RIMA IX
Atravesé la puerta impresionante
De la espaciosa ermita.
Iba a hablar con el Cristo de mis cosas,
Porque nunca traiciona y siempre anima,
Cuando la vi postrada ante la imagen
A cuyos pies me pongo de rodillas.
Tenía de luto el alma.
La rosa de su faz languidecía.
¿Por quién lloró la moza aquella tarde?
El Cristo me miró. Ya lo sabía.