En
busca de la paz: héroes de la sociedad civil
Mientras el nuevo ciclo de violencia entre israelíes
y palestinos expone otra vez el fracaso de las dirigencias,
la ciudadanía redobla su apuesta por la paz a través
de iniciativas de diálogo y encuentro entre ambos pueblos
JERUSALEN
.- Ya ni siquiera importa saber quién tiró la
primera piedra, porque han perdido la cuenta. Tanto Ismail
Haniyeh como Ehud Olmert tienen razones para sostener esta
tensión de la que ni israelíes ni palestinos
salen ilesos. Razones propias que en ninguno de los casos
contempla el futuro de sus respectivos pueblos.
En
el nuevo ciclo de ataques y represalias, la sordera de Haniyeh
y el movimiento Hamas -a cargo del gobierno en los territorios
palestinos- permite acumular poder contra algunos principios
conciliatorios de Mahmoud Abbas -presidente de la Autoridad
Palestina-, por un lado, y justificar la violencia contra
Israel como el único recurso que, dicen, los liberará
del "ocupante sionista".
A
su vez, la fuerza ejercida por Olmert, principalmente desatada
luego del secuestro del soldado Gilad Shalit el pasado 25
de junio, puede otorgarle, entre los votantes israelíes,
la prevalencia que no le dieron las urnas o la incapacidad
negociadora de su gobierno: una última encuesta -realizada
por el Instituto Diálogo e investigadores de la Universidad
de Tel Aviv- le da al primer ministro apenas el 35 por ciento
de popularidad entre el electorado israelí. El estudio
denuncia, además, que ese mismo electorado lo considera
débil en los campos de la economía y la seguridad.
Lo
cierto es que, frente a la tragedia ocurrida en el puesto
de seguridad de Kerem Shalom, donde dos soldados israelíes
murieron y Shalit fue secuestrado, nadie pregunta -al menos
en público, por ahora- cómo es que los servicios
de inteligencia no detectaron la construcción de un
túnel de 300 metros de largo -de un lado al otro del
muro de defensa-, que no se cava en un día. O cómo
es que los militantes palestinos llegaron, exactamente, hasta
el puesto de seguridad. |
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28
de junio: soldados israelies reciben la orden de marchar hacia
Gaza |
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Otra
vía diplomática
Mientras
tanto, las sociedades civiles vienen desde hace años
construyendo sus propios caminos, alejados de los gobiernos
de turno. Con mayores o menores dificultades, cada pueblo
-el israelí y el palestino- ve en el trabajo de campo
la esperanza para solucionar lo que no logran resolver sus
dirigencias políticas. "La sociedad civil se niega
a ser secuestrada", advierte Leonardo Senkman, investigador
del Instituto Harry Truman por el Desarrollo de la Paz, de
la Universidad Hebrea de Jerusalén. El fenómeno
de las ONG interesadas en mantener canales de diálogo
abiertos "viene tomando auge en la región",
añade, más allá de la coyuntura y de
los gobiernos de turno.
En
este sentido, los antecedentes de los esfuerzos que enumera
Senkman se anticipan incluso a los acuerdos de Oslo. "Grupos
israelíes y palestinos -señala- han cumplido
un rol fundamental en la etapa previa a los acuerdos de Oslo
I y Oslo II: mucho tiempo antes que los políticos y
diplomáticos firmaran sus convenios y protocolos, numerosos
intelectuales, activistas de derechos humanos y periodistas
de ambas sociedades dieron a conocer a la opinión pública
la necesidad de arribar a un acuerdo pacífico que,
de hecho, ya venían pergeñando en encuentros,
a veces, clandestinos."
"Después
de Oslo, estos grupos, desde entonces avalados por las instancias
oficiales, continuaron trabajando desde un abordaje "persona
a persona" ( people to people ). Eran los años
ilusorios -reflexiona Senkman- en que se creía que
los acuerdos formales iban a traer, casi mágicamente,
la tan anhelada reconciliación entre ambos pueblos".
