¿Cuántos latinos viven fuera de su país? Mariana
Martínez ¿Quién no tiene un familiar, amigo o vecino viviendo en el exterior? En los últimos años, y producto del fracaso de las políticas económicas y sociales aplicadas en América Latina y el Caribe, contar con uno o más miembros de la familia o del núcleo de amistades viviendo fuera del país se ha convertido en un común denominador en la región. Siempre hay alguien que emigró o que espera emigrar, mientras otros tantos tratan de hacer hasta lo imposible por no abandonar la tierra que los vio nacer. Para muchos, la decisión de emigrar es la única salida y, es justamente en ese momento, cuando las necesidades pueden más que las raíces y las costumbres. Pero ¿cuántos son en número los que viven lejos de los seres queridos y del país de origen? La cifra es impresionante. Más de 20 millones de latinoamericanos, o lo que es lo mismo, uno de cada 25, viven fuera del país en 2000, según lo indica un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) titulado "Panorama Social de América Latina 2004". La cifra, aunque ya abultada -representa el 4% del total de la población latinoamericana-, lo sería aún más si se toma en cuenta a aquellos descendientes de latinos que nacieron en el exterior por la fuerza de las circunstancias. Es decir, porque sus padres se decidieron o se vieron obligados a emigrar.
¿Cuántos
y en dónde? El destino preferido por los latinos emigrantes ha sido tradicionalmente Estados Unidos, aunque durante los noventa irrumpieron también flujos migratorios sin precedentes hacia Europa, fundamentalmente, España. También se dio la migración interna, es decir, emigrantes provenientes de países de la propia región. Argentina, Costa Rica y Venezuela, siguen siendo los países que captan el mayor flujo de esos emigrantes. Del total de emigrantes de la región, el 75% (unos 15 millones) vive en Estados Unidos, de los cuales, 10 millones provienen de México y Centroamérica, y en su mayoría son hombres. Otros 3 millones, calcula la CEPAL, viven en los países a los que pertenecían sus antecesores. Es decir, se da el fenómeno de migración de retorno. Muchos latinoamericanos optaron por pedir el reconocimiento de su ciudadanía en los países de origen de sus familiares y antecesores. Esta emigración, al revés que la que se aprecia en EE.UU., se caracteriza por un mayor flujo de mujeres. Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), las comunidades más grandes de emigrantes procedentes de América Latina y el Caribe están en España, Italia, Portugal, Inglaterra, Suiza y Suecia. Se calcula que en España, el número de emigrantes latinos se ha multiplicado por cinco en el período 1995 a 2003, para sumar unos US$ 514 mil. Pero este fenómeno migratorio no sólo se da en América Latina. La Encuesta Mundial Económica y Social 2004, publicada por las Naciones Unidas, asegura que la migración a nivel mundial ha crecido de manera acelerada. En los años 70, 82 millones de personas vivían fuera de sus países de origen, mientras que en 2000, el número se elevó a 175 millones. Latinoamérica y el Caribe representan un 11,4% de esa cifra.
Ventajas
vs. Desventajas Hasta el momento, uno de los mayores reclamos de los países industrializados o más desarrollados (generalmente los mayores receptores de emigrantes), era que la inmigración ponía en peligro el mercado de trabajo local, es decir, incrementaba la oferta de mano de obra, por lo que aceleraba el desempleo y la caía del salario nacional. Sin embargo, el estudio de la ONU demuestra que los inmigrantes no suponen una competencia laboral para los nativos, ni provocan una caída de los salarios. Todo lo contrario. En Estados Unidos, por ejemplo, es un hecho que la mayoría de los inmigrantes latinos hacen el trabajo que los estadounidenses no quieren hacer, tales como recolección en el campo, trabajos manuales y de servicios, y que en muchos casos reciben un salario por debajo de lo que establece la ley. Tampoco se puede negar que los inmigrantes incrementan la demanda de bienes y servicios en el país donde ahora residen y eso contribuye a estimular la economía. A esto y hay que agregarle que contribuyen a aliviar la pesada carga de los sistema de pensiones de los países ricos, que se ven agobiados por una población envejecida y un menor número de nativos en edad de trabajar.
Las ventajas positivas también llegan al país de origen. Los latinoamericanos en el exterior envían anualmente más de US$35 mil millones en remesas a sus familiares y, de esa forma, contribuyen a ¿amortiguar¿ la pobreza. En algunos países de la región, las remesas representan un 10% del Producto Interno Bruto (PIB), mientras que en El Salvador, equivalen al 15%, y en Haití al 25%. Sin embargo, los efectos negativos también se pueden sentir en Latinoamérica. La desintegración familiar y la fuga de cerebros son dos de las consecuencias negativas de la migración. Algo que en el largo plazo se traducen en una pérdida de capacidad creativa y de innovación (o lo que es lo mismo, un menor desarrollo) para Latinoamérica. Hoy es una realidad que más de 20 millones de latinoamericanos viven en el exterior, y que emigraron porque en su país de origen, la sociedad en su conjunto y, más que nada, el gobierno de turno, no fueron capaces de crear las bases para una vida digna y un futuro prominente. ¿Cuántos volverán? ¿Será el balance positivo o negativo para Latinoamérica en su conjunto? Eso solo lo dirá el futuro. Sin embargo, de lo que no hay duda, es que todo emigrante sueña con regresar pronto, con ver a los suyos, y perder ese sentimiento de vivir "prestado", aunque en el fondo sabe que existe la posibilidad de nunca regresar. Que se cumpla su sueño, paradójicamente, depende de las acciones de las mismas instituciones que lo empujaron a emigrar.
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