Cultivar la mentalidad
estratégica Por
Alberto Moreno Rojas
La política tiene que ver,
esencialmente, con la cuestión del Estado y el Poder
político. El socialismo se propone sustituir el sistema
capitalista y construir un nuevo orden económico,
social, político, cultural y ético. La teoría de la
revolución peruana, considerando la singularidad del
proceso histórico nuestro que asume el Partido, apunta
al socialismo como un proceso ininterrumpido y por
etapas. De un lado no es un proceso lineal, automático;
del otro, cada etapa y fase tiene un hilo de continuidad
garantizada por la hegemonía del proletariado y la
participación determinante del pueblo
organizado.
En la lucha por alcanzar este
objetivo el partido político revolucionario deberá
contar con una línea y programa propios además de una
teoría que guíe su acción. Para llevarlos a la práctica
necesitará elaborar una estrategia y una táctica que le
garanticen una conducción correcta que se ajuste a las
condiciones concretas de cada etapa, fase o momento
concretos, y, además, con la fuerza organizada
construida para ese efecto. El conocimiento y dominio de
la estrategia y táctica como partes fundamentales de la
organización de las fuerzas revolucionarias y de la
conducción política y social es, pues, de primer orden.
Adquirir este conocimiento implica, a su vez, forjar una
mentalidad estratégica en quienes conducen el partido y
la lucha revolucionaria.
La palabra estrategia tiene
su origen en la Grecia antigua. Se refería entonces al
arte del general, del conductor militar, en este caso el
estratega. En el siglo pasado su uso se extiende a otras
esferas, incluido el campo económico y comercial. En la
actualidad se ha vulgarizado hasta el extremo de usar el
concepto estrategia para explicar cualquier situación.
Se conocen, por ejemplo, frases como ésta: "no hablé por
estrategia", confundiendo una argucia o estratagema
simple con la estrategia, que tiene otro alcance y otro
contenido.
La importancia de la
estrategia en la conducción política y del Estado es de
fundamental importancia. De allí que su dominio teórico
y, sobre todo, práctico, adquieren relevancia para
quienes tienen responsabilidades de dirección en
cualesquiera de las esferas importantes de la actividad
humana. No es casualidad que a los directores técnicos
de los equipos de fútbol se les llame estrategas, o que
en la gestión empresarial o de los organismos del Estado
sean frecuentes conceptos como "planeamiento
estratégico".
Existen muchas definiciones
de estrategia. La Academia de la Lengua Española la
define como el "arte de proyectar y dirigir las
operaciones militares" y como una "serie de acciones
encaminadas hacia un fin político o económico". El
general Jomini, militar de origen Suizo que durante un
tiempo combatió en los ejércitos napolónicos y más tarde
escribió tratados extensos sobre el arte de la guerra,
refiriéndose a la estrategia la definió en los términos
siguientes: "todas las (operaciones) que abarquen el
conjunto del teatro de la guerra pertenece a la
estrategia...". Troung Chin, dirigente del Partido
Comunista de Viet Nam, al resumir la experiencia de la
revolución vietnamita considera que "la estrategia
revolucionaria "consiste en definir al enemigo principal
para derrocarlo y concentrar las fuerzas en cada etapa
de la revolución (dirección del golpe principal), en
determinar a los aliados de la clase obrera en cada
etapa, en elaborar los planes para la disposición de las
fuerzas revolucionarias, en ganar a los aliados, en
utilizar correctamente las reservas directas e
indirectas, en aislar al máximo grado al enemigo, en
asestar el golpe más importante contra el enemigo
principal inmediato y en luchar para realizar ese plan
en toda la etapa dada de la revolución". Se refiere, en
este caso, a la gran estrategia, es decir a la
estrategia para toda una etapa de la revolución
vietnamita.
Sun Zu, el teórico militar
más importante de la antigüedad y cuya influencia es
creciente en el mundo de hoy, de origen chino, lo
sintetiza en otros términos: la estrategia debe "crear
las condiciones para no ser derrotados", y "la victoria
se puede crear" siempre que se cuente con una estrategia
inteligente. En la esfera administrativa la
estrategia implica determinar y revelar el propósito
organizacional en términos de objetivos a largo plazo y
prioridades en la asignación de recursos, establecer un
patrón de decisiones coherente, unificador e integrador,
y buscar una ventaja sostenible a largo plazo en las
áreas claves del servicio. Siendo todas estas
definiciones correctas y válidas, quien mejor la
sintetiza al mismo tiempo que define su diferencia con
la táctica, es Mao Zedong, cuya experiencia en el arte
de la conducción de la guerra es relevante, además de
teórico militar y estadista de alto nivel. Dice al
respecto: "estudiar las leyes de la dirección de la
guerra que rigen una situación de guerra en su conjunto,
es tarea de la estrategia. Estudiar las leyes de la
dirección de la guerra que rigen una situación parcial
de la guerra, es tarea de la ciencia de las campañas y
de la táctica".
