Los
secretos de Hezbollah: Viaje al conflicto en El Líbano
La
aviación y la artillería israelí bombardean
zonas del sur de El Líbano en un intento de aislarlo
del resto del país tras el secuestro de 2 soldados
hebreos por parte de la milicia chiíta Hezbollah, en
un ataque en el que murieron otros 8 militares. Hezbollah
ejecutó su ofensiva sorprendiendo con misiles Katiusha
y proyectiles de mortero a los soldados destacados en las
granjas de Shebaa, ocupadas por Israel en 1967. Milicianos
armados dispararon contra dos vehículos militares,
tres de cuyos ocupantes murieron. Otros dos fueron secuestrados
y llevados rápidamente a territorio libanés.
El Ejército israelí abrió fuego con sus
carros de combate y lanzó su 1ra. incursión
en el 'país de los cedros' desde que abandonó
el sur del mismo en 2000. 5 militares hebreos más fallecieron
durante esa operación cuando una mina antitanque estalló
al paso de su blindado. Pero, ¿qué es Hezbollah?
Esta nota de 2004 ayuda a comprenderlo:
WASHINGTON
DC (Foreign Affairs). El movimiento radical chiíta
libanés Hezbollah fomenta la violencia en el Irak de
la posguerra y atiza las llamas del conflicto palestino-israelí.
Su sangriento historial lo convierte en un objetivo natural
de la guerra contra el terrorismo. Sin embargo, la única
opción de Washington es confrontar a Hezbollah en forma
indirecta: hacer que los estados que lo respaldan, Siria e
Irán, ayuden a cambiar su actitud, y vayan de la lucha
armada a la política.
EL
EQUIPO A
El
20 de septiembre de 2001, en su discurso histórico
ante las dos cámaras del Congreso, el presidente George
W. Bush hizo su famosa declaración: "Nuestra guerra
contra el terrorismo comienza con Al Qaeda, pero no termina
allí. No acabará hasta haber encontrado, detenido
y derrotado a todos los grupos terroristas de alcance global".
Pocas organizaciones terroristas se definen por tal criterio,
pero Hezbollah es definitivamente una de ellas. Este grupo
asentado en Líbano cuenta con células en todos
los continentes, y sus muy bien entrenados elementos han cometido
ataques horripilantes en lugares tan lejanos como Argentina.
Antes
del 11 de septiembre de 2001, era responsable de más
muertes de estadounidenses que cualquier otra organización
terrorista. Hassan Nasrallah, secretario general del grupo,
proclamó hace poco: "Nuestra consigna era, es
y seguirá siendo: Muerte a Estados Unidos". Desde
el lanzamiento de la segunda intifada palestina, en septiembre
de 2000, Hezbollah ha armado y entrenado a terroristas palestinos,
desgastando aún más el de por sí lastimado
proceso de pacificación. Hay indicios de que los agentes
de la organización han viajado al Irak de la posguerra
para reactivar sus vínculos históricos con los
chiítas iraquíes.
Por
ello no ha de sorprender a nadie, pues, que muchos en Estados
Unidos hayan señalado que Hezbollah debería
ser el siguiente objetivo de la guerra contra el terrorismo.
Poco después del 11 de septiembre, un grupo de destacados
académicos, especialistas y ex funcionarios del gobierno,
entre ellos William Kristol y Richard Perle, declaró
en una carta abierta al presidente Bush que "cualquier
guerra contra el terrorismo debe tener como objetivo a Hezbollah",
e invitaba a considerar acciones militares contra los estados
que lo patrocinan, Siria e Irán. Richard Armitage,
subsecretario de Estado, ha advertido sobre el mortífero
peligro que presenta la agrupación, al comentar que
"Hezbollah puede ser el equipo A de los terroristas",
mientras que "Al Qaeda es en realidad el equipo B".
Dado
el historial de derramamiento de sangre y hostilidad de la
organización, la pregunta no es si hay que detener
a Hezbollah, sino cómo. Una campaña en su contra
similar a las operaciones estadounidenses contra Al Qaeda
—matar a los cabecillas del grupo y destruir su refugio
en Líbano— probablemente fallaría y hasta
podría ser contraproducente. |
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Siria
e Irán lo apoyan de manera abierta, y en buena parte
del mundo árabe se le considera heroico, por su exitosa
resistencia contra la ocupación israelí del
sur de Líbano (única ocasión en que las
armas árabes han obligado a Israel a entregar territorio),
y legítimo, por su participación en la política
parlamentaria libanesa. Incluso funcionarios de Francia, Canadá
y otras naciones occidentales han reconocido el valor de sus
proyectos políticos y sociales.
