CRÓNICAS DE HISTORIAS AÚN POR OCURRIR, O DE CÓMO INTENTAR CIEN MIL VECES LO ABSURDO SIN CONSEGUIR LO IMPOSIBLE, PESE A ARRASTRAR EL RIDÍCULO
CAPÍTULO
16: GOING UNDERGROUND.
0.-
Prólogo
I
wish I could be dreaming, but the nightmare's just begun
Durante años había diseñado y afinado multitud de mecanismos con el fin de protegerse, e intentaba revisar su estado con la máxima frecuencia posible. Algunos de los mecanismos estaban destinados a avisar de agresiones por parte de determinados individuos, mientras que otros medían más bien el ambiente general en su contra. Consideraba este tipo de precauciones necesarias cuando se mantiene una actividad constante de hostigamiento contra todos los enemigos del Vaticano, sobre todo si se incluye entre éstos a cualquier impúdico imbécil que pulule por el mundo.
La idea le había venido al principio, cuando cada paso que daba podía suponer caer en la ira (o, aun peor, en la mandíbula) del temible zampabollos salvaje conocido como Juanmito. Se le ocurrió que, teniendo en cuenta las teorías sobre los precios de Francisco de Vitoria, un ataque del obseso (además de obeso) de Salamanca vendría indefectiblemente precedido por un súbito aumento en el precio de algún alimento de primera necesidad en esa zona, ya que Juanmito necesitaría aprovisionarse de suficientes hidratos de carbono para cualquier acción que requiriera esfuerzo físico. A partir de entonces, revisaba regularmente el precio al por mayor de los Donuts de chocolate, y había concluido que un aumento semanal de más del 5% en Castilla y León significaba que la opción más prudente era salir corriendo lo más lejos posible. De modo análogo, si Siniest planeaba embarcarse en alguna guerra, eso supondría que en cierto Blockbuster de cierto barrio pijo de Madrid alguien alquilaría en un mismo día todas las películas disponibles de John Carpenter.
Evidentemente, recabar toda esta información regularmente suponía tremendas molestias y considerable esfuerzo. Había que analizar detalladamente las pautas de comportamiento de cada enemigo potencial en tiempos de crisis y recopilar información prácticamente cada día para ver el estado en que cada uno de ellos se encontraba. Tenía que saber exactamente cuantos Swimsuits Specials se vendían cada semana en cada tienda especializada de España, cuantos disfraces de personajes de Youngblood, de Wonder Woman y otros varios tipos eran alquilados, cuantas menciones a psicópatas aparecían en la prensa nacional y local... la lista era inmensa. Sabía que la seguridad es algo que cuesta obtener y dedicaba no menos de dos horas de meticuloso análisis diario a conocer cualquier tipo de agresión futura. Es el tipo de cosa que alguien como Juan Pablo II considera mucho más saludable que lavarse los dientes o dejar el tabaco.
Por aquella época, sin embargo, Juan Pablo II atravesaba una época más o menos relajada. Ya habían pasado los tiempos de continua inseguridad e indefectible paranoia. No es que se sintiera totalmente seguro, por supuesto, ni tampoco había abandonado sus autoimpuestas tareas de vigilancia, pero sí que se las tomaba con más calma. Últimamente ni siquiera se buscaba enemigos regularmente, y se contentaba con apenas recordar a los habituales que seguía por ahí, siempre dispuesto a saltarles a la yugular si así le apetecía. Casi había olvidado las situaciones que más de una vez estuvieron a punto de dar con sus huesos en la caja. No recordaba, o fingía no recordar, por ejemplo, aquel incidente con las hordas de A.D.L.O! del que sólo había salido incólume gracias a una singular dentadura postiza, una peluca rubia sobre una calva de plástico y un apresurado acento asturiano. Este tipo de olvidos sumieron al otrora glorioso guerrero contra la anormalidad en un estado de excesiva confianza rayano en la negligencia.
Uno de esos días oscuros, sin embargo, Juan Pablo II tuvo un inmenso golpe de suerte, sin duda enviado desde arriba por Diso, su creador. Se encontraba el Sumo Pontífice en un bar malagueño a, pongamos, las cinco menos cuarto de la madrugada (aunque la hora es, como casi todo en lo que rodea las noches de Su Santidad, poco fiable). El caso es que el local en cuestión era uno de esos de recogida que, burlando las ordenanzas de la autoridad, continuaba sirviendo bebidas más allá de la hora de cierre. Para despistar a los agentes de la autoridad, la música había cesado y la luz era bastante baja. A nadie le importaba mientras siguiera habiendo un sitio donde beber, departir y meditar.
Y eso era precisamente lo que nuestro héroe hacía. Bebía de un vaso que consideraba alarmantemente vacío, departía con su mechero de la suerte y meditaba sobre lo humano, lo divino y el vestuario femenino nocturno; la falta del mismo, precisamente. Justo cuando estaba llegando al núcleo de la paradoja que suponía la falta de ropa en los momentos en que más frío hace, su razonamiento se quedó sin combustible. El vodka se había acabado y se sorprendió a si mismo masticando un cubito de hielo. Esa era la señal que le decía que era hora de, si podía, pedir otra copa. Hizo un considerable esfuerzo por recuperar su postura sobre la barra del bar e intentó fijar la vista en el camarero para hacerle entender que quería algo.
-¿Si?- dijo el camarero
-Me pones un... un...- titubeó la mente más preclara a este lado de los Urales -otro de estos. ¿Vale?
-Vale, pero cerramos pronto. Será la última-
-No hace falta que me lo jures- respondió JP2 en voz baja, en cruenta lucha contra sus intestinos.
Observó cómo el camarero manipulaba enérgicamente las botellas, los cubitos de hielo y volvió a marearse cuando éstos empezaron a volar alrededor del vaso, como repelidos, reacios a entrar. El camarero tampoco estaba en una de sus mejores noches. Una vez el vodka estuvo servido, Su Santidad alargó un billete de mil pesetas para pagarlo y poco después recogió la vuelta.
Qué raro. Juan Pablo II volvió a examinar las monedas en su mano, el cambio de la copa, que ya estaba mediada. Había algunas pesetillas. ¿Qué clase de bar devuelve monedas de peseta? Intentó hacer la cuenta del precio de la consumición... mil pesetas menos trescientas... menos veinticinco... menos cinco... menos tres, no, menos cuatro pesetas... Se tambaleó sobre su asiento. Decidió preguntar.
-Perdone, amable trabajador de la rama hostelera -dijo intentando fingir sobriedad, algo imposible dado el tipo de cosa que iba a preguntar -Me preguntaba cuál sería el precio exacto del brebaje que me acaba de servir.
-Por supuesto, amable bien que excéntrico anciano- respondió el camarero que, definitivamente, también andaba lejos del país de los serenos -La cantidad es exactamente de seiscientas sesenta y seis pesetas. Lo sé porque he hecho una anotación en mi mano para recordarla. Hemos bajado un poco los precios, ¿sabe?- Intentó explicar justo antes de que el Sumo Pontífice cayera en uno de sus habituales momentos de histeria.
-¡¡¡AAAH!!! ¡EL ANTICRISTO! -profirió JP2 corriendo hacia la salida, aunque a mitad de camino tuvo que desviarse hacia los servicios.
1.- La ciudad de los muertos.
Dear
sir or madam, I don't normally write to the press
But
the neighborhood in which I grew up is really quite depressed
La ciudad había pasado por todas las conmociones posibles a lo largo de su extensa historia y, sin embargo, parecía que los últimos eventos habían conseguido, por fin, volverla loca del todo. Lo que no había conseguido una humillante rendición ante las tropas católicas, el frío o la avalancha de turistas parecía estar al alcance del Capitán. Si antes los lugareños sólo expresaban desdén y suficiencia, ahora todos ellos se habían convertido en pequeños niños atemorizados. Tal era el poder del Capitán.
