El corazón de las ratas
Ahora, aquí me tienes, agotando el último corredor hacia una salvación cada vez más ilusoria. Tan lejana. Buscamos la salida en otros recovecos, pero al final siempre nos encontramos con una pared de madera verdosa. Nunca desfallecimos. Sólo parábamos para dormir o quizá roer algo de plancton de las paredes de este barco hundido. Lejos de pensar que la salida supondrá ahogarnos en el mar tras una dolorosa muerte, no nos resignamos a vivir en este cementerio del fin del mundo. Como la primera vez que miré tus ojos con mis ojos de humano y sentí el amor recorrer cada una de mis terminaciones nerviosas; con esa ilusión, sigo ahora este camino encharcado; que alguna vez tuve un hogar que apenas recuerdo y supe lo que era tumbarse sobre la fresca hierba de agosto. Me miro las patas saltando en perfecta rítmica y me pregunto si
soy yo el que las dirige o en cambio, sólo soy un invitado de este
cuerpo que tanto siento latir en mi cabeza. Quizá soy sólo
un huésped, una bacteria que siente como suyos la carne y la sangre
del cuerpo que parasita. Quizá me falta lucidez o coraje para admitir
que ya estoy cansado, pero sigo. Es maravilloso tener un corazón
y poder oírlo, y saber que es tuyo aunque sea el de una rata. Aún mejor es ser un hombre y tener manos, y construir con ellas una casa o dar de comer a un niño. El recuerdo de cuando yo también era un hombre se vuelve cada vez menos real. Qué clase de hombre fui o qué tipo de barbaridades cometí para lograr sobrevivir al horror. El que sobrevive es siempre en detrimento del más débil y no había ratas para todos. A quién privé yo de vivir. Si sigo vivo después de tanto dolor es porque debía ser un hombre muy fuerte, quizá un militar o un asesino. Era terrible pensar que podía haber sido uno de los responsables directos de los más crueles atentados contra la vida y ahora estaba aquí, empeñado en seguir viviendo, aunque fuera como una rata que escapa a su destino. Todas aquellas elucubraciones no tenían por qué ser verdad. Quizá no soy culpable de nada, quizá siempre fui rata y no soy más que un espectador inocente de este macabro final. Aún más, quizá es cierto que sólo soy una especie de virus que ha ido alojándose en diferentes cuerpos hasta alcanzar al último superviviente, llegado al corazón de esta incesante rata. Tal vez soy el mismísimo virus de la destrucción total y estoy aquí, en lo más profundo de la existencia de la rata para dar fin al último de los resquicios de ilusión y vida. Puede que insuflar desánimo profundo y negro en sus patas, sea lo que le deba hacer hasta que cese en su empeño de acabar este húmedo corredor, que no puede ya más que terminar quebrándonos los huesos. Lo cierto es que no sabía nada. Tampoco qué pretendía tomando conciencia de mí mismo como si aún me esperara un hogar en el mundo. Mi hogar, en forma de corredor con un final que me daría todas las respuestas, no era más que mi incapacidad para desfallecer y acabar con todo.
Dani. |