EL EXILIO DE LA CIENCIA

El descabezamiento de la Argentina

La fuga de cerebros argentinos no se detiene y pone en peligro el futuro del país, al tiempo que alimenta el desarrollo de los países centrales. ¿Qué hacer para repatriar a nuestros científicos?

Héctor Pavón, Clarin, Domingo 2 de marzo de 2003

Ezeiza se ha convertido en la rampa por la que parece esfumarse el futuro argentino. Día a día, en un agónico e interminable drenaje, jóvenes con un título bajo el brazo salen rumbo al Primer Mundo llevando sus sueños, proyectos y el bagaje académico adquirido en universidades argentinas. Parten, voluntariamente o no, a contribuir con el desarrollo científico, tecnológico y social de países donde el futuro ya llegó y que no sufren los problemas que tiene la Argentina.

Investigadores todavía residentes en el país y con diversos métodos concluyen que en los últimos 30 años se fueron hacia el exterior unos 50 mil graduados universitarios, y entre ellos, 20 mil científicos con nivel de doctorado. A un costo promedio de 25 mil dólares por alumno graduado y entre 60 y 80 mil por doctorado, han salido del país para no volver, por lo menos, entre 1.000 y 1.250 millones de dólares en formación académica. Tan sólo en las universidades estadounidenses trabajan 831 académicos argentinos. Y, según la base de datos SESTAT de la National Science Foundation, en 1999 había 4.377 argentinos activos en Ciencia y Técnica de EE.UU., mientras que 6.218 se desempeñaban en actividades de apoyo a esta área con distintos grados de formación.

Todos los consultados coinciden en que la cifra de personas y dinero exiliado es, en realidad, mucho mayor, pero imposible de conocer con exactitud. A este cálculo provisorio hay que sumarle la capacidad potencial de desarrollo científico y tecnológico que estos migrantes se llevan consigo y que hubieran podido volcar en la Argentina. Y por otra parte, también salen de nuestro país fondos familiares para pagar estudios de posgrado en España o EE.UU. que oscilan entre los 20 y los 40 mil dólares. Se trata de una fuga de capitales, diferente a la del dinero que sale hacia los paraísos fiscales. Es una transferencia de inversión, no sólo por divisas perdidas, sino también por el capital social y cultural que cruza la frontera con pasaje de ida.

Pero las consecuencias de esta sangría permanente aún no están a la vista. El informe El talento que se pierde, del Centro de Estudios sobre Ciencia Desarrollo y Estudio Superior, dirigido por Mario Albornoz enciende una luz roja: "El impacto sobre el sistema científico nacional se producirá en el mediano plazo; no tanto por la pérdida directa de su planta estable de investigadores, sino por una pérdida muy importante de los mejores graduados jóvenes, que deberían estar formándose en los grupos de investigación para convertirse en la generación de recambio".

Las últimas mediciones del INDEC de desocupación explican también por qué muchos científicos deciden irse. De la medición de octubre de 2002 surgió que la tasa de desocupación de quienes cuentan con estudios superiores completos se ubica en el 8,3 por ciento de los desocupados y en los que tienen estudios universitarios incompletos alcanza el 14,4. La psicoanalista Silvia Bleichmar advierte: "No se puede producir intelectuales si lo que rige su formación es sólo la subsistencia económica; es necesario que el conocimiento tenga un destino, que esté incripto en metas que trasciendan lo inmediato para que pueda producirse algo del orden de la ciencia". Para el director del Instituto de Investigaciones de Bioquímica de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, Luis Quesada Allué el fenómeno de la partida está relacionado no sólo con la inestabilidad política y la situación económica, sino también con el no tener fondos para investigar. Esto provoca que la tarea científica se convierta en algo "inaceptable".

Desde la década del sesenta la Argentina sufre la fuga de cerebros, pero esta etapa tiene características diferentes respecto de las anteriores migraciones. Según la investigación de Albornoz, hoy son los graduados recientes y los investigadores jóvenes quienes encabezan la partida sin retorno, cuando en décadas pasadas eran investigadores formados con nivel de doctorado los que buscaban nuevos horizontes para sus creaciones. "Lo terrorífico es que los chicos que se forman en nuestro país, en la universidad pública sobre todo, tan pronto como se reciben tienen la fantasía de irse," señala la filósofa Esther Díaz.