Había empezado como apenas un rumor entre los jóvenes. Alguien contaba que alguien había sido atacado por un fugaz espectro, quedando reducido a una masa sanguinolenta. Pronto se le comenzó a conocer como El Capitán. Sus motivos estaban ocultos tras la neblina de la leyenda, y los ciudadanos sólo podían temerlo. Sus acciones parecían indiscriminadas, aunque parecía tener una especial predilección por los estudiantes. Algunos decían que atacaba a los que llevaban los pantalones caídos, otros apuntaban a que prefería a los que intentaban ligar con las guiris gordas... había teorías para todos los gustos, pero lo único que se sabía con seguridad era su firma: cada víctima del capitán era descubierta con una hoja de un diccionario sobre su pecho inerte.
Al ser su identidad desconocida, podía ocultarse fácilmente entre la multitud. A veces era uno más entre los jóvenes que hacían botellón en alguna céntrica plaza, a veces un asistente cualquiera a una conferencia. El Capitán no se mostraba como tal hasta que no sentía que su acción era realmente necesaria, ya que entonces la sangre empezaba a arderle en las venas y perdía por completo el control de sus actos.
Aquella noche el Capitán daba un paseo de vuelta hasta su casa tras una agitada velada de marcha nocturna. Se había propuesto no actuar durante un tiempo, resistir sus impulsos para no llamar aun más la atención. Siguiendo tal determinación, había soportado estoicamente a las dos chicas que hablaban llenas de ardoroso entusiasmo acerca de la última edición de un concurso televisivo. Había controlado su rabia cuando oyó por encima una conversación entre dos estudiantes de historia empeñados en confundir a Hermenegildo el Velloso con Teodorico el Arriano. Había, incluso, conseguido hacer la vista gorda ante el imperdonable delito de que le echaran tres cubitos de hielo a su Jack Daniel's, contentándose con estrujar la hoja del diccionario Vox que llevaba en el bolsillo, pero lo que tenía ante sus ojos era una prueba imposible, un desafío inalcanzable más allá de su paciencia.
Algún energúmeno había decidido, al parecer, que era una gran idea salir de noche por el centro de la ciudad vestido con una túnica blanca. No contento con eso, el badulaque canturreaba la vieja canción "qué alegría cuando me dijeron", alarmando (todo lo que se puede alarmar, bien es cierto, a borrachos de vuelta a casa) al resto de viandantes y, ¡sacrilegio!, trocando estrofas, versos y confundiendo la melodía. Pero lo peor no era eso: además, como intentando burlarse de todo lo que el capitán había defendido siempre, el desconocido de estrafalaria indumentaria llevaba una botella a medias de vodka barato de la que bebía a cortos intervalos. En la mente del Capitán se accionó un interruptor que ya no podría apagar a voluntad, un ansia que sólo podía satisfacer de una manera. Sucumbiendo totalmente a sus instintos, el Capitán se puso su máscara de batalla y plantó cara al desvergonzado alborotador.
-¡Maldito badulaque! ¡Irredento bellaco! -gritó fuera de sí, dejando que el poder de la correcta expresión llenara sus músculos -¡Este dislate merece pronta satisfacción!
-Me parece que no le entiendo, joven -dijo con un deje socarrón, dándose la vuelta, el ditirámbico desconocido, que, según vio el Capitán, había llevado su osadía hasta el punto de calarse hasta la nariz un ridículo gorro blanco que parecía de cocinero.
-Su apariencia, sus modos, su propia existencia es una flagrante agresión a las buenas costumbres, un burdo intento de convertir en falacias todas las esperanzas depositadas en la bondad humana. Y pagará por esto, ya lo creo que pagará -dijo el capitán mientras echaba mano a su Mochila De La Muerte, donde guardaba su preciado y masivo diccionario de la real academia de la lengua española con sobrecubiertas de plomo (una edición especial que le había costado un ojo de la cara) -Me imagino que será usted una de esas personas que se arrequintan en la cola del seguro demandando rectoscopias por puro vicio- añadió a modo de amenazadora coletilla.
-Capitán, mi buen capitán -dijo entonces con afecto el desastrado desconocido, levantando su sombrero para exponer al cruel viento invernal su gastada faz -Veo que sigue usted siendo el mismo. ¿Aún le echará en cara a este anciano su afición por los licores blancos?
Los ojos del Capitán se abrieron más de lo que parecería posible para unos ojos humanos cuando vio, finalmente, el rostro del que había considerado como su próxima víctima. De la sorpresa más absoluta pasó a una especie de trance, y quizás incluso se sonrojó, avergonzado (o quizás es que hacía tanto frío e iba tan cocido que ya estaba sonrojado de antes, pero lo cierto es que no importa).
-¡Santidad!- dijo, sin embargo, con franca camaradería -En menuda situación se me presenta usted. ¡Algún día sus chanzas conseguirán lo que no han conseguido nuestros comunes enemigos!
-Capitán, me alegro de verle- respondió Su Santidad Juan Pablo II -Y me alegro aún más de que todavía considere más importante al hombre que a lo que viste o lo que bebe.
-Ya sabe que con usted hago algunas excepciones -respondió con una sonora carcajada el Capitán, guardando de nuevo el plúmbeo diccionario en su Mochila De La Muerte -Pero barrunto que no ha hecho todo el camino desde su Vaticano clandestino bajo la catedral de Málaga sólo para arriesgarse a ser aplastado por el peso de la palabra.
-No, Capitán. Ni siquiera he venido para charlar- respondió JP2, adoptando un tono más sombrío.
Guardó silencio durante un momento, como ponderando lo que iba a decir, ponderando incluso con la mirada a su camarada. Fue entonces, quizás, en medio del frío granadino, cuando Su Santidad decidió decir las palabras que se iba a ver obligado a repetir más de una vez en sus próximos días.
-Capitán, he venido a pedirle un favor.
-Pues caminemos hacia mi casa -le respondió el Capitán, cambiando también su tono por otro más serio -Me parece que necesitaremos un sitio más cálido para discutir de cuestiones serias.
**********
-... ya sabes, algo emotivo. Necesito que sea muy emotivo.
-Pe-pero, Santidad- respondía en ese momento el Capitán -Me preocupa usted. ¿A santo de qué requiere usted este tipo de... cosa?
En ese momento, el Capitán se dio cuenta de que Juan Pablo II parecía muy viejo, sentado en un sillón, con una estantería llena de manuales de gramática y sintaxis y varios volúmenes de escritores clásicos a sus espaldas. Habían ido los dos hasta el estudio del Capitán y allí Su Santidad le había pedido un favor de lo más extraño. Empezó a tener ideas extrañas y ominosas, pues el pontífice nada le había contado de sus planes y lo que podía entreverse de ellos era ciertamente luctuoso. Pero fue rápidamente tranquilizado por una sonrisa algo pícara.
-Venga, amigo- dijo JP2 en el tono más alegre que el Capitán le había oído en toda la noche -Es una más de las mías. No se la contaré para no aguarle la sorpresa. Pero puedo prometerle un buen rato cuando todo termine -añadió con un guiño.
-Aún así, ¿Por qué yo? Usted podría hacerlo, al menos, igual de bien.
-Ya sabe que nunca se me ha dado bien escribir. Quiero decir, una cosa es relatar mis épicas luchas en contra de la anormalidad que nos atormenta, pero eso es no-ficción, hablando técnicamente. Y lo que le he pedido que escriba es ficción, como sin duda verá. Soy el primero que desea que lo que le pido que escriba no suceda, evidentemente.