Para
tener alguna posibilidad de éxito, las operaciones
militares estadounidenses tendrían que comprender una
campaña sostenida de contrainsurgencia, algo que Israel
intentó durante 20 años, para descubrir al cabo
que sus afanes fortalecían la determinación
de Hezbollah y aumentaban su atractivo local y regional. En
respuesta a un ataque estadounidense, la organización
podría poner en acción sus células en
Asia, Europa y América Latina, y posiblemente en el
mismo Estados Unidos.
Este
último país, además, está en una
posición militar y diplomática mucho peor que
antes de la guerra contra Irak. Bastante ardua es ya la ocupación;
una lucha en el valle de Bekaa, bastión de Hezbollah
en Líbano, sólo empeoraría las cosas.
El
resultado es que, aunque Washington debería enfrentar
a Hezbollah, tendrá que hacerlo en forma indirecta.
Por moralmente justificada que sea una ofensiva abierta, para
reducir la actividad terrorista de la organización
es necesario no caer en la tentación de extralimitarse.
Más bien, Washington debe aplicar presión a
través de Siria e Irán. Sólo Damasco
cuenta con los recursos necesarios de inteligencia y fuerza
en territorio libanés para poner fin a las actividades
armadas del movimiento. La combinación adecuada de
presiones y estímulos hará que el presidente
sirio Bashar al-Assad reprima con energía a su antiguo
servidor.
Entre
tanto, la presión sobre Irán ayudaría
a recortar la red global de Hezbollah y podría persuadirlo
a concentrarse en la política libanesa más que
en la violencia antiestadounidense. Aunque será difícil
convencer de cooperar a un truculento Damasco y a una fracturada
Teherán, tal estrategia es más prudente que
entablar una confrontación directa, condenada al fracaso,
que inflamaría aún más los sentimientos
hostiles hacia Estados Unidos. Con ingenio, Washington puede
transformar a Hezbollah en una fracción política
libanesa más, que seguirá siendo hostil pero
ya no constituirá una amenaza importante para Estados
Unidos y sus intereses. |
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EL
MODELO HEZBOLLAH
En
la demonología estadounidense del terrorismo, Osama
bin Laden y Al Qaeda son relativamente unos recién
llegados. Durante la mayor parte de las dos últimas
décadas, Hezbollah ha tenido el lugar de honor como
la principal preocupación de los funcionarios estadounidenses
encargados del antiterrorismo. Fue esa agrupación la
que empleó por primera vez los ataques suicidas con
bombas, y su historial de ataques contra Estados Unidos y
sus aliados enorgullecería hasta a Bin Laden: los ataques
con bombas a cuarteles de la Infantería de Marina estadounidense
en Beirut, en 1983, y a la embajada de Washington en esa ciudad,
en 1983 y 1984; el secuestro del vuelo 847 de la TWA y el
asesinato del buzo de la Armada estadounidense Robert Stethem
en 1985; una serie de ataques letales sobre blancos israelíes
en Líbano; los atentados con bombas a la embajada de
Israel en Argentina en 1992 y a un centro comunitario judío
en Buenos Aires, en 1994.
En
fechas más recientes, agentes de Hezbollah planearon
volar la embajada israelí en Tailandia, y un miembro
libanés de la organización fue enjuiciado por
ayudar a diseñar el camión bomba que destruyó
la base militar estadounidense de las Torres Khobar en Arabia
Saudita, en 1996. Como afirmó el director de la CIA,
George Tenet, a principios de este año: "Hezbollah,
como organización con capacidad y presencia mundial,
es una organización igual [a Al Qaeda], si no es que
mucho más capaz. En realidad creo que está un
grado arriba en muchos aspectos".
En
el curso de su historia de 20 años, Hezbollah ha demostrado
ampliamente su hostilidad, su letal peligrosidad y su destreza.
Sin embargo, concentrarse exclusivamente en este historial
es pasar por alto lo mucho que ha evolucionado en las dos
últimas décadas, evolución que ha alterado
tanto la naturaleza de la amenaza como la mejor manera de
hacerle frente.
