GUERRA
EN ORIENTE MEDIO : CLARIN EN BEIRUT
Relato
desde una ciudad arrasada por las bombas
El
centro de Beirut parece un cementerio. La gente rica huye
a las montañas. Los extranjeros dejan el país
por tierra y por mar. Los pobres se protegen como pueden,
en escuelas o mezquitas.
Una
inmensa desolación. Un silencio inquietante. Esa es
la primera sensación al recorrer las calles vacías
de Beirut. Ni un alma camina por sus veredas, un olor ocre
y típico de flamante bombardeo se vuelve insoportable
en un día húmedo, caluroso y gris. Los puentes
están destruidos y una sensación intimidante
de miedo y de peligro se convierte en incontrolable.
Beirut
es hoy una ciudad fantasma, desertada por sus habitantes que
no resisten el ruido ultrasónico de los aviones F-16
en el cielo y de los bombardeos israelíes. Los más
ricos han huido del país. Los otros se refugiaron en
sus pequeñas casas en la montaña y los más
desprotegidos se apilan en escuelas públicas, las mezquitas
o donde les dan alojamiento seguro en el norte.
En
el puerto de Beirut, siete camiones aún arden en la
playa de contenedores. Uno simplemente ha sido volatilizado,
sólo queda el chasis y la memoria de su chofer. En
el otro también murió el conductor. Los cinco
restantes tienen sus puertas abiertas, una señal de
una huida aterradora. De ellos sale una columna de humo. Son
la imagen del bombardeo israelí de la mañana
de ayer en los docks de Beirut, que forzó al ferry
griego que venía a evacuar a los ciudadanos franceses
a esperar en el Mar Mediterráneo mas de tres horas,
hasta que finalizaran la operación por orden de Israel.
El
edificio de las oficinas portuarias de Kamouik demuestra la
violencia del bombardeo. Sus ventanas estallaron por la onda
expansiva, los muebles están incrustados en las paredes.
La cooperativa de los trabajadores del Estado corrió
la misma suerte. |
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Los
israelies en un refugio durante un ataque |
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Ali Awad es una leyenda, probablemente el más respetado
de los choferes de guerra de Líbano y veterano de todos
sus crisis. Al volante de su poderoso Mercedes Benz blanco
se convierte en el guía de este horror. "Pobre
Líbano, otra vez como en 1982, cuando nos invadió
Israel", es su saludo, en la puerta de entrada del puerto.
"Está muy peligroso. Es una guerra distinta, donde
la tecnología traumatiza a la gente. No se puede evitar
el miedo. Yo creía que era una sensación desconocida
para mi", aclara, con calma.
Primera
parada: la tumba de Rafik Hariri, el primer ministro asesinado
en el 2005 y que desencadena la retirada siria del Líbano.
Un policía la cuida y mira aterrado el cielo. El "centre-ville"
de Beirut parece un cementerio. Ni siquiera la mezquita está
abierta.
Acelera
Alí como un bólido. Avanza por la carretera
al aeropuerto, volada por los israelíes para evitar
el paso. Una cinta colorada lo advierte. Un giro rápido
y a los suburbios del sur, el territorio de Hezbollah, la
milicia shiíta y resistencia islámica en el
sur del Líbano, que secuestró a soldados israelíes
y atacó con misiles a Israel e inició la crisis
el miércoles pasado.
Tierra
arrasada. Un camión azul está achicharrado por
el bombardeo en una esquina, en la vieja ruta al aeropuerto
que atraviesa el barrio. Los edificios aparecen aplastados
como una torta por los bombazos de fósforo, las imágenes
del ayatollah Komeini destruidas por la onda expansiva. El
barrio está vacío. La gente ha huido a donde
ha podido. No hay luz. Ni siquiera se ve a un miliciano de
Hezbollah, con su clásico uniforme negro. Nadie. Muy
cerca, los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila,
con un tanque libanés en la entrada.
"Hay
que pasar como un misil por aquí. Muy pero muy peligroso.
Un territorio prohibido. Yo vivo en el sur de Beirut, muy
cerca del aeropuerto. Ayer volví a casa a buscar ropa.
No deben quedar ni 50 personas allí. Todos ancianos,
sin recursos. Hay gases tóxicos de los bombardeos que
no dejan respirar", explica Ali, mientras avanza por
la vieja ruta.