-No es para menos- accedió el Capitán, ya convencido. Rió de nuevo con sus características carcajadas tan sonoras -Está bien, Eminencia, lo haré. Pero prométame que cuando sus planes tengan éxito me contará todo el proceso. Diso sabe que necesito reírme de los enemigos machacados de vez en cuando.
-Capitán, será usted el primero en saberlo. Se lo prometo -dijo lleno de confianza el papa a su interlocutor -Ah, e intente no dejarme demasiado mal.
-Resistiré la tentación- dijo el Capitán riendo con el chiste.
Esa misma noche, poco antes de que amaneciera, Juan Pablo II se despidió y emprendió de nuevo camino. No contó nada de su destino al Capitán, del mismo modo que había evitado meticulosamente cualquier referencia a sus planes, limitándose a explicar a su amigo lo que quería. Y si alguna vez durante la velada estuvo Su Santidad tentado de confesarse, él también resistió la tentación. Pero si se lo hubiera podido contar a alguien, sin duda habría reconocido que esa tentación había sido muy fuerte.
2.- Y cuanto más acelero...
But
if I'm falling on this road
Then
I won't get grazed
Primero nada, y luego oscuridad.
Pero había un sonido... que poco a poco fue aumentando de volumen. Lo que al principio (¿hacía cuanto tiempo? parecía difícil de decir con seguridad...) no era más que un sordo murmullo que sólo servía para recalcar el silencio se acababa de convertir en un terrible estruendo. Sí, parecía música. Y era la música más estridente y de mal gusto que nadie hubiera escuchado jamás. Sonidos metálicos mezclados con sintonizadores baratos al mayor de los volúmenes posibles. Y cuando parecía que el ruido era demasiado como para soportarlo, se empezaron a distinguir, bajo la música, algunas voces, gritos discordantes y estremecedores. Jaleos de maníacos enfervorizados por la presencia de alguna deidad malvada y viciosa.
Y entonces la oscuridad se marchó, dando paso a la visión.
Un recinto cerrado, quizás un polideportivo consagrado a los peores espíritus, en el que resonaban los ecos de la demoníaca música y los terribles aullidos. Focos deslumbrantes iluminando la pista. En ella, varios jóvenes con extrañas ropas y protectores de caucho alrededor de sus articulaciones. Movimientos obscenos y danzas agresivas alrededor de un altar. Y en el altar, una silla de ruedas. La ceremonia estaba a punto de comenzar.
De repente, todos los que estaban allí reunidos abandonaron sus excéntricas danzas por un momento. Mientras la música seguía tronando, se miraron los unos a los otros y, de repente, todos a una, comenzaron un baile sin duda satánico en torno a la silla de ruedas que reposaba sobre el altar. Pusieron sus cabezas sobre el suelo y empezaron a hacer rodar sus cuerpos sobre ellas, como peonzas. Algunos cantaban una plegaria oscura. De algún modo, estos cánticos reverberaban sobre las paredes del polideportivo, retroalimentándose con la estridente música y creando un ambiente del todo irrespirable. Todos los presentes se concentraban con auténtico frenesí en girar sus cuerpos sobre sus cabezas a la vez que entonaban el cántico. De repente, un pestilente humo empezó a aflorar desde debajo del suelo del polideportivo. La invocación estaba teniendo éxito, y el humo fue poco a poco llenando todo el espacio posible. Parecía que los abominables bailarines iban a asfixiarse cuando, de repente, el humo se concentró sobre la zona del altar, condensándose en una forma humana sentada en la silla de ruedas.
-K pasa kolegas!- dijo el recién invocado ante un estruendoso recibimiento de los bailarines -Ya stoy aki!
Semejante saludo fue recibido por otra salva más de aullidos desquiciados. Esta vez pudieron distinguirse algunas frases acá y allá. Algunos clamaban por la muerte de alguien; los otros clamaban por la muerte más dolorosa posible para esa misma persona.
-Eso mixmo, kolegas! El puto papa no podrá pararnos sta vez!!! -dijo el líder, sentado en la silla de ruedas -He resucitado, y por Baal'Zalo el bailón que no volveré a caer!
Acto seguido, el líder, ante la más absoluta histeria de los que lo acababan de invocar, comenzó a hacer girar la silla de ruedas de forma endemoniada. Repitió los movimientos obscenos que sus acólitos habían llevado a cabo durante la ceremonia, pero esta vez incluyendo el innegable atractivo de una silla de ruedas con una sorprendente capacidad de movimientos. Situó su cabeza en el suelo y, sosteniendo la silla de ruedas sobre sus pies, comenzó a hacer girar su cuerpo como la más diabólica de las peonzas. Los alaridos de sus seguidores no podían ser más fuertes, y algunos empezaban a sonar roncos. La música no podía atronar con más fuerza, y varios invocadores comenzaron a sangrar por las orejas. La luz no podía deslumbrar más a unos bailones que empezaban a quedarse ciegos. Gritos, música, luz...
Juan Pablo II despertó dentro de un grito. Su nuca estaba llena de sudor y su corazón latía con demasiada rapidez. La luz del sol recién salido le deslumbraba a través de la ventana del tren. Los gritos de un bebé le taladraban los oídos. La cinta que escuchaba con un auricular se había rallado y sonaba a toda velocidad. Intentó recomponerse, recuperar la calma, pero se vio impotente ante lo que acababa de vivir. Las vívidas imágenes del sueño se resistían a abandonar su retina, y en sus oídos aún resonaba la música y las terribles amenazas contra si mismo.
Poco a poco, entre jadeos y amagos de infarto, como si sobrevivir a su sueño fuera lo más difícil que había hecho en toda su vida, pudo empezar a pensar con claridad. Alargó una mano temblorosa a su bolsa de viaje y extrajo un cuaderno y una pluma. Los primeros trazos eran del todo ilegibles, pero un soberano esfuerzo consiguió dejar constancia de todo lo que había soñado. El polideportivo, la silla de ruedas, algunos detalles de la invocación... tuvo que contenerse cuando anotó todo lo referente al líder. Otros recuerdos asaltaron su destartalada psique. Muy a su pesar, revivió la lucha de los soñadores contra el malvado Garrison y su terrible secta de seguidores ficticios. Pero todo aquello había acabado, ¿no? Por supuesto que no, se dijo mientras seguía describiendo los obscenos bailes tras la invocación. Nada acababa nunca, y por cada malvado que no conseguía una segunda oportunidad siempre había otro que parecía tener vidas infinitas.
Cuando terminó de escribir, pasó unas cuantas hojas hacia atrás su cuaderno. Empezó otra relectura más de toda la información que había podido recopilar en los breves interludios que se había permitido tras su apresurada huida de la base malagueña. Conocía todos los detalles al dedillo, pero seguía intentando establecer conexiones. Escasez de rodilleras en Galicia, el precio de los donuts disparado en toda España, la noticia en un periódico local mallorquín acerca de la presión popular a favor de la emisión de la última temporada de Expediente-X... Juan Pablo II no podía permitirse el lujo de obviar los indicios. Sabía que si esperaba a tener pruebas, la primera de éstas sería su propio cadáver en un ataúd.
Miró por la ventana. La planicie castellana bostezaba bajo un precioso amanecer. Observó los campos de trigo a uno y otro lado de la vía del ferrocarril y dejó que un tenue sosiego lo consolara. Aún había esperanza. Había vuelto a ver amanecer, y se recordó que cada día que acababa era una victoria, cada día que comienza una oportunidad. Al norte se divisaban monañas, y la silla de ruedas que en aquellos momentos probablemente viajaba en su busca no parecía una amenaza tan terrible.