La
diferencia entre el Hezbollah de hoy y el heterogéneo
grupo de combatientes chiítas que surgió a principios
de la década de 1980 es enorme. En 1982, en plena guerra
civil libanesa, Israel invadió Líbano para tratar
de expulsar del país a los guerrilleros palestinos.
Los chiítas, que tradicionalmente estaban subrepresentados
en la política libanesa, recibieron con beneplácito
a los israelíes, a quienes vieron como un forma de
protección contra las milicias palestinas que dominaban
gran parte del sur de Líbano.
Sin
embargo, Israel prolongó demasiado su estancia, y pronto
la comunidad chiíta se volvió en su contra.
Como la situación se enmarañaba, Estados Unidos
envió fuerzas de paz a Beirut y trató de formar
un nuevo gobierno. Si bien el movimiento Amal, hasta entonces
la voz cantante de la comunidad chiíta, abrazó
el régimen respaldado por Israel y Estados Unidos,
gran parte de sus miembros rechazaron esta cooperación
y acusaron al gobierno de ser un títere de Israel.
Siria e Irán alentaron esa disensión; Irán
abrigaba la esperanza de exportar su revolución islámica
a Líbano, y tanto Siria como Irán pretendían
usar a los chiítas como fuerza subordinada contra Israel.
Con apoyo de Damasco, Teherán ayudó a organizar,
armar, adiestrar, inspirar y unir a varios grupos chiítas
en el movimiento que llegó a conocerse como Hezbollah,
el "partido de Dios".
La
organización estalló literalmente en la conciencia
del mundo con devastadores ataques suicidas en la embajada
y el cuartel de la Infantería de Marina de Estados
Unidos en Beirut, que causaron más de 250 bajas estadounidenses.
Como
resultado, Washington concluyó que no había
mucha paz que mantener en Líbano y retiró sus
fuerzas en 1984. Israel sufrió golpes similares en
una larga y encarnizada lucha contra combatientes relativamente
autónomos que se volvieron más y más
efectivos con el paso del tiempo. Enfrentado a una feroz resistencia
de Hezbollah, Israel se retiró a una "zona de
seguridad" en el sur de Líbano en 1985, y 15 años
después abandonó el país.
En
la lucha de Hezbollah por expulsar a Israel de Líbano
en la década de 1990, buena parte de su actividad contra
Israel puede caracterizarse más como guerra de guerrillas
que como terrorismo. La gran mayoría de las acciones
de Hezbollah se concentraban en personal militar israelí
en suelo libanés y perseguían el propósito
de expulsar a los israelíes del país.
En
ocasiones, sin embargo, sí atacaron objetivos civiles,
mediante operaciones como ataques con cohetes Katyusha contra
asentamientos israelíes cercanos a la frontera y los
atentados en Argentina. Los partidarios de Hezbollah sostienen
que tales golpes ocurrieron sólo después que
Israel violara las "líneas rojas" o aumentara
las tensiones asesinando a líderes de la organización.
Tanto
las acciones terroristas de Hezbollah como su guerra de guerrillas
son facilitados por la extensa red internacional del grupo.
Se han encontrado elementos de la organización en Francia,
España, Chipre, Singapur, la región de la "Triple
Frontera" en América del Sur y en Filipinas, así
como en escenarios de operaciones más conocidos de
Europa y Medio Oriente. El movimiento se vale de estas células
para recabar fondos, preparar la infraestructura logística
de los ataques, diseminar propaganda y asegurar de otras formas
que la organización permanezca robusta y lista para
atacar. En 2001, investigadores federales estadounidenses
descubrieron una célula recaudadora de fondos para
Hezbollah en Carolina del Norte.
El
documento fundacional de Hezbollah propugna un gobierno islámico
en Líbano, el fin del imperialismo occidental y la
destrucción del Estado de Israel. Ahora, sin embargo,
el grupo ha abandonado esos principios fundadores, por lo
menos en la práctica. Dirigentes de Hezbollah participan
en el sistema político libanés, y algunos han
rechazado la imposición forzosa del Islam. Hezbollah
sigue denunciando a Estados Unidos, pero se ha vuelto mucho
más cauteloso en su oposición. No ha intervenido
en ningún ataque a un objetivo estadounidense desde
el atentado con bombas a las Torres Khobar, en 1996, cuando,
más que usar su propia capacidad, ayudó a otros.