Una pregunta alarmante recorre los circuitos académicos y tecnológicos: ¿qué modelo de país se proyecta a futuro si no se va a contar con aquellas personas que puedan generar el desarrollo científico y tecnológico y tampoco con quienes puedan pensarlo y analizarlo? La partida de la materia gris genera temor e incertidumbre entre los que se quedan y los que desean irse pero no pueden. "El drenaje hacia el exterior es la culminación de este proceso de destrucción del capital científico acumulado, los jóvenes sienten que está en juego no sólo su supervivencia económica, sino la posibilidad misma de conservar el campo de investigación, de preservar su identidad científica, de acceder a los modos con los cuales se requiere hoy trabajar en ciencia," dice Bleichmar.

Para el investigador Enrique Oteiza, un pionero en los estudios de fuga de cerebros: "Esto tiene una dimensión no sólo cuantitativa sino sustantiva de la manera como se construye el conocimiento en los campos del saber. Una buena escuela científica tiene lo mejor de todas las generaciones: los jóvenes; los intermedios, que forman a los jóvenes y son los más productivos y la gente más experimentada, que asesora y da cursos básicos", explica el actual director del INADI. Hoy la continuidad de esa escuela se quebró y originó peligrosos agujeros negros.

Un regalo de exportación
El secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Julio Luna cree que el recambio generacional está asegurado más allá de la partida de jóvenes graduados. Según el funcionario, el número de investigadores del CONICET creció de 2.586 en 1991 a 3.955 el año pasado. "No se puede hablar de repatriación de científicos, primero hay que cambiar el modelo económico y orientarlo hacia uno productivo de base tecnológica, entonces sí vamos a repatriarlos. Si lo hacemos ahora, en un año se están yendo de nuevo". La UNESCO recomienda que la inversión en ciencia no puede estar por debajo del 1 por ciento del PBI, requisito que sí cumple Brasil, donde Ciencia y Técnica es un ministerio y el presidente Lula prometió duplicar la inversión. En la Argentina es sólo del 0,41 por ciento. Luna señala que aquí, el Estado participa del 74,3 por ciento de esa inversión, el resto son aportes privados. Pero en el mundo desarrollado esa cifra es exactamente a la inversa: en Francia, el Estado invierte el 38 por ciento, en Alemania, el 31,6; en Estados Unidos, el 27; y en Finlandia el 26. El resto lo aportan empresas, fundaciones y laboratorios.

Desde los centros de alta tecnología europeos y norteamericanos se practica una política de seducción a científicos de países asiáticos, africanos y latinoamericanos, ofreciéndoles sueldos y condiciones de trabajo que sus países de origen jamás podrían otorgarles. El gobierno de EE.UU. abrió en 2002 un programa de 200 mil visas H-1B para los países emergentes. Esas visas presentan el siguiente requisito: "Demostrar que usted ocupará un cargo especializado que requiere un alto nivel de conocimiento y especialización, el cual normalmente se obtiene a través de educación superior". Así se abre el camino para la inmigración con determinados títulos universitarios. Pero esto no implica que esos migrantes obtengan un puesto de trabajo afín a su formación. De acuerdo con las cifras del censo de 1990 de EE.UU. , se encontraban ese año 35.200 argentinos con algún grado de formación universitaria. Muy pocos cumplen con su vocación.

Fernando Lema es un investigador uruguayo que reside en París, trabaja en el Instituto Pasteur y se dedica a estudiar la migraciones científicas. Como tal participó de un estudio que contó con el apoyo de Naciones Unidas, el ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, la Organización Internacional de Migraciones y la Unión Europea. Allí se detectó que el censo de EE.UU. de 1990 identificaba a un millón de inmigrantes con formación terciaria proveniente de América latina y el Caribe. El estudio concluye que, a un promedio de 25 mil dólares por universitario, en los últimos 35 años que coinciden con la hegemonía estadounidense de posguerra, la región contribuyó con 25 mil millones de dólares en recursos humanos al desarrollo científico, tecnológico y cultural de los Estados Unidos. En 1999, había 372.800 investigadores e ingenieros trabajando en EE.UU. provenientes del Sur (el mundo sin Europa, Canadá y Japón), lo que representa un 18 por ciento de la planta total de EE.UU.. Este porcentaje seguramente aumente ya que se estima que para 2050 EE.UU. carecerá del 10 por ciento de su planta científica. Algo parecido sucede en la Unión Europea: para 2005 tendrían un déficit de científicos y técnicos en el orden del millón de personas. Y para cubrir esta "necesidad" se ofrecen los universitarios argentinos. Según el estudio que dirigió Albornoz, el 61 por ciento de los argentinos que realizan estudios de posgrado en EE.UU. quiere quedarse en ese país. En realidad, el 72 por ciento de los académicos inmigrantes de todo el mundo desea quedarse en ese país.