3.- La última mentira.
If
somebody tries to take my place
Let's
pretend we just can't see his face
Bajó del tren totalmente entumecido. Odiaba viajar en clase turista, pero su necesidad de privacidad, mucho más acuciante dadas las circunstancias, no dejaba muchas opciones. Por no hablar de la ruina económica, claro. Los desalmados empresarios hosteleros, pensó Juan Pablo II, tenían bastante culpa de su actual situación. Nunca se habría visto obligado a huir de aquella humillante forma de no haber pasado tantos años pagando sus absoluts a semejantes precios.
La ciudad nunca le había gustado. Muchos poetas urbanos alababan sin reparos a la gran ciudad, la capital, con su bohemia y sus historias. Bobadas, en la opinión de Su Santidad. Un sitio donde hace demasiado frío en invierno, demasiado calor en verano y los lugareños tienen tan arraigada la manía de mirar por encima del hombro que es todo un milagro que no haya todavía una epidemia de torticolis. Pero, debía reconocer, no encontraría un lugar mejor para esconderse. ¿Quién iba a fijarse, entre tanto idiota, en un papa que intentaba pasar desapercibido? Mucha gente, se respondió JP2. Demasiada gente interesada, así que rezó de nuevo porque sus planes tuvieran éxito. Si no era así, iban a pintar bastos. Muchos bastos. Al menos, pensó mientras viajaba hacia su próximo destino, todo estaba a punto de terminar. Dentro de poco no tendría que seguir soportando toda la incertidumbre. Si sus maquinaciones funcionaban, todo habría terminado. Y si no, pensó con un terrible escalofrío, también.
Había concertado la cita apresuradamente, pero su amigo acudió. Había quedado en un bar céntrico, de esos en los que la máquina tragaperras corea las conversaciones de los parroquianos habituales. Su enlace en Madrid parecía terriblemente fuera de lugar en aquel bar. Pero así era como debía ser. Nada mejor que mentir a alguien que está totalmente desorientado. Sabía que los frikis se sentían totalmente desamparados en ese tipo de ambientes, y sólo alguien desamparado creería todo lo que él necesitaba que creyera. Y, a fin de cuentas, se trataba de engañar al friki más informado de todos. Aquello no iba a ser cosa fácil.
Juan Pablo II examinó de cerca a su amigo. Bajo el típico aspecto de un friki de veintimuchos, bajo aquellas greñas desarregladas y esa permanente expresión de pasmo estaba la memoria más clara que había conocido en su vida. Algo en sus ojos desmentía la irremediable imbecilidad que transpiraba el resto de su aspecto. El agente M siempre había sabido ocultar bien sus habilidades bajo una apariencia del todo vulgar. Sin embargo, se trataba de alguien que sabía todo. A veces, Juan Pablo II se preguntaba cómo se las arreglaba su amigo para alcanzar semejante omniescencia. A veces incluso pensaba que también sabía lo que iba a ocurrir. Siempre había resistido la tentación de preguntarle, pues sabía que, de ser cierto que conocía el futuro, habría respondido sinceramente.
-Buenas tardes- dijo como si aquello fuera todo lo que tuvieran que tratar, trivialidades. Lo miró fijamente -No tienes buen aspecto.
-Hola, Eme- le respondió Su Santidad -Ya sé que no tengo buen aspecto. Me conformo con tener el aspecto de alguien que dedica su vida a hacer del mundo un lugar mejor. Y, por cierto, tú tampoco tienes buena cara. Por diso, ¿eso son canas?
-Oh, bueno- respondió el agente M ensanchando su boca más allá de lo razonable, en lo que JP2 interpretó como una sonrisa -Eso es por experimentar demasiado con el tiempofriki®
-¿El tiempo friki?- preguntó JP2, aliviado por poder postponer el tema centrar de la conversación con una charla sobre cosas de menos importancia.
-No, el tiempofriki®. Es una nueva teoría en la que estamos trabajando. Ya sabes, una extensión del tiemporiva®. Tienes que haber leído los memorandums que te he mandado al respecto.
-Por Diso bendito, Eme, sabes de sobra que no leo ni la mitad de lo que me mandas -rió JP2- Pero cuéntame eso del tiempoffriki®. Parece interesante.
Juan
Pablo II se relajó un rato. Dejó que su socio lo instruyera en el tiempofriki®.
Al parecer, todo había empezado con unos mensajes mandados a una lista de
correo de fans de la patrulla-x. En algunos casos, se daban situaciones en las
que un mensaje mandado en cierto momento respondía a una pregunta formulada en
otro mensaje posterior. Es decir, un friki le respondía a otro antes de que
este último hiciera pregunta alguna. Estos inexplicables fenómenos habían
provocado minuciosas investigaciones. La teoría de más éxito era la que
propugnaba la existencia del "tiempofriki®". Según tal teoría, estos
fenómenos eran provocados por la peculiar percepción que del tiempo tienen los
frikis. Según ellos, leer
tebeos es propio de gente adulta, no de niños. El tiempo en el que los frikis
de treinta años se ven sentando la cabeza está muy, muy lejos, pero la imagen
de ellos mismos cuando tenían diez años y leyeron su primer número de la
patrulla X está muy cerca, a veces incluso lo reviven en el presente. Es decir,
el freak trasciende la habitual percepción humana pasado-futuro del tiempo. A
veces incluso el friki, tras leer los números de los x-men en los que cíclope y
fénix estaban casados, se siente como un viejo divorciado, pese a ser su
soltería irremediable (por lo de los granos y la halitosis, pero no viene a
cuento). ¿Qué pasa cuando varias decenas de estos frikis con su peculiar
concepción del tiempo se reúnen? Gracias a internet, este tipo de reuniones se
han ido haciendo cada vez más multitudinarias. Sin duda es de esperar que
semejante concentración de percepciones alternativas del tiempo pueda generar
rupturas significativas. Las propias leyes universales pueden no ser suficiente
para contener toda la fantasía en la que se han instalado los freaks. En esos
casos, el tiempofriki® entra en acción y suceden extraños fenómenos, como
mensajes de correo electrónico que responden antes de que nadie les pregunte
nada.
-Estoy intentando controlar el proceso-
dijo finalmente el agente M- porque creo que esto podría servir para realizar
viajes en el tiempo. Pero ya ves que por el momento sólo me ha servido para
ganarme estas canas prematuras.
-¿Canas prematuras? Diso santísimo.
Es la primera vez que oigo una excusa tan disparatada. Acepta que te haces
viejo copón- dijo JP2 con un deje de incredulidad en la voz.
-Bueno, ya vale de meterse conmigo,
¿no?- dijo finalmente el agente M con un tono que, pese a intentar sonar divertido,
no conseguía ocultar del todo cierto enfado - No eres el tipo de persona que
hace visitas de cortesía.
Juan Pablo II meditó esto último.
Ciertamente, no era dado a las visitas de cortesía. Sólo visitaba a sus
camaradas cuando necesitaba acuciantemente su ayuda. Le hubiera encantado, por
ejemplo, aprovechar su reciente periplo por todo el país para correrse una
última juerga con su antiguo socio, Nick Savage. Le hubiera pillado de camino,
ya que cierto asunto le había llevado hasta las islas. Lamentablemente, no
había tenido tiempo. Nunca encontraba tiempo para ese tipo de cosas. Volvió a
dar gracias a Diso, su creador, por, pese a todo su descuido, haberle enviado
unos amigos tan de fiar. Aunque nunca se hubiera fiado de ellos, claro.
-Oh, bueno- comenzó a relatar Su
Santidad -Todo empezó hace unos pocos días, cuando... er.... llevaba a cabo una
investigación rutinaria siguiendo los protocolos de seguridad vaticanos sobre
comportamientos anormales.
