«De culpas y emigrados »

POSTALES DE LA CALLE / Por Andrew Graham Yooll

Emigrar es un derecho, pero también puede ser un modo de eximirse de responsabilidades sobre la situación del país. Y tal vez la crisis esté relacionada con no asumir responsabilidad alguna

Que se vayan todos los que quieran irse. Eso sí, que no digan que fueron obligados a emigrar. La realidad injusta de la emigración económica es que no hay a quien responsabilizar dado que partir es privilegio de sobrevivientes, si bien algunos sufrirán desdichas conmovedoras.

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Abandonar el terruño refleja la incapacidad de desarrollar vidas con lo que tenemos a nuestro alcance, también constituye una forma de menosprecio por lo que a uno le pertenece. Es cierto que en alguna medida son imputables los dirigentes de nuestra grisocracia descolorida, pero como ciudadanos deberíamos tomar distancia de los políticos, profesión vulgar de chupamedias y matones, como la describió el anglo francés Hilaire Belloc (1870-1953). Algunas veces los políticos son responsables, porque emulan un estalinismo chirle al formar gobiernos que están en guerra con su pueblo, pero tan sólo ofrecen el incentivo a la partida, no el impulso, que es la decisión personal. El filósofo inglés John Locke (1632-1704), autor de los principios del liberalismo moderno, describió la emigración como una condición necesaria del poder legítimo, ya que prohibir la partida es coartar la posibilidad del ciudadano de elegir la estructura política que le convenga.
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Por lo tanto, ¿nos preocupa que se vayan, nos sentimos culpables de ofrecerles el poco que muchos no están dispuestos a tomar por miedo a fracasar o perderlo todo en una sociedad con enorme simpatía por el esfuerzo pero sin ley ni orden que lo respete?
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Hay muchas formas de leer la historia, siendo la menos favorecida la que establece que somos responsables de nuestras circunstancias. El emigrante, expatriado en su lejanía, se considera exento de responsabilidad por la sociedad que deja.
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Cada argentino tiene un diagnóstico del padecimiento de la emigración, pero como diagnóstico el origen de la dolencia es siempre ajeno, nunca propio. Quizá se pueda reconocer, primero, que como sociedad, hasta ahora, no hemos conocido la pobreza. Es difícil superar lo que se desconoce. Segundo, algún otro siempre proveyó: los patrones, los dueños de fábricas, los padres, los tíos, La Forestal, Liebig, Anglo, etcétera. Tercero, cuando éstos fracasaron, siempre estaba el Estado. (El peronismo le enseñó a sus seguidores que merecían algo a cambio de nada.) Cuarto, el Estado proveyó mientras había, pero cuando cayeron los recursos otros eran vistos como responsables del fracaso, no así el individuo que les reclamaba. Problema de difícil situación éste, y ante la imposibilidad de resolverlo, quizá sea más fácil partir rumbo a otro futuro.
. Es de lamentar que en el reclamo, o en la búsqueda de culpables, olvidamos la enorme creatividad de los argentinos y su potencial científico y artístico, que hacen razonable opinar que si nos pusiéramos a trabajar por el país como causa lo levantaríamos en seis meses. ¿Volverían todos? Esta bien, ínterin, que se vayan todos los que quieran, mientras aquí buscamos solución al problema.

La Nacion, 18 de noviembre de 2002



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