Actualmente muchos de los jóvenes que cursan sus carreras en Ciencias Exactas, Biología, Medicina, Bioquímica, y también Ciencias Sociales, estudian pensando en soluciones para problemas del Primer Mundo, no para la Argentina. Y un ingrediente pesa sobre esta proyección. La investigación universitaria suele necesitar fondos extranjeros: "Esos financiamientos externos muy pocas veces están orientados a apoyar temáticas de interés estratégico para los países en desarrollo", señala Lema. Estas "migraciones temáticas" se incrementaron en los últimos años con los escasos apoyos al desarrollo de los sistemas de innovación tecnológica de los países del Sur. Son políticas que, aun sin expulsarlos del país, orienta a los estudiantes a trabajar en temáticas más cercanas a las del interés de los países desarrollados.

Pero también están los que se quedan y todavía creen en la reconstrucción. "Por supuesto que hay quienes siguen produciendo y es casi milagroso el modo con el cual los argentinos seguimos buscando, pese a todo, formas de creación en un marco tan adverso," señala Silvia Bleichmar.

La Argentina, se sabe, es un país de contrastes. Una prueba de ello ocurre en el departamento de Geología de la universidad de Bahía Blanca. Allí también se teme por el futuro ante la escasez de científicos. Pero en este caso no porque se hayan fugado hacia el exterior, sino porque la mayoría de sus técnicos fueron contratados por las empresas mineras privadas que reactivaron su trabajo en el sur argentino. Una cosa es segura: la Argentina podrá tener una cabeza que mire al futuro cuando se piense nuevamente en un modelo de país basado en la producción de bienes y de tecnología. En tanto, siempre habrá quienes escarben entre las cenizas buscando el mapa del futuro argentino.


Historias de cultura y barbarie

Cecilia Fumagalli, periodista

La fuga de cerebros en la Argentina reconoce tres momentos clave, con la consecuente pérdida de tres generaciones de investigadores. La primera fue la de aquéllos que se habían formado en los años previos al golpe de Estado encabezado por Juan Carlos Onganía, en 1966, y se produjo a partir de un suceso concreto: la Noche de los Bastones Largos. Más que por su carácter represivo —innegable no obstante ya que los bastones fueron reales—, el hecho pasó a la historia por lo que esa represión encarnaba: no había espacio para el debate intelectual en el país.

Antes del Onganiato, existió un programa del Conicet para repatriar científicos. El ingeniero Enrique Oteiza, que formó parte de ese proyecto, señaló: "Trajimos de vuelta a sesenta investigadores argentinos. La mayoría de ellos se volvió a ir con la intervención a la universidad. Y además se fueron muchos otros: investigadores jóvenes, de edad intermedia y grandes".

El segundo éxodo masivo se produjo a partir de 1976, como consecuencia del terror de la última dictadura. "La mayoría de quienes se fueron entonces en ciencia y tecnología no volvieron, porque en la transición defectuosa hacia la democracia no hubo voluntad política ni un plan efectivo para traer a los investigadores," sostiene Oteiza.

Y la tercera corriente de cerebros argentinos que fugan al exterior cual divisas en época de patria financiera comienza en los 90 y se extiende hasta el presente, signada por la crisis económica. Entre los factores más decisivos que confluyen en este proceso figuran la dificultad para los investigadores jóvenes de insertarse en el sistema de ciencia y tecnología nacional debido a la escasez de vacantes, y la superabundante oferta de becas y posgrados en el exterior, en países donde los profesionales de alta formación son muy requeridos.


volver a Articulos

volver a Diario Accion

Diario Accion de General Rodriguez, provincia de Buenos Aires, Argentina - Politica, economia, actualidad, policiales, cultura y arte, informacion y noticias institucionales, educativas y cientificas, suplementos especiales, historia, poesia, automovilismo, deportes, negocios y empresas