Los
ataques directos a Israel también se han vuelto poco
frecuentes desde su retirada del sur de Líbano. Esta
disminución, sin embargo, no es indicio de que el movimiento
haya aceptado la existencia de Israel. Más bien, ha
optado por ayudar a que los grupos terroristas palestinos
se vuelvan más mortíferos, al exportar al conflicto
palestino-israelí lo que el periodista James Kitfield
llama "el modelo Hezbollah". Hezbollah ha demostrado
ser el adversario individual más eficaz que Israel
ha enfrentado. Sus combatientes y líderes han exhibido
excepcionales dedicación y habilidad para aprender
de sus errores e innovar con rapidez. Los palestinos suelen
referirse a la combinación de operaciones inteligentes,
voluntad de sacrificio y énfasis en la lucha de largo
plazo que caracteriza a Hezbollah como la guía de sus
propios esfuerzos.
E
incluso combatientes afiliados a la facción secular
palestina Fatah, de Yasser Arafat, han seguido el ejemplo
de Hezbollah, recurriendo a esa especie de terrorismo suicida
que hasta ahora había sido coto de los fundamentalistas
islámicos palestinos. Desde el inicio de la intifada
de Al Aqsa, en octubre de 2000, Hezbollah ha suministrado
entrenamiento guerrillero, conocimientos en elaboración
de bombas, propaganda y consejos tácticos a Hamas,
la Jihad islámica palestina y otros grupos antiisraelíes.
También existen informes de que Hezbollah trata de
establecer su propio grupo sucedáneo palestino, las
Brigadas del Retorno. Ese apoyo a los terroristas palestinos
ha contribuido a perturbar el proceso de pacificación
con poco costo para el propio Hezbollah.
Exportar
su modelo de conflicto mientras limita sus ataques permite
al movimiento continuar su lucha sin apartarse de sus partidarios
libaneses (muchos de los cuales temen una contraofensiva israelí)
o de sus simpatizantes en Teherán y Damasco (que temen
una represalia estadounidense). El horizonte es ominoso, pues
Irak podría convertirse en el sitio de la nueva guerra
por sustitución de Hezbollah. En mayo, Nasrallah llamó
a apoyar a "los oprimidos" cuando están "sujetos
a ocupación", tratando así de equiparar
la presencia estadounidense en Irak con la ocupación
israelí del sur de Líbano.
Hasta
ahora ha evitado invitar abiertamente a voluntarios extranjeros
para que entren a Irak, pero está claro que el caos
de la posguerra ha ofrecido un suelo fértil para la
expansión de Hezbollah. Muchos de los fundadores del
movimiento estudiaron en seminarios en Irak, y los chiítas
libaneses mantienen vínculos con sus hermanos iraquíes.
La relativa desorganización de los chiítas iraquíes
constituye una oportunidad para que Hezbollah tenga allí
una cabeza de puente, y buena parte del mundo árabe
apoyaría la acción del movimiento contra "el
invasor estadounidense". Para Estados Unidos, el apoyo
activo de Hezbollah a los insurgentes iraquíes acarrearía
desastrosas consecuencias. |
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LEGITIMIDAD
Y PODER
Enfrentar
la participación de Hezbollah en el terrorismo es complicado,
por el respaldo del que goza en la región y por la
legitimidad que disfruta en Líbano. En su país,
Hezbollah es tanto una organización social y política
como un movimiento guerrillero o terrorista; en el exterior,
su violencia sirve a los intereses de Teherán y Damasco,
los cuales ayudaron a crearlo y aún lo apoyan activamente.
Está incrustado en la política y en la sociedad
libanesas y, a diferencia de Al Qaeda, es un participante
en el orden regional existente, no una fuerza inclinada a
destruirlo. Esta posición le ha dado fortaleza, pero
también lo ha obligado a volverse más cauteloso,
astuto y sutil.
Como
muchos otros grupos fundamentalistas islámicos radicales,
Hezbollah construye bombas y escuelas. Es popular entre la
pluralidad chiíta libanesa y respetado por muchos libaneses
no chiítas, y su brazo político cuenta con 12
escaños en el parlamento. En marcado contraste con
el gobierno libanés, ofrece servicios públicos
de relativa eficiencia y administra buenas escuelas y hospitales.