-¿Todo el rollo ese de los precios?
Siempre pensé que te habías olvidado de eso hace tiempo.
-Ya sabes que siempre mantengo una
vigilancia constante. Ninguna amenaza se me escapa- respondió casi indignado
JP2, lleno de orgullo- El caso es que revisando la información que regularmente
recojo, me di cuenta de que en Málaga habían bajado los precios de los cubatas.
-Precios en los cubatas en Málaga-
lo interrumpió socarronamente el agente M- Ya me imagino el tipo de...
"investigación" que estabas llevando a cabo.
-Bueno, no importa si salgo un poco
de vez en cuando para aclararme las ideas-repuso JP2 algo enfadado porque su
mentira hubiera sido tan fácilmente descubierta. Pero, a fin de cuentas, no es
fácil ocultarle algo a alguien tan omniesciente como el agente M- El caso es
que ya sabes lo que significa que bajen los precios de las copas, especialmente
en Málaga.
-Sí- cómo no iba a saberlo- Según
tú, significa que el mismísimo Baal'Zalo recluta abstemios de entre los
borrachos. Pero lo único claro es que varias personas que antes bebían dejan de
beber. No es más que un indicio. Podría ser cualquier otra cosa. Quizás las
campañas del ayuntamiento en contra del alcoholismo juvenil empiezan a tener
efecto.
-No me jodas. Y si no me crees,
llama a ese videoclub que tú y yo sabemos en La Moraleja.
El agente M se levantó y caminó
hacia el teléfono público del bar. Hizo una llamada. Luego, incrédulo, hizo
otra. Y otra. Cuando había hecho no menos de una docena, dejó el aparato y miró
fijamente a Su Santidad.
-Vaya, Juanpa. Ninguna película de
John Carpenter en todo Madrid. Todas alquiladas. También Siniest anda
alborotado... Pintan bastos.
-Y eso no es todo- dijo alarmado JP2- Son todos. Todos.
Juanmito y sus donuts, hace poco tuve un terrible sueño sobre Garrison. Incluso
en la zona de levante, donde están las chungas, la venta de maquinillas de
afeitar ha caído a la mitad en la última semana. Y Diso sabe que hace años que
no me meto con las chungas. Si ellas también están en pie de guerra es que la
cosa tiene poco arreglo. Comprenderás la gravedad de la situación. He pensado
que sería una buena idea ocultarme en Madrid, en medio de la multitud, durante
un tiempo.
De repente, el semblante del agente
M se ensombreció aún más. Miró a su interlocutor con una terrible mirada de
preocupación.
-Pues es la peor idea que has tenido
en mucho tiempo- dijo, casi en un susurro- ¿En qué mundo vives? Hoy mismo
comienza la gran reunión nacional de frikis. Aquí, en Madrid, en el Museo del
Ferrocarril.
Juan Pablo II intentó fingir
sorpresa. Intentó fingir un shock. Si el agente M creía en su desesperación, el
plan podría seguir adelante perfectamente.
4.-
Goin Underground.
Then
I knew that I was really the same
So
this link is breaking away from the chain
Frikis de todas las partes del país llegaban de
golpe a la ciudad. Podía sentirse, olerse (los frikis nunca fueron grandes
aficionados a la higiene personal, pero ésa es otra historia (o quizás no;
quizás sea esa precisamente la historia)). El número habitual de gente
extraña había aumentado de tal manera que incluso los lugareños tenían
problemas en fingir indiferencia y desdén. Algunos de ellos sucumbían a la más
evidente indignación ante las hordas de postadolescentes de treinta años
disfrazados de Mariposa Mental, enseñando impúdicamente sus velludas y
fláccidas piernas en pleno invierno. Juan Pablo II intentaba contenerse, se
contentaba con acariciar su Barra de Acero de Dos Metros (BADM®) con una mano
temblorosa y miraba hacia otro lado cada vez que se encontraban con alguno de
esos patéticos especímenes. Por encima de todo, debía pasar desapercibido.
-Aquí es donde hemos quedado con el
Señor Sarcástico- le susurró el agente M al oído. Juan Pablo II había insistido
en que se camuflara. El agente M era demasiado popular entre los frikis y
podría llamar una atención del todo inconveniente sobre su acompañante. Sin
embargo, dudaba que el camuflaje elegido (una camiseta del FC Barcelona y un
apresurado peinado a lo afro) fuera de alguna ayuda.
-Más le vale llegar pronto-
respondió JP2 también en un susurro.
-A él se le ocurrirá algo. Con su
ayuda, quizás podamos montar un alboroto lo suficientemente grande como para
que puedas salir de aquí sin ser advertido. Confía en él. Es muy listo.
Juan Pablo II respondió con un
bufido. El Señor Sarcástico era muy listo. Demasiado listo. Aunque no lo
conocía personalmente, sus contactos con él habían sido siempre agotadores. No
podría dedicarle la atención debida a Sarcástico si estaba concentrado en su
plan. Y eso le preocupaba. No deseaba, bajo ninguna circunstancia, estar a su merced.
Aunque eso era precisamente lo que estaba a punto de permitir. Examinó de nuevo
la calle en busca de alguna señal de peligro, pero sólo vio un estrafalario
vehículo acercándose. Demonios, era un coche de lo más excéntrico, pensó.
-Ah, aquí llega nuestro taxi.
Juan Pablo II vio con pavor cómo el
coche, pintado en el más chillón rosa, con lucecitas de colores por todos
lados, se acercaba inexorablemente hacia ellos. Perfecto, pensó, no podía
imaginar nada más alejado de la discreción que necesitaba. Sus amigos serían de
fiar, serían inteligentes y todo eso, pero sus manías acabarían por matarle.
-Joder, Sarcástico- gritó por encima
del estruendo causado por la radio del coche, que bramaba a todo volumen el
YMCA de los Village People- ¡Te dije claramente que no vinieras montando el
espectáculo! Al menos podrías haber quitado esas pegatinas promocionales de la
"bella isla Sark". O, ya puestos, podrías haber instalado un luminoso
sobre el techo que pusiera "Papa huyendo, línchennos".
-Lo estuve pensando- respondió el
Señor Sarcástico con una voz muy aguda y un deje de ironía- Pero ya sabes,
cariño, que odio que nos confundan.
Refunfuñando para sí su opinión
acerca de quienes eran capaces de confundirle a él con ese terrible bufón, JP2
entró en el coche. El agente M se acomodó en el asiento de atrás.
-Por fin nos conocemos, Santidad-
dijo entonces Sarcástico con un gesto teatral, intentando besar la mano de JP2,
que fue rápidamente retirada por éste- Ya veremos hasta que punto este
conocimiento alcanza connotaciones bíblicas.
-No me jodas y arranca de una puta
vez. Creo que esos dos que acaban de salir del sex shop -señaló a dos jóvenes
de unos dieciocho años con un lamentable aspecto de onanistas irredentos- nos
miran demasiado fijamente.
-Tonto. Sólo envidian nuestro amor-
respondió el Señór Sarcástico mientras pisaba el acelerador.
El coche hacía un tremendo ruido. No
sólo la música, que pasaba inmisericordemente de los Village People a Boney M,
con ocasionales visitas a Queen, sino que el motor también parecía tener
problemas. Juan Pablo II pensó que sería realmente estúpido morir mientras
estudiaba con la más estúpida de las miradas el motor humeante de un coche
rosa. Para alejar tales pensamientos de su mente, se dedicó a relatar a Sarcástico
los problemas que previamente había contado al agente M.
