Esna: templo de Khnum

Aprovechando mi estancia en Luxor he decidido acercarme a visitar lo que queda del maravilloso templo greco-romano -según cuentan- de Khnum en Esna.

He de reconocer que me apresuré a visitar este enclave tras admirar en el monográfico de Egipto de la revista Condé Nast Traveler una fotografía del techo de la sala hipóstila -de lo único que se conserva en pie- del templo de Khnum. (Lamento no poder -tan sólo por desconocimiento- citar el nombre de su autor, pero quiero reconocer su mérito al capturar una toma perfectamente vertical del caprichoso techo de la estancia y todo su trabajo y las posturitas diversas que se ve uno obligado a adoptar con su trípode para conseguir un encuadre semejante. Felicidades y gracias por invitarme a visitar aquél monumento).

El pueblo de Esna, que se encuentra a unos cincuenta kilómetros al sur de Luxor por carretera, se atreve a competir -incluso a insultar diría yo- con su vecino Edfu. Y lo hace en términos de calles estrechas y maltrechas, de honrados moradores y de muchos timadores, de tiendas de regalos y de otros varapalos,...

He oído, hasta la saciedad, hablar de todos esos convoies marcialmente escoltados que acompañan a los indefensos turistas de un lado a otro del -supuestamente inseguro- Egipto monumental. Y muchos eran los que me decían que sería imposible visitar este lugar sin el cálido abrazo de tan singular acompañamiento.

Pues bien, no me pregunteis el cómo ni el porqué -o bien fue el taxista quien no supo explicarlo o fui yo, con mi estrecha mente, el que no acertó a comprender- pero yo llegué a Esna en taxi y sin escolta policial alguna...¡¿Seré imbécil?! ¿Y no será que, tal vez, dicha escolta es para protegernos de los taxistas y no de los integristas como estamos acostumbrados a oir?

Negociamos de antemano -aquí sí- el precio del trayecto que al final, y sin regatear demasiado, se fijó en 70 l.e. (3.500 pelas). Demasiado caro, la verdad, para las dos horas que debí estar en el templo y algo menos que nos supuso salir y volver a entrar en Luxor. He de reconocer que si bien el taxista no llevaba su parche reglamentario en el ojo ni le acompañaba su fiel loro columpiándose torpemente sobre su hombro, ya se dejaba entrever por debajo del pantalón, sin embargo, su reluciente pata de madera.

Lo que más me impresionó -negativamente, por supuesto- al hacer mi entrada en Esna fue que, estando el pueblo y el templo mismo bien cerca del embarcadero, pude contar hasta ¡dieciséis! barcos de crucero esperando, anclados, en el muelle. ¿Os imaginais la cantidad de visitantes que puede trasladar cada bicho de esos de tres o cuatro pisos de alto y nosecuántos metros de eslora? ¿Y se os ocurre, tal vez, que toda esa gente se pudiese bajar a la vez a deleitarse -o a intentarlo al menos- con las maravillas que encierra el templo de Khnum?

Naturalmente, las casi dos horas que pasé fotografiando los hechizantes relieves de las paredes y disfrutando de mi soledad, sí soledad -claro que no cuento a los dispuestos vigilantes- sucedieron, prosigo, durante las agradecidas horas de la comida de los grupos que lo visitaban. Me bastó un poco de mi mala educación -contagiada temporalmente por los guardas- para pasar de ellos y poder dedicarme al gozo de mis sentidos.

Pagué 4 l.e. (200 pelas, recordad: con mi carnet de estudiante) por la entrada al templo de Khnum. Lo que queda de él es su impresionante sala hipóstila que hace algunos años hicieron los arqueólogos resurgir, cual Ave Fénix, de su entierro entre las moradas de los habitantes del lugar, ocupando un estrato o nivel inferior al del resto de las actuales construcciones. Para que os hagáis una idea: el Sr. Manzano hoy, siendo de su competencia -o sin serlo también-, habría derribado un par de columnas y habría tenido un nuevo aparcamiento subterráneo para sus queridos ciudadanos -los religiosamente casados y los solteros, naturalmente, no las parejas de hecho-

Como iba diciendo, lo más espectacular del templo es que todas y cada una de las paredes -y columnas- de su sala hipóstila están decoradas de arriba a abajo, -o viceversa (quién sabe, todo aquello son jeroglíficos y no hay quien los entienda...)-, con magníficos relieves. En algunas partes se puede apreciar, también, algo de su policromía original. Otra cosa muy destacable es la gran variedad de capiteles que se conservan y la viveza de los colores que todavía los decoran -espero que las fotos os inviten a haceros una idea-.

Me despido de este capítulo con una grata novedad: no es necesario pagar por el trípode en este impactante templo de Khunm.