Aunque
esta participación social y política no indica
un cambio fundamental en el movimiento, como algunos apologistas
señalan, sí refleja un ensanchamiento de las
funciones de Hezbollah más allá de la violencia
política. En el valle de Bekaa, en el sur de Líbano,
y en varios suburbios pobres chiítas de Beirut —zona
que el analista Gal Luft ha llamado "Hezbollahlandia"—
ejerce un control casi exclusivo y mantiene un denso entramado
social que suministra alimentos, medicamentos, educación
y servicios básicos.
Para
Siria e Irán, utilizar a Hezbollah como fuerza de sustitución
les permite golpear a Israel y otros objetivos sin los riesgos
de una confrontación directa. Damasco proporciona a
Hezbollah armas y apoyo logístico mientras reprime
a grupos rivales, y le permite tener refugio en Líbano.
Esta relación es sumamente práctica: el gobierno
sirio ha evitado la participación directa en el terrorismo
internacional desde 1986, pero aún ejerce presión
sobre Israel y otros oponentes por medio de Hezbollah.
Los
vínculos de Siria con la organización tienen
el objetivo esencial de recordar a Israel que no puede terminar
con el terrorismo si no satisface las demandas de Damasco.
El presidente Assad confesó recientemente este secreto
a voces, al hacer notar que el grupo terrorista es un necesario
"parachoques" contra Israel. Si bien Hezbollah goza
de una considerable independencia, ha demostrado en forma
consistente que se inclina a cumplir la voluntad de Siria.
Damasco puede incitar la violencia de los milicianos, como
cuando convirtió el disputado territorio de las granjas
de Shebaa en asunto de interés para Hezbollah, pero
también puede hacer que esos mismos combatientes mantengan
una baja actividad cuando quiere evitar una confrontación.
Teherán
brindó la inspiración inicial para Hezbollah
y sigue ofreciendo apoyo en organización y guía
ideológica. De hecho, el patrocinio iraní del
movimiento coloca de manera consistente a ese país
a la cabeza de la lista estadounidense de los estados que
apoyan el terrorismo. Hezbollah se adhiere a la ideología
iraní del velayat-e-faqih (gobierno del derecho islámico),
y Teherán proporciona alrededor de 100 millones de
dólares al grupo cada año. Se dice que uno de
los jefes terroristas de Hezbollah, Imad Mugniyah, es ciudadano
de Irán y viaja con frecuencia a ese país.
Otros
de sus principales agentes mantienen estrechos vínculos
con la inteligencia iraní y con el Cuerpo de Guardias
Revolucionarios Islámicos, que está directamente
conectado con el líder supremo iraní, el ayatolá
Alí Jamenei. Los dirigentes de Hezbollah proclaman
su lealtad a Jamenei, y se dice que éste funge de árbitro
en sus decisiones. Teherán ejerce una especial influencia
sobre las actividades del movimiento en el extranjero. Por
ejemplo, las células de la organización en Europa
pusieron fin a sus ataques después que Irán
decidió cesar la violencia en ese continente. A cambio
de su respaldo al grupo, Irán obtiene una valiosa arma
contra Israel y una influencia que se extiende mucho más
allá de sus fronteras. En algunos casos, Teherán
también ha empleado a Hezbollah para asesinar a disidentes
y atacar objetivos estadounidenses.
Si
bien el apoyo extranjero es una fuente de la fortaleza de
Hezbollah, a menudo también constituye un freno a sus
actividades. Irán y Siria utilizan las operaciones
de Hezbollah para avanzar en sus objetivos de política
exterior, pero sus estrechos vínculos con el grupo
los hacen responsables de sus transgresiones. Cuando Teherán
y Damasco se sienten amenazados por la posibilidad de represalias,
no vacilan en apretar las riendas a Hezbollah. Por ejemplo,
cuando el presidente sirio Hafez al-Assad se reunió
con el presidente Bill Clinton en 1994, Hezbollah suspendió
sus ataques; lo mismo hizo a la vista de la creciente presión
estadounidense sobre su patrocinador antes y después
de la guerra en Irak.