Pero
no pocas cosas sucedieron en el medio: los anticuerpos generados
en el interior de las sociedades desestabilizaron todo intento
de alcanzar la paz. "La primera conmoción que
sacudió el tablero -añade Senkman-, fue el asesinato
de Rabin. La segunda, que asestó un golpe casi mortal,
fue la intifada de Al-Aqsa (cuando se inmolaban suicidas palestinos,
asesinando a civiles israelíes). Y la tercera, casi
letal para el sistema "persona a persona" tanto
en el campo palestino como en el israelí, fue el triunfo
electoral de Hamas, la construcción del muro de separación
y la desconexión unilateral (israelí) de Gaza".
La
prueba de fuego, para ambas sociedades civiles, surge entonces
ante la ola de violencia renovada y la parálisis de
la negociación política. Para los palestinos
que apostaron al diálogo desde Oslo, la cuestión
básica es cómo continuar con los encuentros
cara a cara con los israelíes cuando el gobierno de
Hamas no reconoce la existencia del Estado judío. Y
para los israelíes, el problema se planteó ante
la falta de seguridad personal, que los obligó a erigir
muros y apurar la desconexión unilateral. Pero en el
fondo, reconoce Senkman, ambas sociedades se encontraron entrampadas
en una violencia que los políticos no pudieron ni pueden
desatar.
Bernard
Sabella, miembro del Consejo Legislativo Palestino, le preguntaba
por ejemplo a los activistas del movimiento pacifista Shalom
Ajshav (Paz Ahora): "¿Cómo es posible que
ustedes crean en la reconciliación israelo-palestina
y, al mismo tiempo, en la desconexión unilateral? Y
Janet Aviad, una ferviente defensora y activista de la diplomacia
"persona a persona", le respondía -como buena
judía- con otra pregunta: "¿Cómo
es posible para ustedes trabajar con nosotros para recuperar
la confianza mutua cuando no le exigen a Hamas que adopte,
al menos, la posición de la OLP cuando terminó
reconociendo la solución política de dos estados
(uno israelí y otro palestino) para dos pueblos?"
Sea
como fuere, y más allá de la exposición
de resultados satisfactorios concretos, miles de organizaciones
civiles están trabajando, como observa Senkman, "para
no ser secuestradas" por el pesimismo y la derrota de
guerras inútiles. "Esas organizaciones están
conformadas -dice- por hombres y mujeres de diversas ideologías,
laicos y religiosos que se niegan política y moralmente
a que el conflicto israelí-palestino vuelva a ponerlos
ante la trágica disyuntiva de una tragedia griega:
matar o morir".
Peace
Now, Ta ayyusg, Rabbis for Human Rights or Physicians for
Human Rights, Israeli Committe Agaist House Demolition, Israel/Palestine
Center for Research and Information, Israel-Palestinian Bereaved
Parents Circle, Palestine-Israel Journal, Peace and Democracy
Forum, Panorama-Jerusalem Office, Van Leer Institute Projects
with Palestinians, Arava Institute for Environment Studies,
son algunos ejemplos de esos grupos de personas que, en palabras
de Senkman, se atreven a decirle no a la versión contemporánea
de la ley bíblica del Talión. |
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Fuerzas
israelies inician su incursion en Gaza |
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Lejos
de Dios
Son
muchos y no están solos. De diferentes maneras y por
distintos caminos, muchos israelíes y palestinos tratan
de contrarrestar la locura de la violencia y la desconfianza
generada desde las acciones (o inacciones) de sus dirigentes.
El auge de estos movimientos confirma que, definitivamente,
no son casos aislados.
Yitzhak
Frankenthal vive en Jerusalén. Ha dejado todo para
dedicarse a la búsqueda de la paz a partir del asesinato
de su hijo Arik, quien -en julio de 1994- salió de
su base militar, se subió a una camioneta que lo levantó
cuando hacía dedo en la ruta y los ocupantes que se
veían en ella -vestidos como religiosos judíos-
lo mataron dentro del mismo vehículo. En realidad eran
militantes del Hamas que buscaban víctimas para calmar
su sed de violencia.
Frankenthal,
un profundo religioso creyente en su Dios, no sabe de dónde
ni cómo, pero juntó fuerzas para entender que
a lo largo de su vida, hasta ese trágico julio de 1994,
no había hecho lo suficiente para salvar la vida de
su hijo. En diálogo con LA NACION en el garaje de su
casa, reconvertido en la sede de la fundación Arik
Institute, aclara que lo piensa desde una mirada abarcativa
de todos los hijos de la zona, israelíes y palestinos.