La estrategia ha salido de la
esfera exclusivamente militar y tiene en el presente un
uso universal, aplicable a las diversas actividades
humanas; con mayor razón tratándose de la conducción
política y de masas. Ya no se puede construir ni
conducir con éxito un ejército político y la lucha
política por el Poder del Estado, confiados en la
espontaneidad del movimiento o solamente en la intuición
o la experiencia práctica.
II
Las clases dominantes que
ejercen el poder del Estado desde los inicios de la
república carecieron siempre de una visión de largo
aliento, y por eso les fue ajena una conducción superior
a la que nos tienen acostumbrados. Les interesó lo
inmediato, prefirieron la coyuntura a contar con un
proyecto nacional y con una visión de largo plazo,
incluso en interés suyo. Un solo ejemplo puede
explicarlo mejor: la ausencia de previsión y luego la
conducción errática durante la Guerra del Pacífico, que
se selló con la derrota para el Perú. Los dirigentes
políticos han seguido la misma senda donde lo inmediato
domina y está ausente el largo plazo, la visión de
conjunto, es decir la estrategia. La izquierda peruana,
debemos admitirlo, siguió las mismas huellas, que en
cierto modo explica el desplome de Izquierda Unida, pero
también, en el otro extremo marcado por el
aventurerismo, la acción nefasta y la derrota de Sendero
Luminoso.
Domina la escena política
nacional el "vivir al día", el culto por la "coyuntura"
y las "ventajas" del momento. De esta mentalidad no
escapan el gobierno, los congresistas, la mayoría de los
dirigentes políticos, y desde luego la conducción de las
organizaciones populares. En este ambiente flotan como
fruto natural el caudillismo, la demagogia, las promesas
que nunca se cumplen, los parches para impedir los
cambios de fondo que la realidad del país demanda. Sobre
esta base se construido, a su vez, una cultura política
precaria que hace tiempo ha entrado en crisis, que
sobrevive únicamente porque no tiene al frente una nueva
cultura política que la sustituya. La izquierda misma,
sin proponerse, muchas veces ha terminado siendo
tributaria de aquello que repugna pero que no es capaz
de evitar ni de dejar atrás.
La política revolucionaria,
además del programa y de los objetivos que se propone
alcanzar, está relacionada con la construcción de una
correlación de fuerzas que le permita desarrollarse
incesantemente. El Partido, el frente único, las formas
de organización y lucha de las masas populares, la lucha
en la esfera de la ideología, la cultura y la ética,
entran en la esfera de la estrategia y constituyen
partes fundamentales de la correlación de fuerzas
estratégicas en desarrollo.
De aquí se deduce la
necesidad que tenemos, los comunistas, de forjar un
pensamiento estratégico que oriente nuestro trabajo,
articule la diversidad de acciones a que estamos
obligados, señale un derrotero a nuestro accionar
práctico. Esto es una nueva manera de entender la
conducción política, de construir una correlación
política y de masas en expansión constante en reemplazo
de las tradiciones espontaneistas y economicistas,
muchas veces teñidas de sindicalismo revolucionario, tan
frecuentes hoy.
III
Si en el pasado la estrategia
estaba referida al "arte del general" o estratega, hoy
debe convertirse en una herramienta fundamental en la
conducción política y en el trabajo de dirección
partidista. Por tanto, introducir la estrategia y la
táctica como temas centrales en la labor de dirección es
un asunto de primer orden.
No será suficiente, sin
embargo, estudiarla de manera libresca como estamos
acostumbrados, sino como una herramienta fundamental que
hay que conocer y saber utilizar.