LOS
PELIGROS DEL ATAQUE DIRECTO
Para
emprender cualquier campaña contra Hezbollah debe tenerse
en cuenta la presencia del grupo en la política y la
sociedad libanesas y la naturaleza del respaldo que tiene
en el plano internacional. Washington tiene ante sí
cuatro posibles cursos de acción: confrontar directamente
a Hezbollah mediante acciones militares; obligar al gobierno
libanés a actuar contra el grupo; operar a través
de Irán, o presionar con energía a Siria. Cada
uno conlleva riesgos considerables, y la posibilidad de un
absoluto fracaso.
El
objetivo de un golpe militar estadounidense sería eliminar
a la dirigencia de Hezbollah, desarmar a sus milicianos y
desmantelar su infraestructura en Líbano. Como hizo
contra Al Qaeda en Afganistán en 2001, Estados Unidos
podría invadir, desplegar miles de soldados y trabajar
con los adversarios locales de Hezbollah en un esfuerzo por
erradicarlo por completo. O podría lanzar ataques con
misiles en pequeña escala contra los más importantes
dirigentes, similares a los realizados contra campos de entrenamiento
de Al Qaeda en Afganistán en 1998.
Sin
embargo, cualquier ataque directo enfrentaría probabilidades
desfavorables. Los miembros de Hezbollah son curtidos y sumamente
diestros y, a diferencia de los radicales de Al Qaeda en Afganistán,
no se distinguen de la población libanesa que los apoya.
En respuesta a años de ataques aéreos israelíes,
Hezbollah ha dispersado a sus integrantes y sus armas entre
los civiles libaneses, de forma que es imposible atacar al
grupo sin matar a muchos inocentes.
Además,
una invasión estadounidense sería impopular
en Líbano, aunque fuese fuera de los bastiones de Hezbollah.
Las fuerzas estadounidenses tendrían dificultades para
hallar aliados locales, aparte de un pequeño grupo
de cristianos maronitas, y tendría que permanecer años
en Líbano, tarea abrumadora en tiempos normales, e
imposible a la vista de los demás compromisos actuales
de Washington.
Igualmente
sería improbable que lograran sus metas ataques limitados.
Después de todo, Hezbollah libró una exitosa
guerra de guerrillas contra Israel durante 15 años.
Las fuerzas israelíes mataron o secuestraron grandes
números de comandantes y combatientes, pero la organización
fue capaz de regenerar su dirigencia y reclutar nuevos elementos.
Y cualquier golpe contra él probablemente aumentaría
su popularidad. Las campañas contra Al Qaeda previas
al 11 de septiembre arrojan luz al respecto: los bombardeos
estadounidenses sobre Afganistán y Sudán en
1998 no sólo no lograron matar a los dirigentes de
Al Qaeda, sino que engrandecieron a esta organización
a los ojos de la población local y del mundo árabe.
No
obstante, Hezbollah también tiene buenas razones para
querer evitar tal conflicto. Si ganó popularidad por
su exitosa resistencia —y sigue siendo esencialmente
un movimiento combatiente—, toda confrontación
posterior con Estados Unidos e Israel que sometiera de nuevo
el sur de Líbano a los rigores de la guerra sería
sumamente impopular incluso entre sus simpatizantes. Sin embargo,
en caso de un ataque directo estadounidense, el grupo actuaría
sin ningún miramiento. El ayatolá Muhammad Hussein
Fadlallah, a quien a menudo se le considera la cabeza espiritual
de Hezbollah, ha dicho a sus seguidores que enfrenten a "los
intereses de Estados Unidos en todas partes" si Washington
emprende una fuerte acción.
Si
Estados Unidos logra desactivar la actividad combatiente de
Hezbollah, la organización bien podría desplazarse
de manera más definida hacia la arena política.
Tal giro pondría en marcha un círculo virtuoso,
pues la continuidad de logros políticos de Hezbollah
dependería de su capacidad de llevar estabilidad y
progreso a sus simpatizantes libaneses y no de sus esfuerzos
violentos contra Israel y Estados Unidos. Hezbollah seguiría
siendo una fuerza en Líbano, pero ya no como un "grupo
terrorista de alcance mundial". Dada la retórica
moral de la guerra contra el terrorismo y el sangriento historial
de la organización, este resultado tal vez no sea del
todo satisfactorio . . . pero es la única opción
realista en el horizonte.
Daniel
Byman es profesor adjunto del Programa de Estudios de Seguridad
de la Georgetown University, e investigador senior no residente
del Saban Center for Middle East Policy de la Brookings Institution |
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