A
las 4 de la tarde de ayer, el supermercado Monoprix está
cerrado, en el hospital principal de Beirut no hay señales
de vida. Villa Olímpica, esa espectacular herencia
del ex primer ministro asesinado Rafik Hariri, parece un monumento
al renacimiento trunco de un país martirizado por la
guerra, con sus habitantes convertidos en rehenes de una batalla
estratégica que incluye a Hezbollah, respaldado por
Irán, y Siria, e Israel, apoyado por Estados Unidos,
en su "guerra preventiva" contra el terror.
El
auto avanza por la Corniche, esa carretera costera donde los
enamorados pasean en el verano libanés y las inmensas
torres de extravagante arquitectura son el símbolo
de la reconstrucción después de la guerra civil.
Los millonarios petroleros del Golfo son los dueños
de esos pisos espectaculares, con vista al Mediterráneo.
Están todos cerrados. Sólo han quedado las mucamas
sudanesas, filipinas, eritreanas, que componen la mano de
obra barata libanesa, abandonadas a su suerte.
Hard
Rock Café, cuyo dueño era el hermano de Osama
bin Laden, también bajó las persianas. Solía
ser el lugar "chic" de los jóvenes libaneses
y del Golfo para una complicidad que, en los países
más estrictos musulmanes, no existe. |
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Puente
destruido por el ataque aereo israeli |
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Un
flash en el cielo, el F-16 avanza desde el mar con su inconfundible
ruido. Alí acelera. Pasa frente a El Manar, el faro
último modelo libanés para orientar el tráfico
marítimo, demolido por los bombardeos. En el camino
no se ve un solo restaurante abierto o negocio o banco.
"¿Restaurante
abierto? ¿Para qué? Si no hay gente para comer.
Yo no como más desde que empezó esta guerra.
No puedo, perdí el apetito. Pero en medio de este horror
hoy fui abuelo. Por eso partí a la montaña con
la familia: para protegerlos. Allí nació Alla,
mi nieta. Es la única buena noticia en Líbano",
filosofa Alí.
El
ferry griego que evacua a los ciudadanos franceses está
partiendo. Se cierra "la ventana" de algunas horas
abierta por los israelíes para permitir la operación
antes de reiniciar los bombardeos. Ashrafieh, un barrio cristiano
de Beirut, es el lugar más seguro de la capital. No
todos sus habitantes han huido y aún quedan algunas
farmacias y negocios abiertos.
En
Spenez, el supermercado del barrio, los precios se han disparado
hasta el asombro. ¿Un ejemplo? Las papas subieron de
55 a 1.100 libras libanesas (unos 2,50 pesos) en tres días.
Faltan las legumbres y los pescados más frescos tienen
siete días.
"En
72 horas más no vamos a tener stock. Ya escasea el
arroz, el azúcar, la leche", advierte Jessi, una
estudiante universitaria de 20 años, que trabaja de
cajera. "Hemos quedado en las manos de la ONU. Mi esperanza
es que no dure mucho esta guerra. Yo no estoy de acuerdo con
Hezbollah y con su ataque de misiles. Pero la revancha de
Israel ha llegado demasiado lejos. Los objetivos somos nosotros,
los civiles", aclara.
No
todos coinciden con ella. Hasta hay cristianos de acuerdo
con las acciones de Hezbollah, después de la guerra
civil entre las diferentes facciones libanesas. No quieren
repetir esa historia. "Hezbollah debe ser cada vez más
fuerte para poner un límite a Israel. Estas acciones
son inaceptables. Sólo convalidan a Hezbollah",
explica Salim Halawi, un ejecutivo.
Anochece
en Beirut. La primera explosión se escucha hasta dejar
al barrio sordo. En la primera hora otras tres bombas se suceden.
El bombardeo es luego incesante. Desde la ventana del hotel,
se puede ver cómo el cielo se enciende. El bombardeo
es sólo a quince minutos de Alshafire. El doctor y
cancerólogo Elias Tueni ve esos mortales fuegos de
artificio en el cielo desde la terraza de su último
piso, en la rue Chablis. Su hija belga partirá en el
próximo convoy pero él ha decido quedarse. ¿Por
qué? "Yo soy un optimista, los pesimistas ya se
fueron".
Por
María Laura Avignolo, Clarin, 18 de julio de 2006 |
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16
de julio: Ciudadanos extranjeros comienzan la evacuacion de
Beirut |
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