezbollah, daban órdenes. "No entren
en el perímetro de seguridad. Puede que haya obuses
que no han estallado", advirtió uno de ellos a
los fotógrafos.
Cerca
de allí se encuentra el hospital Sahel, que hace una
semana era una lujosa clínica privada. Ahora, todas
sus ventanas están rotas, por lo que los médicos
se limitan a realizar "una primera atención"
a los heridos, explicó una doctora que pidió
no ser identificada.
Según
ella, "no es más seguro estar en un hospital que
en cualquier otro sitio, porque los israelíes no respetan
nada". Y recordó que el día que cayó
una bomba cerca tuvieron suerte de oír antes el paso
de los aviones, por lo que pudieron alejar a tiempo a los
bebes de las ventanas.
Ante
la ausencia de pacientes, los trabajadores del hospital se
dedicaban ayer a mirar televisión. Todos aplaudieron
cuando Al Manar anunció la muerte de ocho israelíes.
Segundos
después, un hombre de negro corría hacia los
periodistas y les pedía que abandonaran el lugar porque
se esperaba un ataque. Cuarenta minutos más tarde,
los misiles israelíes volvían a impactar en
el sur de Beirut.
Agencias
AFP, DPA y EFE
La
Nacion, Lunes 17 de julio de 2006
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