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"El
cabaret" es el foco mas intenso del imaginario nocturno. Cabaret: la sola
palabra despierta inquietud y excitacion. En mayor o menor medida, todos los
argentinos han oido leyendas de cabaret, y muchos sueñan con corroborarlas.
Para las artes del baile, ese espacio un tanto prohibido y lujoso en el que
se dirimen ciertos destinos individuales, ocupa el lugar que en la belle epoque
nacional les correspondio a las academias y las casas dudosas de Maria La Vasca
y otros nombres menos conocidos. Pero se trata de una simple sucesion.
Cabaret es un vocablo muy usado en los 20. Remite a la vida nocturna de la Republica
de Weimar, donde la experimentacion y las artes populares se solidarizan. Dificilmente
haya una palabra de tanta carga epocal, si bien sobrevivira algun tiempo a la
crisis de los 30. |
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Argentina,
tango en el cabaret, hacia 1924. Cadicamo recordara en un libro de poemas:
"El niño bien, de smoking bailarin y biabista,/la mantenida criolla
convertida en Margot/que en brazos del mishe y bailando en la pista/iba soñando
entre las brumas del Cliquot"
(Mishe: hombre adinerado que paga los favores de una mujer)
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Voz
francesa que se difunde en Buenos Aires a comienzos de siglo, el cabaret como
lugar de diversion fijo y reconocible, con publico propio y staff de orquestas
y "mujeres de la noche" especialmente contratadas para atender a los
clientes, viene por linea casi directa de lo de Hansen.
A diferencia de salones mas populares de baile, el cabaret ofrece una combinacion
de placeres: alli se baila, si, pero tambien se come y se bebe, y en varias
ocasiones el ambiente propicia los arrumacos y el besuqueo y manoseo de las
parejas, ocasionales o fijas.
El
cabaret es el espacio-tiempo predilecto de eso que en mundo anglosajon se
denomina pettin parties (fiestas licenciosas), si bien orientado hacia las
clases media alta y alta.
Luis Adolfo Sierra cita al cabaret entre los factores fundamentales enla difusion
y consolidacion de la orquesta tipica, despues de la etapa de los cafes "con
camareras", y Blas Matamoro lo define como "la version ceremonial
y publica del burdel antiguo".
Ya
en 1913, el Armenonville, en Avenida Alvear y Tagle, y Les Ambassadeurs, sobre
Figueroa Alcorta, son el epitome del furor tanguistico inmediatamente posterior
al triunfo de Casimiro, Bernabe y los otros adelantados en Paris.
Prueba del afrancesamiento de la vida nocturna argentina, el cabaret es el
escenario de la farra nacional sostenida, en parte, por el dinero facil de
la burguesia terrateniente que sale al Centro, algunas noches.
A proposito del Armenonville, Francisco Canaro señala en sus memorias:
"Era un local amplio, una especie de gran caja de vidrio forrada con
tablitas de madera cruzadas y con enormes ventanales, rodeado de hermosos
jardines con bancos, mesas y adornos que le daban un aspecto majestuoso, enaltecido
por una profusa y bien distribuida iluminacion.
Era un local preparado para deleitarse en las hermosas noches de vereano.
Tenia saloncitos reservados y confortables para quienes deseaban ocultar sus
canitas al aire o la discrecion de la soledad de dos en compañia..."
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En
los cabarets se come la mejor comida, en la insistente tradicion francesa,
porque se trata de satisfacer la ilusion de Europa en una calle de Buenos
Aires. El Tabaris, por ejemplo, que antes se llamaba Royal Pigalle, recibe
con uno de los mejores chef de Buenos Aires a todo visitante ilustre que pisa
la ciudad.
Un
conocedor de la noche porteña, Macoco Alzaga Unzue, para quien Armenonville
es "un poco mersa", recordara al Tabaris como el mejor cabaret de
la epoca.
Y
segun Cadicamo, el local sera cortina -o boca de expendio, segun como se lo
mire- de una red mundial de rufianismo, aunque nada de esto le reste valor
al baile. Del duque de Windsor a Luigi Pirandello, pasando por Maurice Chevalier
y el maharaja de Kapurtala, nadie se pierde el faisan y los vinos Duc Epernay
y Saint Emilion que Andres Trilla, dueño del local, ofrece a los noctambulos
adinerados.
Consuelo
nacional para los argentinos recien llegados de Paris, el cabaret es tambien
la fantasia de aquellos -sobre todo aquellas- que no pueden, no quieren,
no se animan a cruzar el Atlantico en pos de la aventura emblematica
("Historia
del baile", de Sergio Pujol)
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