El General Dellepiani, autor
de una Historia Militar del Perú, en la Introducción de
su libro, refiriéndose al aprendizaje de los asuntos
militares por los jefes, indica con acierto que el
estudio de la guerra "sólo se puede obtener mediante el
estudio de las campañas realizadas bajo la dirección de
los grandes caudillos". Esto porque cada vez es más
difícil en el ámbito militar contar con experiencias
directas para ese aprendizaje. La política, por el
contrario, puede estudiarse recurriendo a la historia
nacional o examinando las experiencias directas de las
cuales se puede extraer conclusiones valiosas si existe
la aptitud para resumirlas teóricamente.
Entendemos por mentalidad
estratégica la capacidad de pensar estratégicamente, de
poseer una visión de conjunto y de proyectarse al
futuro, inseparable de un sistema de trabajo fundado en
el conocimiento más exacto de la realidad dada, de sus
partes e interconexiones. La estrategia no se elabora
sobre supuestos sino sobre datos reales, sólo entonces
se accederá a la exigencia de Sun Zu: "la victoria se
puede crear" siempre que se cuente con una estrategia
inteligente que impida "ser derrotados". Porque se trata
de eso: ganar cada batalla y asegurar que la suma de
ellas conduzcan a victorias mayores, en lugar de reveses
o derrotas.
No olvidar que "toda
situación de conjunto es un problema de estrategia", que
obliga a abordarla estratégicamente. No existe, desde
luego, una sola estrategia; hay tantas como situaciones
de conjunto hayan. Pero es otro problema que abordaremos
en otro artículo.
IV
Adquirir una mentalidad
estratégica significa abordar y descubrir en todo
fenómeno o circunstancia la suma de los factores
presentes, ver el mapa en su conjunto para buscar
respuestas y soluciones también de conjunto, de las
cuales derivarán las tácticas y los métodos que se
empleen.
En segundo lugar, tener una
visión proyectiva que va más allá de las tareas
cotidianas o de fragmentos de los fenómenos, razón por
la cual puede permitirnos anticiparnos a los
acontecimientos, y por eso mismo dominarlos. En la
novela "César Imperial", de Rex Warner, se atribuye a
Julio César la siguiente expresión: "no soy hombre a
quien los acontecimientos superen". Se trata de esto
justamente: prever el desarrollo de los acontecimientos
y actuar racionalmente para dominarlos a favor de la
causa que se representa. Una mentalidad estratégica
permite discernir lo fundamental de lo secundario, la
esencia de lo superficial y obvio, descubrir los lados
fuertes y débiles del adversario y percatarse de los
suyos, pues se funda en el conocimiento de la situación
o realidad en la que se actúa y de las tendencias
previsibles en el comportamiento de las fuerzas en
pugna. La definición más exacta y profunda pertenece a
Sun Zu: "conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo,
entonces podrás ganar cien batallas". En otras palabras:
estudiar a fondo la situación dada, sus partes y sus
conexiones, conocer al adversario o contendor sus lados
fuertes y débiles, sus ventajas y desventajas, sus
relaciones de alianzas y su influencia real, y también
conocer con la mayor exactitud y objetividad posible lo
propio.
En tercer lugar, tener
siempre el rumbo claro (el dominio estratégico lo
permite) en lugar de marchar a tientas, arrastrados por
la presión de los acontecimientos u obligados por la
iniciativa y el manejo político del o de los
adversarios. La claridad de rumbo permite diferenciar
las derrotas o victorias parciales y secundarias de las
fundamentales, definir con exactitud los aliados y
también las fuerzas intermedias y vacilantes que hay que
neutralizar o ganar en cada situación concreta. La
carencia de rumbo estratégico definido lleva siempre a
marchar a remolque de los acontecimientos, impide el
manejo correcto de la táctica en el ámbito político y de
la lucha de masas y desconecta éstas de aquel, dificulta
evaluar con acierto las contradicciones concretas a
resolver y hace difícil sino imposible trazarse metas y
planes precisos. El resultado es que, en esas
condiciones, tanto el espontaneismo o como el sectarismo
encuentran terreno fértil para florecer.
En cuarto lugar, el partido
revolucionario tiene la responsabilidad de acumular
fuerzas de manera sostenida, ir siempre de menos a más
evitando estancarse. Tenemos una expresión popular útil
al respecto: "agua que se estanca, se descompone". El
balance de lo actuado no responde, sin embargo, a esta
exigencia. No es que no se trabaje o que no hagan los
esfuerzos necesarios de parte de los camaradas.