"Por
casi 13 años estuve trabajando para promover la paz
y la reconciliación. Más de una docena de veces
me pregunté a mí mismo por qué somos
tan odiados. Cada vez que se produce un castigo colectivo
-continúa- me pregunto qué haría yo si
fuese palestino. Ya no importa saber quién empezó,
ni quién está en lo correcto. Ahora es el tiempo
de la paz y la reconciliación."
Frankenthal
tiene autoridad moral para interrogar crudamente: "¿Qué
mierda está pasando en Medio Oriente? Como israelí,
quiero ver a Shalit devuelto sano y salvo en su casa, pero...
¿es verdaderamente ético que se castigue a los
palestinos, incluidos quienes no tuvieron que ver con el secuestro?",
pregunta casi entre sollozos por el hartazgo de una violencia
que se cobró la vida de uno de sus hijos.
Frankenthal
confiesa que es exactamente la memoria de su hijo lo que le
da fuerzas para seguir en su viaje hacia la paz. "Arik
me decía que si él hubiese nacido palestino,
tal vez hubiera actuado del mismo modo, desesperado ante la
opresión. Porque en esto nada tiene que ver la religión",
se responde a sí mismo.
"¿Qué
tiene que ver esta violencia con Dios? Nada, definitivamente
nada", afirma este luchador por la paz reconfirmando
lo irracional de esta disputa, "porque nada justifica
estas acciones de los hombres. Ni Dios". Y quien lo dice
es un hombre que siente un profundo respeto por su credo y
por su Dios.
Cambio
de escenario
El
argentino Alberto Mazor, habitante del kibutz Metzer y radicado
en Israel desde la Guerra de los Seis Días, encuentra
una respuesta política al interrogante de Frankenthal:
"Con la irrupción en Gaza luego del secuestro
de Shalit, Israel pretende modificar la fórmula de
rescate propuesta por los secuestradores: la vida de Gilad
Shalit a cambio del abandono de Gaza y a cambio de los presos
palestinos", afirma este kibutznik criado en el barrio
porteño de Monserrat que, desde Metzer, coordina el
Proyecto de Coexistencia Pacífica, organizado con líderes
de la aldea árabe Meiser, vecina a su kibutz.
En
todo caso, siempre, lo que sube es el grado de violencia.
¿Cómo se sale de esto? Pregunta sencilla pero
de compleja respuesta en esta zona del planeta.
Otro
argentino, Gabriel Meyer -hijo del extinto rabino norteamericano
Marshall Meyer, luchador por los derechos humanos durante
la última dictadura desde la comunidad Bet El de Buenos
Aires- propone un cambio activo de escenario valorando las
particularidades de las personas dentro de cada comunidad.
"Hay
que sorprender a la realidad hasta que cambie -dice este cordobés
hincha de Boca- porque la paz es una forma de vida y no una
cuestión de ideologías."
Como
ejemplo, Gabriel afirma que el fútbol, en pleno Mundial,
es un buen ejemplo para armonizar la idea de conjunto, la
idea de equipo, en el que unos necesitan de otros. Junto a
su socio palestino, Elías Jabbour, lo intenta a diario
desde la Fundación Hacia la Sulha (Sulha Peace Project),
otro emprendimiento de la sociedad civil que intenta formar
nuevos paradigmas de convivencia entre israelíes y
palestinos a través de experiencias de tres días
de convivencia en los que se habla, se llora, se canta, se
cocina y se ríe juntos. "La gente sale transformada
y conociendo un poco más al otro", concluye Gabriel.
De
eso se trata, de transformar Medio Oriente. Emprendimientos
no faltan, tampoco audaces que lo sueñen y lo intenten.
Tal vez sólo resta que los dirigentes se den cuenta
de que el futuro de los pueblos lo conquistan los valientes.
Los suficientemente valientes para proponer una paz duradera
entre dos sociedades cansadas de tanta muerte y sufrimiento.
Por
Guillermo Lipis, La Nacion, Domingo 9 de julio de 2006
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27
de juniop: palestinos se preparan para repeler un ataque israeli
con sacos de arena cerca del campo de refugiados de Jaballa
en el norte de Gaza |
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