-Vamos, que yo venía aquí a
esconderme. Pero parece que con el desfile de los monstruos que hay aquí
montado eso no será posible. Por eso Eme pensó que sería una buena idea pedir
tu ayuda. Así que si consigues montar un lío bien gordo para mantener
distraidos durante un rato a todos los imbéciles, quizás yo pueda escabullirme
hacia otro sitio.
-Creo que si saboteamos las firmas
del Ñolo y Pacheco con un strip tease del PutoAmo Riva y su segundo, el
Comandante Finn, conseguiremos el tipo de revuelo que nos hace falta-
Interrumpió en ese momento el agente M, intentando ser de ayuda.
-Ya veo- dijo pensativo el Señor
Sarcástico mientras giraba hacia la derecha hacia una calle sin salida. Juan
Pablo II se dio cuenta de que algo estaba saliendo terriblemente mal- Montar el
show para que el papa salga corriendo. Siempre fuiste de los que tiran la
piedra y esconden la mano, ¿verdad, Pope? Tienes ante ti la oportunidad de
exterminar a todos los frikis del país, lo que siempre has deseado, pero
resulta que lo que quieres de verdad es poner tierra de por medio. Me
decepcionas...
-¿Qué coño dices, Sarcástico?- dijo
alarmado JP2- Mi vida está en peligro, y no voy a dejar que me maten sólo por
mantener algún tipo de actitud personal. Además, de poco serviré a nuestra
causa dos metros bajo tierra, en una caja de madera.
-Por no hablar de tus últimas
"visitas"- prosiguió Sarcástico ignorando la interrupción del Sumo
Pontífice- Fuiste a ver al Capitán hace poco, ¿verdad?- dijo mientras aparcaba
el coche frente a un edificio que parecía una estación de tren. JP2 rezó porque
fuera realmente una estación y el cartel de "Museo del Ferrocarril"
fuera sólo una broma- Y también fuiste a ver a Nicholas Abazathlonado, en las
islas. ¿No le has contado eso a Eme?
-¿Y a tí qué coño te importa a quién
voy a ver?- Su Santidad estaba indignado por la actitud del que había
considerado su amigo- ¿Crees que puedo huir fácilmente? Tuve que pedirles un
par de favores para que mi huida fuera exitosa. Lo suficiente para cubrirme las
espaldas un tiempo, mientras preparo mi regreso.
-Pero el magnífico pope no prepara
su regreso- dijo lleno de amargura Sarcástico- Por la edición princeps de
Ricardo III, juanpa, ¿Crees que soy tam imbécil? ¿Pensabas que no me iba a
enterar? Al Capitán le pediste que redactara tu testamento, ¿no es cierto?-
siguió mientras sacaba un arrugado papel de un bolsillo de su chaqueta y
empezaba a leerlo- "Puede que esta última conjura de malintencionados ignaros
sea demasiado para este Pontífice. Tan sólo recuerden los puros de corazón que
aunque el luchador caiga, la lucha debe continuar..." y encima le sale un
panfleto sensiblero. Podrías habérmelo encargado a mi. Te lo habría hecho mucho
mejor.
-¿Es esto cierto, Juanpa?- dijo en
un hilo de voz el agente M, visiblemente decepcionado por el engaño del que
había sido objeto. Su Santidad había tomado un color tan blanco como el de sus
santas vestimentas.
-Y eso no es todo. A Nicholas
Abazathlonado le pediste que fabricara la prueba definitiva de tu muerte, ¿no
es verdad?- siguió torrencialmente, dejando el testamento papal a un lado y
blandiendo una fotografía en la que el rostro ensangrentado de Su Santidad
había sido convincentemente unido a un cadáver –Un buen trabajo del mejor
retocador de imágenes que tenemos entre nosotros. Esta foto debería haber
convencido a todos de tu muerte. Nadie te iba a buscar después de muerto, ¿no
es cierto?. ¿De verdad pensabas que te ibas a salir con la tuya? Por eso
viniste aquí. Sabías de sobra lo de la reunión y todos los que vendrían.
Probablemente incluso tengas preparado el modo de poner un cadáver
irreconocible entre unos cuantos frikis que darán fe de que has muerto.
Juan Pablo II parecía haberse
quedado mudo. Su plan había quedado expuesto y no sentía ningún deseo de
enredarse en una discusión sobre si era o no conveniente fingir su propia
muerte.
-Por supuesto- dijo con voz de
ultratumba- pensaba que tanto el Capitán como Nicholas se darían cuenta de lo
que había hecho, no contaba con mantenerlo todo en secreto. Quizás os lo
contaran a los demás. Pero eso habría sido después, cuando yo ya estuviera a
salvo. Sabía que avisar de mis intenciones podía ocasionar una traición como la
tuya.
-¿Que yo te traiciono?- dijo
Sarcástico lleno de indignación- ¡Eres tú el que te está traicionando! Das la
espalda a todo, desertas sin más. No puedo permitirlo. Por eso te he traído
aquí, a la reunión anual de freaks del reino -añadió señalando con su mano el
museo cercano, en el que se celebraba dicha reunión -Tú y Eme queríais un buen
alboroto, ¿verdad? Pues aquí lo tenéis. Al final puede que no tengas que fingir
tu muerte. Siempre he pensado que las imitaciones palidecen ante la realidad,
¿no crees?- añadió finalmente con una pequeña carcajada.
-Sarcástico- murmuró JP2, la ira en
sus ojos, mientras intentaba sacar su BADM ® (Barra de Acero de Dos Metros) de sus ropas en un espacio tan
angosto como el del coche en el que ambos se encontraban- Podemos hacer esto
por las buenas o por las malas. Si tengo que matarte para protegerme, sabes que
lo haré.
-¿Vas a intentar matarme?- dijo en
un mal fingido tono de burla el Señor Sarcástico- Bueno, podrás intentarlo.
Pero antes...
Sarcástico pulsó un botón en el
salpicadero de su "rosamóvil". Acto seguido, la música de la radio
cesó, unos altavoces salieron del techo y empezaron a bramar un mensaje sin
duda pregrabado.
"Damas, caballeros y demás
frikis. Hoy, en vivo y para todos ustedes Juan Pablo II, el famoso
asaltafrikis"- Sonó terriblemente amplificada la aguda voz de
Sarcástico-"¡Línchenlo, que es gratis!"
-¡Serás hijo de puta!- alcanzó a
gritar el Sumo Pontífice mientras abría la puerta del coche para salir, la BADM
® firme ya entre sus brazos.
5.-
Fin.
Offer
me solutions, offer me alternatives
And
I decline
Juan Pablo II no tuvo ocasión de
explicar a nadie lo que sintió cuando bajó del coche, encarando a una creciente
multitud de deshechos humanos demasiado aficionados a convertir sus vidas en
patéticas partidas de rol, pero sin duda lo hubiera encontrado difícil.
Mientras blandía amenazadoramente su invicta BADM ® ante dos jóvenes que al
principio habían mostrado desinterés ante el extraño cuadro que componían un
viejo vestido de blanco, un melenudo bajito enfundado en mallas turquesa y un
tipo largo que intentaba mirar hacia otro lado, tuvo la sensación de que hacía
mucho tiempo que no veía las cosas con semejante claridad. En un glorioso
momento de realización, se dio cuenta de que todos sus miedos habían quedado
muy atrás. Su BADM ®, que tantas veces le había servido fielmente, y un montón
de imbéciles que convertir en carne picada eran todo lo que hacía falta, junto
a la actitud desesperada del que se sabe acorralado, para sacar de entre sus
viejos músculos, de las arrugas de su cara y de sus gastadas articulaciones al
Santo Padre que todos temían (o todos los que lo habían visto de mala hostia,
en todo caso). Para su sorpresa, también Sarcástico se unió a su lucha,
blandiendo un consolador gigante con el que ayudó con bastante eficacia en la
operación de limpieza que Su Santidad había emprendido con la muchedumbre que
hacía cola a la entrada de la reunión. Los frikis que al principio habían
parecido divertidos, pensando en su mortal ignorancia que aquel trío era sin
duda algún reclamo comercial poco afortunado. Sin duda no habían oído hablar
del castigo que la Santa Madre Iglesia reserva para los que convierten su vida
en un mal chiste.