Sencillamente se trabaja mal, nos gana la rutina, la
labor anárquica, desordenada, muchas veces errática, de
modo que con mucho esfuerzo se obtienen pocos
resultados. Es un hecho frecuente que en los sindicatos,
organizaciones populares o partidos políticos, las
tareas o las luchas se definen más por intuición y
experiencia que por el estudio y la reflexión de las
condiciones en que se producen y de la conexión de esa
lucha con las tareas futuras. Por eso la pregunta que se
hace es siempre: "y después qué". En esas condiciones no
habrá secuencia ni planificación ni orden en la
acumulación de fuerzas, pues éstos sólo pueden provenir
de un trabajo con visión clara de la táctica y la
estrategia. En la guerra los errores se pagan con
sangre; en la política sus efectos son menos dolorosos y
mas tolerables, pero sus consecuencias son muchas veces
más catastróficos. Tenemos a la vista dos experiencias
que jamás debemos olvidar: la Asamblea Popular de Villa
el Salvador en 1984, que casi nadie recuerda, y la
Izquierda Unida y su derrumbe a fines de los años
80s.
En quinto lugar, permite
planificar el trabajo, aprovechar las ventajas
disponibles y las oportunidades, ordenar las fuerzas
internas de manera que nos encontremos en condiciones de
obtener mejores resultados con el menos esfuerzo. En
términos militares esto se llama "economía de fuerzas".
Sin un plan realista, susceptible de modificación si las
condiciones lo obligan, no se estará en capacidad de
determinar con claridad el o los objetivos a alcanzar,
acopiar recursos, tener metas cuantificables,
desarrollar las organizaciones anticipándose a los
desafíos previsibles y aprovechar las
oportunidades. En sexto lugar, es indispensable
contar con una visión clara de los objetivos y tareas
fundamentales del Partido, indispensable para asegurar
el mejor desempeño de los organismos en el cumplimiento
de esas tareas, pues estarán en condiciones de
determinar en su circunscripción qué queremos, a dónde
vamos, qué nos corresponde hacer y cómo en cada momento,
ubicando su labor concreta como parte de los objetivos
de conjunto del Partido. Un ejemplo concreto y actual:
la lucha electoral no será vista, desde la perspectiva
señalada, solamente como una tarea de implicancia local
o regional, sino como una política nacional a la cual se
subordinan aquellas. El trabajo fragmentado, espontáneo,
anárquico, es ajena a la mentalidad estratégica. Las
actividades de los dirigentes, cuadros y militantes del
Partido, donde quiera que se desarrollen, deben apuntar
en una misma dirección y considerarse partes de un mismo
propósito. El Partido es uno, y una su línea, programa y
estrategia. Lo que difiere son las condiciones de lugar.
Que se planteen tareas y luchas en Puno, en
correspondencia con las condiciones específicas de esa
región, no significa que esas tareas y luchas sean un
fin en sí mismas, sino partes de una estrategia y
táctica generales que decide el Comité Central y al cual
deben corresponder y servir. En séptimo lugar, una
mentalidad estratégica permite articular dialécticamente
los objetivos estratégicos con el manejo táctico,
siempre móvil y cambiante, y hacer que la táctica sirva
a la estrategia en lugar de agotarse en si misma,
fragmentando el accionar del Partido. Un gran río es la
suma de muchos ríos menores y riachuelos. La suma de
éstos hacen grande su caudal. Si cada río o riachuelo no
descargara sus aguas en el gran río, éste no tendría
lugar y aquellos se perderían sin remedio. El comunista,
dondequiera que se encuentre y cualquiera que sea su
labor concreta, si tiene comprensión de la estrategia
partidaria, por tanto ha ido madurando una mentalidad
estratégica, acumulará fuerzas en una misma dirección a
la manera de los riachuelos que dan origen al gran río.
Sin contar con una estrategia precisa, cada organismo,
militante o actividad concreta se moverá erráticamente,
sin conexión entre ellos. El resultado será la pérdida
de energía, recursos y tiempo. Cultivar la mentalidad
estratégica en el Partido, de manera especial en sus
cuadros dirigentes, no será fácil, pero es posible si
nos proponemos. Nada se consigue sin esfuerzo ni se
construye sin lucha. Quienes esperan que el maná caiga
del cielo morirán de hambre y sed en el desierto. El
conocimiento, la información, la adquisición de
mentalidad estratégica, exigen estudio y reflexión,
además de capacidad crítica y de realización, pues son
herramientas indispensables para el cumplimiento de
nuestra misión histórica. |