Sin embargo, aquella multitud
desprevenida, apenas un entrenamiento para las recuperadas fuerzas papales, se
dividió rápidamente en cadáveres y gente que salía corriendo. Los últimos que
habían salvado sus vidas quedaban ya fuera del alcance de JP2, Sarcástico y el
agente Eme (este último, más bien, se había dedicado a silbar y poner un par de
zancadillas, pero siempre es mejor un trío de vengadores que una pareja (una
pareja con el papa y Sarcástico como miembros daría mucho que hablar,
comprended)). Su Santidad se limpió un poco de sangre ajena de la frente y miró
al Señor Sarcástico con curiosidad.
-Sarcástico, ¿Por qué me traicionas
y luego te pones de mi lado?
-Pope, yo no traiciono a mi
camarada. Traicionaba sólo al cobarde que lo había poseído. Pero si no vas a
huir, si vas a emprender una última lucha, estaré a tu lado hasta el final.
-Dejaos de historias- advirtió el
agente Eme a los otros dos- Ahora vienen los malos de verdad.
Así era, se dijo JP2. El
precalentamiento se había acabado, y sin duda el alboroto que acababan de
montar había alarmado a sus enemigos allí presentes. Pudo ver cómo,
sorprendentemente, el malvado Garrison había ganado la carrera por ser el
primero en enfrentarse a él. Lo vio avanzar en su silla de ruedas, su feo
rostro contraído por la rabia. Juan Pablo II recordó durante un instante el
pánico que le había provocado su reciente sueño con aquel absurdo idiota. ¿Cómo
podía haber sentido miedo ante un adolescente armado sólo con ridículos bailes?
Quizás Sarcástico tenía razón, concedió. Quizás se había dejado llevar por la
paranoia. Con un certero golpe de BADM ® convirtió la siempre inútil cabeza de
Garrison en un simpático adorno abollado que sin duda haría las delicias de una
amiga. Se lo regalaría como cenicero en cuanto tuviera ocasión. La silla de
ruedas salió volando por los aires y fue a dar en la panza de Juanmito, que se
acercaba amenazadoramente hacia el trío.
-Papa asqueroso. ¡Te haré pagar
todas las mentiras que has dicho sobre mí!- rugió con la fuerza de sus
doscientos cincuenta kilos de peso -Nunca más te atreverás a decir que estoy
gordo. ¡Sólo estoy fuertecito!
-Juangordo, ¿qué tal?- le respondió
con una sonrisa JP2 -Me alegra ver que todavía sigues proporcionando sustento a
los accionistas de Pizza Hut.
-Hombre- añadió Sarcástico- El señor
guionista. Le pediría un autógrafo, pero no me atrevo. ¿Y si se me come el
bolígrado?
-¡Mamones!- rugió (la verdad es que
vale para poco más) Juanmito lleno de ira- ¡Pagaréis cara esta afrenta!
Rápidamente, JP2 atizó con todas sus
fuerzas, BADM ® mediante, la inmensa panza de aquella mole. Pero la barra
rebotó con furia y JP2 tuvo problemas para controlarla. Sarcástico,
aprovechando la distracción de Juanmito, intentó introducirle el consolador por
el culo, pero se vio terriblemente defraudado.
-¡Pope, no le afecta!- gritó presa
del terror mientras Juanmito se tiraba un pedo.
-Eso es porque se mete cientos de
tebeos por el culo- dijo como quien recita la lista de afluentes del Miño el
agente Eme- Pero esto debería funcionar- Añadió mientras sacaba de un bolsillo
un dibujo de una joven desnuda.
-Oh, un original de Kastura- dijo
con voz tierna Juanmito- ¡Y está firmado!- lo arrancó de las manos del Agente
Eme y comenzó a manosear ávidamente el dibujo. Mientras tanto, JP2 lo enculó
salvajemente con su BADM ®, produciendo esta vez los efectos deseados.
-Katsura es dios- alcanzó a murmurar
el impresentable adolescente de treinta años mientras moría- Katsuu...
-Van a necesitar una grúa para
llevarse el cadáver- dijo JP2 mientras lo remataba con una serie de letales
golpes en la cabeza -Bueno, ya que estamos aquí, ¿por qué no entramos?
El trío vengador entró con paso
firme en el museo. Aún quedaban, vieron, algunos impresentables haciendo cola
para que un autor les firmara. JP2 no pudo sino sorprenderse ante la
todopoderosa estulticia de aquellos mentalmente discapacitados efebos. Ante el
mismísimo rostro de la muerte eran incapaces de apartar su atención del vicio
que consumía sus vidas. No tuvo piedad con ninguno de ellos. Que Diso la
tuviera, pensó, si pensaba que había salvación alguna en los que desperdician
su juventud en colas de firmas de autores de cuarta fila.
Muchos fueron los que aquel día
encontraron pronto fin a su vida. Juan Pablo II y sus camaradas se las tuvieron
que ver con un sinfín de enemigos. Parecía que todos estaban allí. La lucha era
terriblemente desigual, y la formidable fuerza e inteligencia vaticana fue,
poco a poco disminuyendo. Nada más acabar con los de la cola, JP2 se vio
obligado a hacer terribles malabarismos para evitar a una serie de transexuales
borrachos, terriblemente peludos, que resultaron ser la junta directiva de las
Chunga Girls. Justo después de eso, sufrieron el ataque de los terribles Pechos
Crecientes de Scully La Morena, que intentaba sacar de ellos su lado femenino,
que se sinceraran y comprendieran por qué ella era tan incomprendida. O algo
así. El singificado de los lloriqueantes balbuceos de Scully se perdió cuando
JP2 metió su cabeza (de ella) en el retrete y tiró de la cadena hasta ahogarla.
Y a eso siguieron las huestes abstemias de Baal'Zalo, armado con un lanzallamas
gritando nosequé sobre una limpieza étnica. Poco a poco, Su Santidad se vio
obligado a retroceder hasta los lavabos de señoras. Allí se atrincheró y se
dispuso a hacer un último, desesperado intento por sobrevivir. Clavó sus pies
en el suelo y se decidió a vender muy cara su piel. Cuando las llamas del
artefacto infernal de Baal'Zalo quemaron su brazo derecho, aún pudo usar el
derecho para redirigir el chorro de llamas hacia el rostro de su enemigo.
Pero sabía que esta vez había ido
demasiado lejos. Veía ya cercano su fin, y por un momento pensó en lo que le
había hecho Sarcástico. En ese mismo momento podría estar fabricándose una
nueva identidad, lejos de todo peligro. Pero no pudo sentir rencor hacia su
amigo, que yacía inconsciente tras haber caído sobre él la tirada completa de
From Hell. El agente Eme, por su parte, estaba en estado de shock tras haber
recibido un bofetón de la gótica L y no podía dejar de repetir "nunca más
me lavaré la cara", como si aquello supusiera un cambio para él. La propia
BADM ® estaba inservible, demasiado lejos, alojada en el recto de la pérfida
Gatasombra, que a su vez era presa del más ruidoso de los orgasmos. Nada
separaba ya, amigos y arma perdidos, al Papa más audaz que occidente conociera
de una muerte segura.
¿Nada? Algo se reveló dentro de JP2.
Aún tenía su poderosísimo cerebro. Si sus fuerzas habían menguado hasta el
ridículo, su intelecto se negaba a darse por vencido. Y, milagrosamente, dio
con una posible solución. Era muy peligroso, pero no tenía más esperanzas.
Probablemente no funcionara, lo sabía, pero se negaba a morir a manos de la
escoria que siempre había combatido. Miró la escena ante sus ojos. Ahí estaba
el multifacético Loco de Camas, que tantos quebraderos de cabeza le había dado.
Cojeaba mientras caminaba por el suelo de los servicios hacia él. También
acechaba, algo dubitativo, el regordete siniest, con su siniestra risita. Y
luego había un par más a los que JP2 no recordaba, aunque suponía que también
habían sido sus enemigos. Eran sólo cuatro, aunque el Loco llevaba varios en su
interior. Quizás no fueran los suficientes, pero tenía que probarlo. En un
desesperado intento, se irguió y extendió sus brazos.
-Enemigos -dijo con la voz que
tantas veces había resonado para delicia de los fieles en la basílica de San
Pedro- Me tenéis ante vosotros, indefenso y vencido. Mi fin es ya seguro- al
menos habían detenido su avanze, pensó. Esto le dio fuerzas para seguir- No
pediré clemencia, porque me indignaría tener unos enemigos clementes. Siempre
he luchado contra los más peligrosos. Y tras la dura lucha que ha tenido lugar
aquí, sólo vosotros, los más duros, quedáis. Pero me gustaría, antes de que
convirtáis mi cuerpo en comida para perros con pocos escrúpulos, hacer un
último acto de unión. No quiero morir sin volver a experimentar la intimidad
que se da entre los enemigos más acérrimos. Así que, por un momento, me
gustaría comprender vuestra motivación, que recordarais con toda la intensidad
de la que seáis capaces el momento en el que os entregaron el primer tebeo.
Recordad el instante en el que os convertisteis en los frikis que sois.
Recordadlo por mi.
Su Santidad vio cómo sus enemigos,
tras unos breves instantes de duda, decidían que, a fin de cuentas, se había
ganado eso. Inclinaron sus cabezas hacia abajo en un esfuerzo de concentración.
JP2 se concentró también, pese al dolor de múltiples heridas, en su pasado,
cuando siendo aún un niño había observado la estupidez humana y decidido
exterminarla. Revivió intensamente sus ilusiones de un mundo más justo y
decente. Con los ojos entrecerrados por tal esfuerzo, vio cómo algunas chispas
empezaban a brotar de los allí presentes, danzando en rápidos círculos. No dejó
que el entusiasmo le cegara y siguió concentrado.
De repente, las chispas llenaban
toda la habitación. Toda esa energía se descargó sobre los cuerpos de JP2 y sus
enemigos. Durante un instante de terrible dolor, Su Santidad miró cómo todos
agonizaban en horrendos estertores. Tras la devastadora explosión que siguió,
nunca volvió a ver a ninguno de ellos. Ni amigos ni enemigos.
6.-
Epílogo.
You’re
listening to me but I’m talking to you
El agente Eme aún sufría de las heridas que
había recibido en la ya histórica Batalla de Expofriki. Todavía debía llevar un
brazo escallolado y en cabestrillo. Eso le había impedido escribir en internet
durante un tiempo. Aunque lo cierto era que no había nadie a quien escribir.
Los supervivientes del último acto de la lucha vaticana podían contarse con los
dedos que tenía libres en la otra mano. Casi todos los que no habían muerto en
la reciente lucha lo habían hecho en la poderosísima e inexplicable explosión
que le había puesto fin. Él y el Señor Sarcástico tenían que dar gracias por
haber salvado sus vidas. De los escombros del museo no se pudo recuperar ningún
cadáver entero. Por ejemplo, el trozo más grande que habían podido encontrar de
Su Santidad Juan Pablo II era una falange de uno de sus dedos meñiques del pie.
Eso había bastado para certificar su muerte. Ningún enemigo, sin embargo, pudo
mostrar su alegría, ya que casi todos habían muerto con el papa. Y los pocos
que no, estaban demasiado asustados como para asomarse ante los seguidores
papales. Desde luego, pensó el Agente Eme, la cosa había estado a punto de
salir redonda. Pero si la ganancia había sido excelsa, limpiar la humanidad de
gran parte de la escoria que la atenaza, el sacrificio se le antojaba excesivo.
Se negaba a creer que los hombros de Juan Pablo II hubieran cedido ante la
presión. Por eso seguía buscando.
Por un lado pensaba que todo aquello
era una pérdida de tiempo. Su mente le decía que era imposible encontrar nada,
incluso si Su Santidad había sobrevivido. Pero entonces miraba la pared de su
estudio en la que había colgado la BADM ®, que había quedado sorprendentemente
intacta, como protegida por un poder superior, y su corazón le exhortaba a
seguir adelante. Algo dentro de él se negaba a creer que hubiera algo capaz de
poner fin a la vida de su camarada. Una de sus últimas conversaciones con el
aparentemente difunto le había sugerido una idea, y ahí estaba él, buceando
entre papeles y libros viejos. No se sorprendió cuando lo encontró.
Se trataba de unas viejas crónicas
de sucesos locales malagueños que databa de principios del siglo XVIII. Los
lomos estaban totalmente destrozados, y le había costado Dios y ayuda
conseguirlas. Intentar entender la antigua tipografía también le había supuesto
un considerable esfuerzo. Pero ahí estaba, finalmente, la prueba que él
necesitaba para seguir confiando en una humanidad decadente. La crónica exacta
de cómo un trozo cilíndrico de metal, bendecido por Su Santidad el Papa
Inocencio XIV, de una longitud expresada en una antigua medida de longitud que
equivalía a unos dos metros, había sido robada hacía varios siglos. Al parecer,
la barra había sido bendecida en Roma y enviada a Málaga para su colocación
como soporte entre las vigas de una de las torres de la catedral que se estaba
construyendo en Málaga. El robo había tenido lugar en las dependencias mismas
de la catedral y también se notó la desaparición poco después de uno de los
sospechosos, un viejo fraile de malas pulgas que cojeaba. Tal fue la conmoción
en la ciudad con la desaparición de tan preciada reliquia que las autoridades
eclesiásticas interpretaron que el robo había sido una especie de señal. Decidieron,
por tanto, no finalizar la segunda torre. Quedaría allí como testimonio. Siglos
después, la verdadera historia se había perdido en el olvido.
El Agente Eme meditó hondamente su
hallazgo. Parecía más allá de toda casualidad, pero él mismo sabía que el
tiempofriki® era realmente incontrolable. Sus canas lo atestiguaban, así como
la explosión que había tenido lugar en los retretes del museo del ferrocarril,
si es que ése era su origen. Hubiera sido imposible para alguien sin ninguna
experiencia en el tema conseguir realizar semejante salto hacia el pasado. La
terrible explosión que siguió al intento del papa había dejado no menos de
trece víctimas. Parecía muy difícil establecer una relación entre aquel viejo
libro y su amigo, pero decidió que en realidad éste había sido más listo.
Quizás había practicado con el tiempofriki® en secreto. Todo aquello estaba más
allá de lo razonablemente creíble, pero JP2 siempre lo había estado. Quizás, a
fin de cuentas, consiguió fingir su propia muerte. Se preguntó si también había
previsto la traición de Sarcástico. Ése era su Juanpa, pensó. Trampa sobre
trampa y cortina sobre cortina. Seguiría buscando a ese fraile viejo de malas
pulgas, se dijo. Pero lo haría al día siguiente. Si todo aquello era un sueño,
quería darle a su viejo amigo una noche más.